El Pan de la Palabra. II Domingo de Pascua

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Segundo domingo de Pascua, se cierra la Octava de Pascua que nos ha permitido entrever la eternidad a través de la puerta que la resurrección de Nuestro Señor Jesucristo ha abierto. Domingo de la Divina Misericordia, fiesta que gracias al papa santo Juan Pablo II se ha hecho universal.

Santa Faustina Kowalska, monja polaca de comienzos del siglo XX, Apóstol de la Misericordia. Hace tres años el papa Francisco nos invitó con un Año de la Misericordia a sumergirnos en el misterio de Dios-Misericordia. Está muy bien que echáramos mano de la experiencia de otros creyentes como esta santa polaca que antes que nosotros han experimentado la misericordia de Dios en sus vidas. De todos modos, como dice el papa Francisco, para contemplar el rostro de la misericordia de Dios hemos de fijarnos ante todo en Jesús de Nazaret.

La antífona de entrada de la eucaristía: «Alegraos en vuestra gloria, dando gracias a Dios, que os ha llamado al Reino celestial. Aleluya» y el salmista: «Dad gracias al Señor, porque es bueno, porque es eterna su misericordia» nos invitan desde el principio a dar gracias a Dios, y el motivo principal es porque nos ha llamado al Reino, porque su misericordia es eterna.

Domingo, día del Señor, día de la Resurrección, día en que actuó y actúa el Señor. Día central para la vida del creyente, quicio sobre el que debería girar nuestra vida. Deberíamos decir como los mártires del domingo, cristianos de Abisinia en el África proconsulado que murieron a manos de Diocleciano: «¡No podemos vivir sin celebrar el día del Señor!». Ellos murieron por contravenir las órdenes imperiales que prohibían poseer textos sagrados y reunirse para la liturgia. En Abisinia hacia el 303 una pequeña comunidad de 49 cristianos se reunían en casa de uno de ellos para celebrar la Eucaristía dominical. Ante los interrogatorios, Félix, un lector, responde al procónsul: “¡Un cristiano no puede existir sin celebrar los misterios del Señor y los misterios del Señor no se celebran sin la presencia de los cristianos! El cristiano vive de la celebración de la liturgia… Sábete que cuando oigas el nombre <cristiano> es uno que se reúne con otros hermanos ante el Señor, y cuando oigas hablar de <reuniones>, reconoce en ellas el nombre de <cristiano>”.

Esta misma experiencia la vive Juan, el vidente, que está desterrado en la isla de Patmos por haber predicado la palabra de Dios y haber dado testimonio de Jesucristo. En medio de esas circunstancias, Juan, en el domingo, en la liturgia de su comunidad, experimenta la presencia del Resucitado en medio. Es la presencia misteriosa que permite comprender los designios de la historia. Jesús, con su muerte y resurrección, arroja una luz muy especial que permite ver de otro modo todo lo que acontece: la pasión de Jesús es signo de resurrección; sus heridas nos curan y salvan; su muerte da vida… Por eso el Resucitado se le presenta a Juan tocándole el hombro:

+ le quita sus miedos, por otro lado muy lógicos puesto que está sufriendo destierro y persecución y su vida corre peligro:»¡No temas!»;

+ se le presenta vivo y le muestra todas sus credenciales: «Yo soy el primero y el último, yo soy el que vive… Y tengo las llaves de la muerte y del abismo». Jesús muerto y resucitado lo envuelve todo, y puede darle sentido a todo, pues es el primero y el último y nada de lo que hay en medio tiene sentido sin la clave que lo sustenta: Jesús es la piedra angular;

+ le desvela el sentido último de la historia y de lo que él y su comunidad está experimentando: «escribe lo que veas».

Es el domingo en que los primeros discípulos tienen la experiencia de Jesús resucitado, en la casa donde estaban reunidos, todos en grupo. Tomás, que no está junto a los hermanos, no experimenta la presencia del Señor vivo en medio de los suyos. ¿Qué hace Jesús Resucitado en medio de los suyos?

+ Se presenta regalando la paz: la paz que significa perdón, la paz que se trabaja y se construye luchando con la no violencia contra la injusticia, la paz que Cristo ha conquistado no con las armas, sino con su entrega en la cruz, con su amor derramado hasta el extremo;

+ Se presenta mostrando sus señas de identidad que ahora son las marcas de la pasión: enseña sus manos y el costado. El Resucitado es el Crucificado, y las marcas de su cuerpo son ahora heridas que dan vida y sanan, son puertas que nos abren al amor misericordioso de Dios manifestado en Jesús.

+ Este Jesús envía a sus discípulos, les invita a salir de sus cerrazones y de sus miedos, e ir al mundo como el Padre quiere, como el Padre lo envió a él.

+ Jesús los envía y los cualifica, les da la fuerza que movió toda su vida, el Espíritu de Dios, el gran regalo del Resucitado a los suyos tal como se lo había prometido. Su misión, movida por el Espíritu, es perdonar pecados como Jesús, como Dios quiere. Dios regala el perdón sin reproches, Dios quiere que el pecador se convierta y viva, Dios gusta de hacer fiesta con aquellos que se abren a su amor senador y liberador.

Una semana después, tal día como hoy, Jesús vuelve a hacerse presente, como también lo hace hoy, en medio de los suyos. Ahora está Tomás, el que fuera de la comunidad no puede hacer experiencia del Resucitado. Porque el domingo es día del Señor y día de los hermanos. Jesús vuelve a presentarse y se encuentra de nuevo a sus discípulos encerrados. Les cuesta salir de sus miedos. El Resucitado no se cansará de hacerse el encontradizo e ir sanando sus corazones para que puedan acoger la fuerza del Espíritu y salir de sí mismos para ir a los demás con la misión de perdonar, de reconciliar a los hombres y mujeres con este Dios que es misericordia, que es compasión, que es amor extremado. Tomás no se fio del testimonio de sus compañeros, tuvo que hacer su propio camino de fe. Pero quien busca junto a los hermanos, aunque la mayoría de las veces sea a tientas, termina por hacer su propio camino y su propia experiencia del Resucitado. Tomás termina haciendo la más hermosa y sincera confesión de fe: ¡»Señor mío y Dios mío»!. Jesús es nuestro Señor y Dios.

¿Y nosotros? ¿Qué supone para nosotros el domingo? ¿Un día más? ¿Un día en el que la Eucaristía puede cambiarse por «un plan mejor»? ¿Es una buena costumbre? ¿O el domingo es el centro de nuestra semana, el momento de encontrarnos con los hermanos que como vemos en el evangelio de hoy muchas veces viven encerrados, en medio de miedos y temores?

Que este domingo de la Divina Misericordia nos lleve a hacer experiencia del Resucitado en la Eucaristía de nuestra comunidad de referencia, que podamos mirar a los demás como hermanos y celebrar todos al rededor del Resucitado que siempre ocupa el centro para partir con nosotros el pan, pero también para iluminar nuestros ojos y llevarnos a comprender mucho mejor los pasos de nuestra vida y nuestra historia hasta el gran día de la Resurrección final. Que aprendamos todos a valorar y vivir el domingo como el gran regalo de Dios y como una necesidad para que nuestra vida tenga ritmo, luz y alegría.

Que la paz de Cristo Resucitado esté con todos vosotros y habite en vuestros corazones.

¡¡¡¡¡Feliz domingo in albis, domingo de la Misericordia!!!!!

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