El mensaje semanal del Obispo de Cuenca. 25 de Enero de 2019

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Queridos diocesanos:

El próximo domingo, 27 de enero, celebramos la Jornada Mundial de la Infancia Misionera. La Infancia Misionera es una de las cuatro Obras Misionales Pontificias que forman una única realidad institucional, pero que ejerce su acción en cuatro áreas específicas y diferenciadas. Infancia Misionera es una Obra del Papa que promueve la ayuda recíproca entre los niños de todo el mundo. Los niños son, en efecto, los protagonistas de Infancia Misionera; ellos son los agentes, donantes y receptores de la tarea misionera. Es bello e importante que así sea, pues de ese modo se educa a los niños en la fe y en la solidaridad misionera, se les enseña a seguir a Jesucristo y a ayudar a otros niños del mundo y se encauzan sus aportaciones para que con ellas se sostengan proyectos de ayuda a la infancia en los territorios de Misión.

Esta Obra Pontificia es pionera en la defensa y promoción de la infancia. Hunde sus raíces en la labor que inició en 1843 un obispo francés que recurrió a los niños de su diócesis para ayudar a los niños necesitados de China. Les pidió rezar y dar pequeños donativos para ayudar a otros niños. En 2017 la suma de todos esos pequeños donativos alcanzó la cifra de 16.339.065,56 €. Exactamente esa cifra, vale la pena recordarlo, pues cada céntimo representa el precioso sacrificio y la generosidad de un niño. Con ese dinero se han podo sostener unos 2.700 proyectos, destinados como ayudas ordinarias o extraordinarias a todas las misiones del mundo con destino a la pastoral misionera con niños, sea en el área de educación, de evangelización o de salud y vida.

La Jornada Mundial de la Infancia Misionera hace nacer en los niños y nos recuerda a todos la convicción de que la Iglesia es esencialmente misionera, de manera que la “misión” es, se puede decir, su razón de ser. En efecto, la tarea que el Señor confió a los Apóstoles, no fue otra sino la de ir por todo el mundo para hacer discípulos a todos los hombres, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a observar todo lo que Él les había mandado (cfr. Mt28, 19). De ahí que a la naturaleza más íntima de la Iglesia corresponda la actitud de puertas abiertas, “de salida”, como gusta decir el Papa Francisco. Negaría su propia condición si la Iglesia fuera concebida como una ciudad amurallada, en el sentido de una realidad encerrada en sí mismo, ajena a la suerte de los hombres y extraña a su destino. La Iglesia no puede desentenderse o desinteresarse de ellos. No hay más Iglesia fracasada que la que ha perdido, si eso fuera posible, su ímpetu apostólico, su celo misionero, su afán de llevar a todos los pueblos la buena nueva del Evangelio de Jesús, el anuncio de la salvación.

Fe y misión van siempre de la mano. En los momentos en que aquella es más viva y ferviente, la misión se intensifica. Si la fe pierde vigor, la misión sufre inexorablemente las consecuencias. No se empeña la vida por verdades y convicciones minadas por la duda, debilitadas por el relativismo, sofocadas por comportamientos que suponen su negación. La misión surge vigorosa, audaz, valiente, cada vez que la verdad se hace vida en la existencia del cristiano. Sólo las convicciones mueven a la acción.

Será bueno que todos, sacerdotes, catequistas, padres y madres, avivemos en este día la fe de los niños y fomentemos su espíritu generoso y solidario con quienes no poseen ni el don precioso de su fe ni los bienes de que ellos gozan. Los niños son capaces de entender en seguida la lección de la generosidad y la de vivir la alegría de la solidaridad. ¡Ayudémosles a ser más generosos! ¡Que aprendan a privarse de algo para bien de los demás! ¡Que experimenten la alegría de dar ˗no importa que sea poco˗ y no solo del recibir!

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