El mensaje semanal del Obispo de Cuenca. 15 de Marzo de 2019

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Queridos diocesanos,

En la solemnidad de San José, Esposo de María, Padre de Jesús según la ley, Patrono de la Iglesia universal, que celebraremos como cada año el próximo 19 de marzo,  la Iglesia pone en el centro de su atención al Seminario, institución encargada de la formación de los jóvenes que Dios llama al sacerdocio ministerial. El Concilio Vaticano II, en el Decreto que se ocupa de la formación sacerdotal, habla de la “trascendental importancia” de la formación de los candidatos al sacerdocio. Dice así: “Conociendo perfectamente el santo Concilio que la deseada renovación de toda la Iglesia depende en gran parte del ministerio de los sacerdotes, animado del espíritu de Cristo, proclama la trascendental importancia que tiene la formación sacerdotal y expone algunos de sus principales principios…” (Optatam totius,Proemio).  Con razón se considera, pues, al Seminario como el corazón de la diócesis.

Se entiende, pues, fácilmente, que el Seminario ha de ser objeto de la atención y del cuidado de todos. Así que, según el mismo Decreto conciliar, “el deber de fomentar las vocaciones afecta a toda la comunidad cristiana” (n. 2). Esta, comunidad eucarística, no puede siquiera existir sin el ministerio de los sacerdotes, gracias al cual los fieles forman un solo cuerpo, ofrecen el Sacrificio, perdonan los pecados  y desempeñan públicamente el oficio sacerdotal por los hombres en nombre de Cristo” (cfr. Presbyterorum ordinis, n. 2).

Las comunidades cristianas, las parroquias, deben procurar el fomento de las vocaciones “con una vida plenamente cristiana”. Son las primeras interesadas en contar con la presencia del sacerdote. Frecuentemente se dirigen al Obispo solicitando con insistencia el ministerio de un sacerdote cuando se ven privadas del mismo. Y ¡cómo duele en el alma cuando no es posible atender esa solicitud! Son las comunidades cristianas las primeras que deben implorar a Dios con fe viva que de su mismo seno surjan las vocaciones que puedan hacer presente a Cristo Sumo Sacerdote en medio de ellas. La oración por las vocaciones debe ser una constante en su plegaria al Padre de la misericordia. A su vez, la riqueza de vocaciones es signo seguro de una comunidad ferviente.

La familia constituye, por su parte, el humus, en el que pueden germinar y florecer las vocaciones sacerdotales. ¿Qué terreno más apropiado que el de una familia, animada por un verdadero espíritu de fe, caridad y piedad? Por eso la Iglesia habla de estas familias como de “semilleros de las vocaciones”, el primer seminario donde se aprende a conocer y tratar a Dios y donde la escucha y la obediencia su voluntad son norma de vida. Es lógico que Dios se sirva de las buenas familias cristianas como “lugar” en el que surgen las vocaciones y donde son acogidas con gozo y reconocimiento agradecido y jubiloso.

El testimonio de una vida sacerdotal “convincente”, en la que arda el amor de Cristo, entregada y alegre, no puede dejar de ejercer una fuerte atracción sobre jóvenes y adolescentes deseosos de hacer realidad sus nobles sueños e ideales.

Alguien podría pensar que los nuestros no son los días más oportunos para plantear la vocación sacerdotal a nuestros jóvenes. Sin embargo, la gracia de Dios es más que capaz de hacer sentir el atractivo de la persona de Jesús y de su llamada a ser verdaderos pastores de su rebaño. Nuestros jóvenes necesitan guías que los encaminen al encuentro vivo con Cristo en la oración, que los acompañen con esperanzada paciencia, que con su ejemplo enciendan sus vidas en deseos de amorosa entrega y servicio.

La cooperación y “misión de todos” en favor de las vocaciones se apoya en medios bien conocidos: “la oración insistente, la penitencia cristiana y una cada día más profunda formación de los fieles (…) en lo tocante a la necesidad, naturaleza y excelencia de la vocación” (Optatam totius, n. 2). Probemos a usar dichos medios y nos sorprenderá la generosidad con que Dios corresponde. ¡Atrevámonos a soñar! A la vez que ponemos el alma en la preciosa tarea de poner a muchos jóvenes en la disposición de preguntarse sinceramente: ¿qué quiere Dios de mí?

Y seamos todos generosos en nuestra colaboración económica con el Seminario.

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