El Pan de la Palabra. IV Domingo de Cuaresma

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Querido@s amig@s:

En pleno corazón de este tiempo de gracia, como es la Cuaresma, la Palabra de Dios nos toma de la mano y nos conduce hasta el mismo corazón de Dios. Hace ya tres años, el papa Francisco en la bula de convocatoria del Jubileo de la Misericordia El rostro de la misericordia nos decía que en las tres parábolas del capítulo 15 de Lucas «encontramos el núcleo del Evangelio y de nuestra fe, porque la misericordia se muestra como la fuerza que todo lo vence, que llena de amor el corazón y que consuela con el perdón… En estas parábolas Dios es presentado siempre lleno de alegría, sobre todo cuando perdona». La «misericordia de Dios» es «el corazón palpitante del Evangelio».

Por eso, como nos invita el salmista este domingo a experimentar con los sentidos, queremos gustar y ver qué bueno es el Señor. Se trata ciertamente de saborear, gustar, experimentar, ver, contemplar la misericordia de Dios.

Una recomendación que nos puede ayudar a comprender el evangelio de hoy es la de abrir todos los sentidos y saborear cada una de las palabras y gestos del padre de la parábola. Escuchemos esta lectura tan conocida como si fuera la primera vez. Que nos sepa a nueva, que nos dejemos sorprender por este padre cuyo comportamiento es un escándalo. ¿Por qué no nos escandalizamos hoy del comportamiento de este Dios tan desconcertante que se muestra en el rostro, o mejor dicho, en las entrañas de este padre que tenía dos hijos?

La primera lectura tomada del libro de Josué nos da un trasfondo sobre el que comprender la parábola del Padre bueno. Solemos comparar a Jesús con Moisés y escuchamos que para muchos Jesús se presentó como el nuevo Moisés. Pero en muchos textos de los Evangelio podemos descubrir tras Jesús a este otro personaje, a Josué. En primer lugar, comparten el mismo nombre, aunque uno es en arameo y otro en hebreo. Josué fue el personaje que introdujo al pueblo de Dios en la tierra prometida, la tierra que mana leche y miel, Jesús es el que nos ha introducido en el Reino de Dios, y en este señorío el Dios que reina es un PADRE CON ENTRAÑAS DE MADRE. La verdadera tierra de promisión es el amor de Dios. Nuestra vida no deja de ser una peregrinación con la que el Señor nos quiere conducir hasta el misterio de la misericordia y de la compasión de Dios. Los israelitas que entran en la tierra de Canaán celebran la fiesta de la Pascua en la estepa de Jericó, el hijo pequeño que vuelve a casa y el mayor que regresa del campo a la casa también son invitados a celebrar una fiesta grande, en torno a una mesa con cantos y ternero cebado. Una fiesta de hombres y mujeres libres con una tierra donde vivir una vida digna; una fiesta de hermanos en la que todos estamos invitados a entrar, hijos mayores e hijos pequeños.

La segunda lectura de la segunda carta a los Corintios dice cosas semejantes al Evangelio, pero con un lenguaje más teológico. La parábola la cuenta Jesús, porque en su afán por llevar a todos, sin hacer distinción, hasta Dios, comía con pecadores, publicanos, prostitutas, y también con fariseos. Así lo cuenta el evangelio de Lucas. De ese modo, mediante Jesús, el Hijo de Dios, el rostro de la misericordia de Dios, éste nos reconcilió a todos consigo. Los hijos pequeños y los hijos mayores están invitados a la misma fiesta, a celebrar la misma alegría, a vivir en la casa del mismo Padre que no hace distinciones y que no se cansa de ofrecer su abrazo entrañable, su casa abierta, su mesa preparada; es el padre que sale cada día a otear el horizonte y a esperar al hijo cabeza loca, pero también es el padre que sale de la fiesta para invitar a entrar al hijo mayor, orgulloso, soberbio y excesivamente cumplidor.

El padre no le deja al hijo pequeño disculparse, echar su discurso, porque antes de empezar casi a hablar lo ha cubierto de besos, abrazos, le ha pedido el mejor vestido, el anillo, las sandalias nuevas… San Pablo nos dirá que «Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo consigo, sin pedirle cuentas de sus pecados».

El padre no acoge a su hijo pequeño, tal como él había esperado, como el último de sus jornaleros. El padre lo recibe y lo acoge de nuevo como hijo: «El que es de Cristo es una criatura nueva. Lo antiguo ha pasado, lo nuevo ha comenzado». Y lo nuevo es que nos podemos encontrar con un rostro de Dios que jamás habíamos intuido ni gustado, el Dios que se alegra y hace fiesta por cada uno de sus hijos.

Si saboreamos la misericordia de Dios, su abrazo entrañable, sus besos tiernos a pesar de nuestras infidelidades y pecados, si gustamos y vemos qué bueno es el Señor, no sólo bendeciremos y alabaremos siempre a Dios, sino que nos convertiremos también nosotros en testigos del amor y la misericordia entrañables de Dios. Como dice san Pablo, «Dios nos encargó el ministerio de la reconciliación… A nosotros nos ha confiado la Palabra de la reconciliación».

Que la liturgia de este domingo nos dé el empujón suficiente para decidirnos a abandonarnos en el misterio de la misericordia de Dios. Que podamos gustar hoy y cada día de la compasión entrañable de nuestro Dios, su misericordia paciente e infinita.

¡¡¡¡¡Feliz domingo a tod@s!!!!!

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