El Pan de la Palabra. IV Domingo del Tiempo Ordinario

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El evangelio que proclama la liturgia en este domingo es continuación del que escuchábamos el domingo pasado. Jesús sigue en la sinagoga de Nazaret participando en la celebración judía del sábado. Este sábado, como hacen habitualmente, han leído un texto de la Torah, y a la hora de escuchar a continuación un trozo de los profetas han visto cómo se levantaba para hacerlo Jesús, al que todos conocían desde niño. Le han entregado el rollo del profeta Isaías. Jesús es un gran conocedor de las Escrituras. Durante su estancia con el Bautista ha debido pensar y repensar su vida a la luz de las palabras de Juan, su maestro durante un tiempo, y a la luz ante todo de las Escrituras. Por eso, su comentario al texto elegido es tan claro y tan breve: «Hoy se cumplen las Escrituras que acabáis de escuchar».

La misión de Jesús no es fácil. Anunciar un año de gracia supone romper muchos esquema; construir un mundo mejor contando con los más olvidados, con los que cargan sobre sus espaldas el pecado y la injusticia del mundo, sin tener en cuenta su procedencia, su piel, su religión… Por eso, la primera lectura de hoy nos puede ayudar a ver cómo Jesús pudo asumir estas dificultades y este desafío: como Jeremías, Jesús se siente elegido desde siempre, antes del seno materno es Hijo de Dios, es fruto del Espíritu de Dios, y su misión está destinada a todos. Jesús se siente enviado, en la senda de los grandes profetas, para llevar el año de gracia del Señor, la buena noticia de su misericordia a todos los hombres y mujeres. Jeremías fue uno de los profetas que más sufrió sobre sus carnes el tener que anunciar un mensaje duro a un pueblo que se encaminaba a marchas forzadas hacia la destrucción y que no quería oír mensajes que le invitaran al cambio y a la conversión. Este texto nos sumerge en la experiencia vocacional de Jeremías: se siente profeta desde siempre; se siente enviado a los gentiles por Dios mismo; y sabe que que tiene que prepararse (ceñirse los pies, ponerse en pie…) para anunciar un mensaje ante los poderosos (reyes, príncipes de Judá, sacerdotes) y ante todo el pueblo (gente del campo). El Señor le dará su fuerza para que lleve a acabo su encargo (hoy te convierto en plaza fuerte, en columna de hierro, en muralla de bronce…

La experiencia de Jeremías y de Jesús la resume el salmista: «Mi boca contará tu salvación, Señor». Ambos tuvieron que cantarla salvación de Dios; ambos se sintieron instruidos por el mismo Dios, desde su juventud; ambos relataron sus maravillas, todo el día anunciaron su salvación.

A la luz de Jeremías y del salmista, podemos comprender un poco mejor cómo Jesús tuvo que vivir su misión, y en concreto este momento en la sinagoga de Nazaret. Él, el paisano que todos conocían, les asombra, pero les confunde. ¿Dónde está el día de la venganza del Señor? ¿Por qué tiene que anunciar una salvación para todos? Esto será una constante siempre en la vida de Jesús: romper fronteras, traspasar límites para llevar a todas partes la salvación de Dios. Por eso, Jesús se ve reflejado en Elías y en Eliseo, dos grandes profetas, que llevaron el anuncio de Dios a una viuda extranjera (marginada por mujer, por extranjera y por viuda) y a un leproso extranjero (marginado por extranjero y leproso).

En este año de gracia que es el Jubileo de la misericordia y en estos momentos que vive la Iglesia en que el papa Francisco nos pide ir con el Evangelio de la misericordia hasta todos los márgenes, a las periferias, debemos encontrar fuerza para afrontar las dificultades y obstáculos que nos vamos a encontrar en toda esta cadena de testigos: Elías, Eliseo, Jeremías y, ante todo, Jesús de Nazaret. El Señor nos dice como a Jeremías: «No tengáis miedo… No os podrán, porque yo estoy con vosotros para libraros». Dios quiere un mundo sin márgenes ni marginados, un mundo en el que todos puedan descubrir el regalo de ser hijos amados del buen Padre Dios y hermanos unos de otros.

Que la celebración de la Eucaristía de este domingo nos lleve a saborear el amor de Dios que es como el que Pablo dibuja en la segunda lectura de hoy: afable, paciente, sin límites. Que esta celebración nos introduzca en el amor de Dios que no pasa nunca.

¡¡¡¡¡¡Feliz domingo a tod@s!!!!!

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