Querid@s amig@s:
Con esta fiesta del Bautismo de Jesús damos fin a las fiestas de la Navidad y comenzamos el tiempo ordinario. En nuestro día a día, en nuestra vida ordinaria, tenemos que vivir todo aquello que hemos contemplado en el misterio del Dios que se ha hecho pequeño y niño para llegar a todos. También nosotros tenemos que llevar la buena noticia de Jesús a todos nuestros ambientes. Los Magos de oriente nos pueden dar una pista: ellos cambiaron la ruta de vuelta a su tierra y a su cotidianidad volviendo por otro camino. Nosotros tenemos que reiniciar toda la actividad tras estas fiestas volviendo a nuestra vida por otro camino, cambiados por el misterio de la ternura y pequeñez de Dios que nos ha sorprendido en la Navidad.
El evangelista Lucas es uno de los que más habla de Juan el Bautista. Hoy lo presenta junto al Jordán, anunciando el evangelio: viene el esperado y bautizará con Espíritu y fuego. Su bautismo, mientras tanto, es signo de la preparación ante la venida del Señor. Es un agua que limpia y purifica. El Señor trae un Espíritu que da vida y hace hijos de Dios a todos los que lo acogen. Pues bien, en esas circunstancias hace su aparición Jesús. Él se pone en medio de la multitud, sin ser distinguido por nada. Al igual que a la hora de nacer tuvo que hacerlo como alguien pobre y pequeño, pasando desapercibido. Hoy se pone en la fila de los que, por el simple hecho de hacerlo, reconocen su pecado y su deseo de prepararse ante el que viene. Jesús como uno más entre los pecadores. Así será su vida. Rodeado de pecadores, en búsqueda de los que tienen necesidad de médico: publicanos, pecadores, prostitutas. De ahí que las murmuraciones lleguen a decir de él: «Va con publicanos y pecadores y come con ellos», «es un borracho, un comilón, amigo de publicanos y pecadores»… Su vida terminará, como señala Enzo Bianchi, entre dos malhechores, condenados y ejecutados. Y siempre, siempre, hasta el final, Jesús en medio de ellos, ofreciendo salvación…
Jesús, en este momento importante de su vida, antes de iniciar el anuncio del Reino, reza y se hace bautizar por Juan. Se abre el cielo que comunica el mundo de Dios con el de los hombres. Con Jesús, el Hijo de Dios hecho hombre, se ha abierto un canal inaudito de comunicación entre Dios y el ser humano. Sobre Jesús, el hijo de María, desciende de nuevo aquel que lo engendró: el Espíritu de Dios. El que está en el origen de Jesús lo acompañará durante toda su vida. En ese momento importante de su vida, y en un contexto de oración, Jesús oirá unas palabras que vienen de Dios y que marcarán cada uno de sus pasos: «Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto». A Jesús le moverá e impulsará siempre el saberse Hijo amado y preferido de Dios. Por eso, Jesús, y esto lo subraya mucho Lucas, siempre buscará momentos para rezar, para orar, es decir, para escuchar a su Padre y vivir así conforme a su deseo, a su voluntad, porque el sueño y deseo de Dios es que el ser humano tenga vida y ésta sea vida digna, abundante, plena.
El profeta Isaías nos permite comprender lo que Jesús sintió al saberse lleno del Espíritu: sostenido por Dios, elegido y preferido de Dios. Y todo esto para llevar a cabo una misión, para ser luz de las naciones: su misión es liberadora («para que abras los ojos a los ciegos, saques a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas») y tendrá un trato delicado y cuidadoso con los débil y amenazado («la caña cascada no la quebrará, el pábulo vacilante no lo apagará»… El profeta Isaías le permitió a Jesús en su manera de comprender a Dios, en la imagen y experiencia que tuvo de Él, y en el modo de llevar a cabo su propia misión.
Los primeros cristianos y sus comunidades cristianas trataron de vivir como su Maestro, cuyo resumen más completo y más breve lo encontramos el discurso de Hechos en boca de Pedro antes de entrar en casa de Cornelio, un romano: «Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él». Y al ver que Jesús se puso en la fila con los pecadores y pasó haciendo el bien precisamente a los que cargan con el peso del pecado, los primeros cristianos abrieron sus comunidades también a los paganos, porque ni Dios ni Jesús habían hecho distinciones. La salvación de Dios es para todos, judíos y paganos, pecadores y aquellos que se creen sin pecado, sin distinción alguna.
En Jesús Dios quiso mostrar su voluntad: llevar su amor salvador a todas las personas y a todos los rincones. Jesús lo hizo buscando y juntándose con los que necesitaban experimentar el amor de Dios que convierte a quienes lo acogen en hijos adoptivos, amados como el Hijo único. Pedro y los primeros discípulos fueron capaces de dar pasos inauditos: abrirse a los paganos y ofrecerles también a ellos la Buena noticia de Jesús. Y nosotros hoy pedimos en la oración colecta de la Eucaristía: «Dios todopoderoso y eterno, que en el bautismo de Cristo en el Jordán, quisiste revelar solemnemente que Él era tu Hijo amado enviándole tu Espíritu Santo; concede a tus hijos de adopción, la perseverancia continua en el cumplimiento de tu voluntad». Por tanto, tenemos que dejarnos llenar por su Espíritu y tratar de seguir anunciando la buena noticia de Jesús, porque esta es la voluntad de Dios. La oración final nos dice cómo podemos llegar a llamarnos en verdad hijos de Dios: escuchando la palabra de su Hijo. Que vivamos siempre a la escucha de Jesús, nuestro Hermano Mayor y único Maestro.
¡¡¡Feliz domingo a tod@s!!