El Pan de la Palabra. I Domingo de Adviento

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Querid@s herman@s:

¡Entramos en el tiempo del Adviento, el tiempo de la memoria, de la invocación y de la espera de la venida del Señor! Tiempo de renovación, de despabilarnos, de abrir bien los ojos, de despertar de tantos sueños que nos atenazan y ahogan nuestra alegría y nuestra esperanza. Un nuevo año litúrgico, con su adviento inicial, que nos invita a renacer como cristianos y como comunidad: el Señor es el que lo hace todo nuevo.

Nuevo año litúrgico y con él estrenamos el leccionario dominical. Este año toca el ciclo C, en el que se lee el evangelio según san Lucas, el evangelista de la ternura de Dios. Aún recordamos el Jubileo de la Misericordia que celebrábamos hace tres años. La misericordia, la compasión, la ternura de Dios mueve la historia y nuestra vida hacia la plenitud.

Inesperada, inaudita, por caminos insospechados sucedió la venida de Jesús en su momento, y así lo será también al final de los tiempos y de la historia. En la primera venida a este mundo, con la encarnación, el anuncio de Jesús cogió a muchos por sorpresa, porque el rostro misericordioso de Dios que reflejaba en sus obras y palabras estaba olvidado, manchado, desfigurado por las autoridades religiosas judías. ¡Cuántas veces nosotros, cristianos, con más culpa los que son responsables de comunidades cristianas, desfiguramos el rostro misericordioso del Padre Dios! Este año será una oportunidad nueva para volvernos a adentrar tomados de la mano de Lucas en el misterio de Jesús y poder desentrañar un poco más el amor misericordioso, compasivo y entrañable de Dios. Atrevámonos como creyentes y como parte de comunidades cristianas a dejar que Dios, el de verdad, el de la misericordia, entre hasta el fondo y lo renueve todo. ¡No tengamos ningún miedo! Él sabe lo que hace y cómo ha de llevarlo a cabo con cada uno de nosotros y con su Iglesia. Simplemente escuchemos lo que nos quiere decir y dejémosle hacer.

Al final de los tiempos, como dice las lecturas de este domingo, Jesús también vendrá de improviso. Por eso hay que estar atentos, no hay que dejar que el tedio y la rutina se apoderen de nuestra vida y le hagan perder el ritmo. Para ello, el Señor, puntual, llega como cada Adviento para hacer sonar su despertador y decirnos: ¡Despierta! ¡Levántate! Está más cerca tu liberación. «Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para manteneros en pie ante el Hijo del hombre». Tiempo para abrir los ojos hoy y tiempo de pedir, de rezar con más intensidad. Dejemos que Dios nos lleve por donde el papa Francisco nos indica caminando delante de nosotros: son caminos con olor a Evangelio, a Reino, a mundo nuevo y mejor; son caminos que llevan alegría profunda y verdadera para nuestro mundo tan urgido. «Tened cuidado: no se os embote la mente…» ¿Qué es lo que me embota la mente? Quizás no sean grandes vicios, pero sí el miedo, el cansancio, el desánimo, la desesperanza… ¡Tengamos cuidado!

Estas advertencias de tener cuidado y estar siempre despiertos no deben ocultar que lo que esperamos es que se cumplan las promesas que Dios hizo a la casa de Israel y a la casa de Judá. A nosotros el Señor nos prometió volver en gloria como Hijo del hombre e instaurar su reino de justicia y de verdad. Él viene cargado de proyectos de Reino, de fraternidad, de vida para todos. Él no viene a destruir a nadie, sino a llevar a plenitud el sueño y proyecto de Dios, acabando con toda injusticia.

Mientras esperamos al Señor, el texto más antiguo del Nuevo Testamento nos invita a dar el único testimonio creíble de Dios: amarnos entre nosotros, en nuestras comunidades cristianas, y amar a los que no son de los nuestros. Este comportamiento nos fortalecerá, como nos decía Jesús en el evangelio, para estar en pie y bien dispuesto cuando Él, nuestro Señor, vuelva acompañado de todos sus santos.

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