Querid@s amig@s:
Seguimos avanzando en el camino que nos conduce a la Pascua. Es el camino que se nos regala cada Cuaresma para disponernos a celebrar las fiestas que ponen en juego el centro de nuestra fe. Pero también es el camino que se convierte en parábola de nuestra vida, de nuestra peregrinación hacia la tierra de promisión, el Reino que Dios Padre tiene preparado para todos sus hijos.
La liturgia del miércoles de ceniza nos invitaba a aprovechar este tiempo favorable, tiempo de salvación revisando todas nuestras relaciones: con Dios, con los otros y con nosotros mismos. El primer domingo de cuaresma nos presentaba las tentaciones que vivió Jesús durante todo su vida y que nosotros también experimentamos como hijos de Dios que somos. El segundo domingo nos recordaba nuestra condición de ciudadanos del cielo, destinados como Jesús a transfigurar nuestra pobre condición tocada tantas veces por la debilidad y la fragilidad. Este tercer domingo de cuaresma del ciclo C, según se acerca al corazón de la cuaresma y del evangelio que proclamaremos el cuarto domingo con la parábola del Padre bueno, nos pone delante la misericordia de Dios, una misericordia que no es abstracta ni se queda en una bella palabra, sino que se acerca al que sufre y se concreta en acciones liberadoras.
Ciertamente la misericordia es la esencia de Dios: una misericordia que es la inclinación a sentir compasión por los que sufren y ofrecerles ayuda. Esta definición que encontramos en cualquier diccionario se nos narra hoy en la primera lectura: el Dios de Israel es el Dios sensible al sufrimiento de un atajo de hombres y mujeres explotados en Egipto por el faraón de turno. Es un Dios de oídos despabilados y ojos abiertos que se conmueve ante el sufrimiento de los descendientes de José, el hijo de Jacob, el nieto de Isaac, el biznieto de Abrahán. Es un Dios que ha dado su palabra a Abrahán al inicio de su historia con el ser humano y no abandona a la descendencia de Abrahán, su amigo. Es un Dios compasivo y misericordioso, como nos invita el salmo responsorial al cantar. Es un Dios que perdona, cura, rescata y, ante todo, colma de ternura. Es un Dios tierno. El papa Francisco nos está invitando a todos en este año de gracia del Jubileo de la misericordia a secundar la revolución de la ternura de Dios.
El evangelio de este domingo también pone la misericordia de Dios como trasfondo de todo lo que acontece. Una misericordia que Jesús narra con sus hechos y palabras, como dice el papa Francisco en El rostro de la misericordia. Hoy lo narra con una parábola como respuesta a unos comentarios que le hacen a Jesús sobre unos acontecimientos desgraciados del momento. Jesús invita por dos veces a convertirse, a cambiar, para no desperdiciar y perder la vida. Y lo que subraya de Dios es lo que el salmista describe con la expresión «el Señor es lento a la ira». Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva. Dios es tremendamente paciente y espera lo mejor de nosotros. Espera frutos y para ello a mandado a su Hijo. Jesús es el que muestra cómo es la misericordia de Dios, su compasión, su pasión por los hombres. Es un Dios que nos «deja todavía este año», que nos ha regalado esta cuaresma, que nos cava, riega y abona con su Palabra, paciente y eficaz. Dios nos concede una nueva oportunidad para la conversión. Vivimos en el tiempo de la paciencia de Dios, más aún, vivimos en el tiempo de la misericordia de Dios. ¿Vas a dejar pasar de largo esta oportunidad irrepetible?
Que la celebración de este domingo nos haga gustar la misericordia del Señor, que nos permita gustar su ternura en su Palabra llena de vida, en su Pan fraternal, partido y repartido, y en nuestros hermanos y hermanas que caminan hacia la Pascua, hacia el Reino, en actitud de conversión.
¡¡¡¡¡Feliz domingo a toda@s!!!!!
