El mensaje semanal del Obispo de Cuenca.

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Queridos diocesanos:

Teniendo ya a la vista las fiestas de la Navidad de Nuestro Señor Jesucristo, inicia este domingo el tiempo de Adviento, uno de los así llamados “tiempos fuertes” de la Liturgia cristiana, junto con el tiempo de Cuaresma y de Pascua. A lo largo del Año litúrgico, en días determinados, la Iglesia  hace memoria, “conmemora” la obra de la redención llevada a cabo por Nuestro Señor Jesucristo. Como sabemos, el día del Señor o domingo hacemos conmemoración, celebramos el “memorial” del gran misterio de la Muerte y Resurrección del Señor, acontecimiento central de nuestra fe. También a lo largo del Año conmemoramos los otros grandes misterios de la vida de Jesús.

Dicha conmemoración posee una gran eficacia santificadora, pues gracias a ella, Cristo continúa la obra de su misericordia. No sólo se ofrecen como tema de recuerdo y argumento para nuestra meditación y piadosa contemplación, sino que, sobre todo, nos permite entrar en contacto con ellos, y a través suyo nos alcanza la vida del Señor. Cuando hablamos de “conmemoración” es preciso que nos guardemos bien de limitar su sentido al del simple recuerdo, al mero ejercicio de la memoria. De lo contrario se desfigura por completo el sentido de dicha “conmemoración”. Se trata de algo mucho más profundo y vital que el simple recuerdo. Así lo deja ver el Catecismo de la Iglesia Católica cuando afirma que: “La liturgia cristiana no sólo recuerda los acontecimientos que nos salvaron, sino que los actualiza, los hace presentes” (n. 1104).

Podríamos argüir que también se hacen presentes los acontecimientos del pasado gracias a la memoria. Así es, en efecto. Pero el hacer presente o actualizar los hechos del pasado tiene lugar de manera radicalmente diversa. En la liturgia los acontecimientos salvíficos se hacen presentes sacramentalmente en el rito; nos permite entrar en contacto con  el acontecimiento de un modo distinto. Gracias a nuestra memoria los hechos del pasado se hacen de algún modo presentes, pero no tiene el poder de hacerlos realmente presentes. En la liturgia el pasado se hace presente, se “actualiza”; sacramentalmente añadimos, y con razón, ya que el hecho no se “repite”, simplemente se hace presente, “se actualiza” el mismo hecho. Gracias a la liturgia entramos en contacto con los misterios de Cristo y se cumple en nosotros la obra de la redención. A muchos podrá sorprender esta “eficacia” de las acciones litúrgicas, pero no se puede olvidar que las acciones sacramentales son acciones humano-divinas, en las que el ministro sagrado es sólo un instrumento, siendo Dios nuestro Señor su autor.

Con la celebración litúrgica de los distintos misterios de la vida del Señor, ”el hijo de Dios ha determinado consumar y completar en nosotros todos los estados y misterios de su vida” (San Juan Eudes, Tratado del reino de Dios, Parte 3, 4). Los misterios de Jesús llegan así a su total perfección y plenitud cuando se continúan en nosotros. Desde esta perspectiva se comprende seguramente mejor la importancia singular y el relieve que adquiere en la vida de la Iglesia y de cada cristiano la celebración de los misterios del Señor a lo largo del año litúrgico.

Cuanto se ha dicho parece particularmente oportuno cuando nos disponemos a celebrar el Adviento, este “tiempo de espera, de conversión, de esperanza: espera-memoria de la primera y humilde venida del Salvador en nuestra carne mortal; espera-súplica de la última y gloriosa venida de Cristo, Señor de la historia y juez universal; conversión a la cual invita con frecuencia la liturgia de este tiempo, mediante la voz de los profetas y sobre todo de Juan Bautista” (Directorio de la Piedad popular y la liturgia, n. 96). El Adviento nos lleva a hacer cada día más vivo el deseo de salvación que nos trae el Mesías-Redentor. Sólo la espera de este gran don da razón de la alegría y la esperanza que llena este tiempo. ¡El Señor está cerca!; salgamos a su encuentro con las lámpara encendidas de nuestras buenas obras.

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