El Pan de la Palabra. II Domingo de Cuaresma

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Querid@s amig@s:

Segunda etapa en nuestro camino cuaresmal, y este año de la mano del evangelista Lucas. Si el domingo pasado nos presentaba el relato de las tentaciones y nos invitaba a tomar conciencia de que, en el camino de la vida, como hijos de Dios al igual que Jesús, vamos a encontrar a cada paso la posibilidad de apostar por el tener y acumular egoístamente, por dominar y buscar el poder sobre los demás, por desear manipular a Dios y su proyecto del Reino a favor nuestro, este segundo domingo de Cuaresma, fiel a su cita, Lucas nos presenta el episodio de la transfiguración de Jesús e ilumina así el camino elegido por Jesús en el que se nos invita cada día a entrar.

En el camino a Jerusalén, que para Jesús es “éxodo”, camino de liberación, camino hacia Dios, sube a lo alto del monte para rezar con tres de sus discípulos más allegados, Pedro, Santiago y Juan, los mismos que llevará consigo a un lugar apartado a orar en la noche de Getsemaní. Es en la oración donde Jesús va a encontrar siempre la luz necesaria para hacer la voluntad de su Padre Dios. Oración que siempre es respuesta a Dios que habla. En este caso, Jesús va a releer las Escrituras, a Moisés (la Torá) y a Elías (los Profetas), y con ellos va a entablar un diálogo (“de repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su éxodo, que él iba a consumar en Jerusalén”). En la escucha de su Padre Dios, que habla en las Escrituras, y en el diálogo consiguiente, Jesús va a descubrir el proyecto de Dios, su mano providente, su cercanía maternal. Ahí va a encontrar la fuerza necesaria y la luz para hallar el camino a seguir y decidir avanzar por él. En esa oración, Jesús va a renovar la experiencia que mueve cada paso de su vida: es el Hijo elegido, predilecto, amado. Así Jesús alimenta su identidad de Hijo descubierta en el bautismo, en el Jordán junto a la desembocadura en el Mar Muerto, el lugar más bajo de la tierra a cielo abierto (-400 m bajo el nivel del mar). Como dice Ángel Moreno de Buenafuente, “si en el lugar más bajo y en el monte alto aparece la misma declaración, la misión a la que Jesús es enviado queda respaldada totalmente en toda latitud y altura por su Padre. Este es el secreto del Nazareno, quien en los momentos más complejos, recios y deprimidos de su vida se dirige a Dios con la expresión más íntima: “Y decía: ‘¡Abba, Padre!; todo es posible para ti; aparta de mí esta copa; pero no sea lo que yo quiero, sino lo que quieras tú’”.

La experiencia que en el bautismo Jesús hizo de ser el Hijo amado y preferido de Dios hoy se abre también a sus discípulos. Ellos tienen que comprender que Jesús está en el camino correcto, el que logró abrir un camino novedoso al vencer las tentaciones, las que experimentó cada día de su vida: el camino hacia Jerusalén, el camino por la vida, es camino que se abre a la plenitud y a Dios solo a través de la gratuidad y la generosidad de compartir y gastar la vida, por medio del servicio que hace del otro un igual con tanta dignidad como para inclinarse ante sus pies, mediante la búsqueda constante de la voluntad de Dios, sin que querer manipularlo ni marcarle el camino.

La voz del cielo que escucharon los discípulos en el monte alto se nos dirige también a nosotros hoy: “Éste es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo”. Eso nos corresponde a nosotros, que también caminamos por la vida, que, como hijos de Dios amados desde el día de nuestro bautismo, tenemos que aprender a pasar por ella venciendo la tentación de acumular bienes, de dominar a los demás y de manipular a Dios. Escuchemos a Jesús, que con su vida nos enseña a trazar caminos imposibles en medio de las dificultades de la vida. La oración que parte de la escucha de Dios y busca entablar un diálogo amistoso es fundamental para descubrirnos hijos amados, para ver que en las manos divinas nuestras vidas están condenadas a triunfar a pesar de las cruces que se presenten y con las que haya que cargar.

El Dios del que nos fiamos, del Dios de Jesús, es el Dios de Abrahán, el que responde siempre a nuestra falta de fe e incredulidad con una generosidad sorprendente. A Abrahán, que duda, le promete lo imposible: una descendencia incontable como las estrellas del cielo o la arena del amar. Y aunque Abrahán apenas tuvo dos hijos, Ismael e Isaac, hoy miles de millones de judíos, musulmanes y cristianos lo confesamos nuestro padre en la fe. Dios siempre nos gana en generosidad, Dios siempre cumple su palabra, Dios siempre nos sorprende.

Que en esta Cuaresma busquemos ratos de oración, como nos pedía Jesús el miércoles de ceniza, y que convirtamos la escucha de Jesús en alimento de nuestro espíritu, para que profundicemos en nuestra identidad de hijos amados de Dios y aumente nuestra confianza en su providencial compañía.

Que la escucha atenta de la Palabra de Dios guíe nuestros pasos mientras avanzamos hacia nuestra verdadera ciudad, que es el cielo, de donde somos oriundos, y nos vaya transformando y transfigurando en lo que realmente somos, hijos amados de Dios según el modelo de Jesús, el Hijo, el Elegido.

¡¡¡Feliz camino de Cuaresma!!! ¡¡¡Feliz domingo en familia!!!

P.D.: Rezamos por nuestros seminaristas y colaboramos este domingo con nuestro seminario diocesano. Pedimos que los seminaristas sean hombres de oración que se dejen transformar, transfigurar cada día por la Palabra, que es Jesús, el único Maestro y modelo a seguir.

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