El obispo preside la Misa de Navidad en la Catedral de Cuenca

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El obispo de la Diócesis, Mons. José María Yanguas Sanz, presidió en la Catedral de Cuenca la solemne eucaristía con motivo de la Natividad del Señor. El prelado estuvo acompañado por algunos miembros del Cabildo Catedral en una eucaristía a la que asistieron fieles de la ciudad.

En su homilía en la seo conquense, Mons. Yanguas apuntó que «hoy nos parece asistir, sin embargo, a un voluntario intento por eliminar la Navidad de la vida de los hombres. Se desfigura el significado de estos días, se banaliza su vivencia, se sustituyen los símbolos con indudable referencia al Misterio y se popularizan modos y costumbres ajenas al espíritu navideño; se buscan sucedáneos, a veces ridículos, a las tradiciones y costumbres cristianas, se evita hasta pronunciar la palabra Navidad; se difumina en las conciencias, hasta desaparecer en algunos casos, el verdadero motivo o razón de estos días de fiesta». Para vencer estas tentaciones o desvíos del sentido cristiano de la Navidad, el obispo señaló que «la Navidad habla del amor extraordinario de Dios por el hombre y de la dignidad casi infinita con la que lo ha revestido. Se entiende así la gravedad del pecado de quien lesiona la dignidad donada al hombre por Dios. Lo hiere y lesiona su amor en aquello que más ama: el hombre que ha hecho con el trabajo de sus manos  y que ha redimido con la entrega de su propio hijo. La Navidad es afirmación del hombre, rechazo frontal de las injusticias, humillaciones, vejaciones y ofensa de cualquier clase que él pueda sufrir. Respetad al hombre, nos dice el Señor, a todo hombre, por pequeño, débil, enfermo, pobre o anciano, cercano o lejano que sea, porque en la Navidad me he hecho como él, hombre entre los hombres».

En esta línea, las palabras del prelado terminaron recalcando «que admitir el Misterio del Nacimiento del Hijo de Dios de una Madre Virgen, creer de verdad en las palabras de la Escritura que acabamos de escuchar,  comporta consecuencias de gran calado para la vida de los hombres. En el centro del Misterio que contemplamos y celebramos en este día se encuentra el Niño-Dios, el hijo de María, anunciado como alguien grande, hijo del Altísimo, hijo de Dios que recibirá de sus manos el trono de David, que ha de reinar sobre la casa de Jacob para siempre y cuyo reinado no tendrá fin».

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