El Pan de la Palabra. II Domingo del Tiempo Ordinario

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El evangelio de este domingo está tomado de Juan. El cuarto evangelista nos presenta a Jesús realizando, al inicio de su ministerio, un primer signo muy elocuente de lo que va a ser la vida y misión suya. El milagro de las bodas de Caná presenta el programa de la misión que Jesús ha recibido de su Padre Dios. Él viene a celebrar el amor de Dios y lo va a hacer presentándose como el Esposo que viene a desposar a toda la humanidad, mostrándole así hasta donde llega el amor y la compasión de Dios. El amor de Dios que Jesús muestra y celebra en una boda y con un vino excelente y cuantioso que se regala son signo de lo que va  a ser la vida de Jesús: una entrega total, sin medida, hasta el final de su vida, hasta la cruz, donde nos los da todo, su mismo Espíritu. Por tanto, el marco y las circunstancias iniciales de la vida pública de Jesús (unas bodas donde hay fiesta y alegría, y un vino abundante y excelente) nos hablan de que la misión de Jesús está tocada y movida por el amor y en ella no hay lugar más que para la alegría desbordada. Veamos cómo el resto de las lecturas nos pueden ayudar a profundizar en este evangelio tan manido en las bodas y tan poco comprendido en su sentido más profundo (=en Jesús Dios ha venido a declararte su amor y a celebrar un desposorio contigo, conmigo, con toda la humanidad):

+ El profeta Isaías en la primera lectura habla al pueblo de Israel un tiempo después del regreso del exilio en Babilonia. La reconstrucción de Jerusalén y del Templo no está siendo ni tan rápida ni espléndida como imaginaban. La contemplación de una ciudad medio en ruinas que había sido el orgullo de Israel, con su Templo en medio de ella, invita a pensar que Dios ha abandonado y ha vuelto la espalda a su pueblo. Éste tiene la tentación de sentirse una esposa abandonada y maltratada por Dios. En este contexto el profeta alza la voz en nombre de Dios que quiere declarar de nuevo el amor a su pueblo. Lo que mueve a Dios es justamente el amor: “Por amor de Sión no callaré… Por amor de Jerusalén no descansaré”. Dios quiere celebrar bodas con su ciudad santa. Ella será su favorita, será desposada, trae en su mano una corona y una diadema reales para adornar la cabeza de la novia.

+ Ante esta escena de amor de Dios por su pueblo, un amor siempre traicionado por Israel, nunca por Dios, el salmista nos invita a unirnos a la alegría y a la fiesta de las bodas de Dios con su pueblo mediante un cántico nuevo que proclamen las maravillas del Señor. Toda la tierra está invitada a entonar este canto, porque toda la tierra está destinada a la salvación que Dios trae.

+ Jesús será el Esposo que viene a hacer realidad este anuncio de Isaías y de todo el Antiguo Testamento. Con Jesús llega el momento culminante en que se celebran estas bodas entre Dios y su pueblo. El texto que hoy nos presenta la liturgia, al igual que todo el evangelio de Juan, es muy profundo y ofrece una serie de elementos muy ricos de simbolismo:

          · Jesús ocupa el centro de la escena en todo momento, junto a su madre. No son los novios. Nadie se acuerda de ellos. Dice a su madre que aún no ha llegado su hora. La hora de Jesús en este evangelio es la de la manifestación de su gloria, y esa llega en el momento de su muerte en cruz. Precisamente, la entrega de la vida en la cruz es el mayor signo del amor de Dios manifestado en Jesús, su Hijo amado, un amor vivido hasta el extremo, sin medida. La muerte en la cruz de Jesús sella la alianza de bodas, la alianza definitiva entre Dios y su pueblo.

         · María que es presentada como madre de Jesús, pero ante todo es calificada por su hijo como mujer, más que madre. Ella es mujer que sabe estar atenta a los demás y mujer que conoce perfectamente a su Hijo. Ella sabe de lo que Jesús es capaz, porque lo ha escuchado, lo ha acompañado en su crecimiento, ha guardado tantas cosas difíciles de comprender en su corazón… Ella es mediación fundamental para que su Hijo actúe en esta situación que está condenada al fracaso…

         · Los discípulos acompañan a Jesús, ven a su Maestro actuar y crece en ellos la confianza, la fe.

         · Un banquete de bodas sin vino, por tanto sin ese elemento que significa fiesta y alegría; seis tinajas destinadas a las purificaciones, que simbolizan el judaísmo que es incapaz de introducir en la fiesta y la alegría… La manifestación de Dios tiene lugar en un contexto nupcial, por tanto de alegría, amor y entrega mutua: Jesús viene a desvelar que la relación con Dios ha de estar marcada por una entrega total, por el amor y por la alegría, y no por una religiosidad de observancia y purificación. Jesús dirá en otro evangelio que “a vino nuevo, odres nuevos”. El vino de Jesús es excelente, sorprende al mayordomo que no sabe ni por dónde le vienen dadas; el vino de Jesús permite que la boda sea en verdad alegre y sea fiesta abundante…

Así comenzó Jesús a manifestar su gloria, pero la manifestación verdadera será la de la muerte en cruz. Ahí Jesús, manifestando un amor vivido hasta el extremo, nos dará su Espíritu, nos bautizará en Espíritu, como decía Juan Bautista el domingo pasado, y nos permitirá descubrir que somos amados por Dios como verdaderos hijos suyos. Hijos muy diferentes y con talentos y dones muy dispares, pero hijos que comparten el mismo Espíritu, como dice San Pablo en la segunda lectura de hoy. Diferentes, pero iguales, llamados a buscar el bien común poniendo al servicio de los demás los dones recibidos de Dios.

Que todas las Eucaristías las vivamos como banquete de bodas donde Dios no solo nos regala su pan, alimento básico, sino que también nos ofrece su vino, que es signo de alegría y se convierte en sangre de la alianza nueva y eterna, alianza nupcial, derramada por Jesús para regalarnos el perdón y abrirnos al amor de Dios.

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