Querid@s amig@s:
Hoy es un día muy, muy especial. Día del amor fraterno, día de la Eucaristía (la mesa de los hijos e hijas de Dios, donde se debe vivir desde la actitud del servicio, como el Maestro), día de la institución del sacerdocio (aquellos hermanos que presiden las comunidades cristianas desde la actitud del que sirve)…
Hoy es un día para entrar en el cenáculo con Jesús, el Señor, sentirse verdaderamente discípulo suyo, tomar el puesto en la mesa que él ha preparado con tanto esmero y escuchar lo que nos decía en la pasión según san Lucas que leíamos el domingo de Ramos: «He deseado enormemente comer esta comida pascual con vosotros, antes de padecer, porque os digo que ya no la volveré a comer, hasta que se cumpla en el Reino de Dios». Palabras que suenan a gozo por el compartir con los amigos, a despedida ante su final próximo y aceptado con este gesto, y a esperanza, puesto que habrá un nuevo reencuentro en la mesa del Reino de Dios. Dejémonos impresionar por sus palabras y sus gestos, metámonos en el papel de discípulo de Jesús, y guardemos todo ello en nuestro corazón para pensarlo y recordarlo una y otra vez y no dejar de asombrarnos por el gesto de entrega total y consciente de Jesús, el Hijo de Dios.
Jesús come con sus discípulos en el contexto de la fiesta de Pascua. La primera lectura nos invita a meternos en la piel de un hebreo que está sufriendo la esclavitud en Egipto y que es invitado a comer la pascua, su fiesta de pastores, en un nuevo contexto. Ahora ya no se trata de comenzar el camino en busca de nuevos pastos para sus ganados en la primavera. Ahora se trata de comenzar el camino que les va a llevar a una tierra que mana leche y miel donde podrán vivir en libertad.
Jesús y sus discípulos también son judíos que han celebrado muchas veces la pascua. Pero hoy tendrá un sentido nuevo, porque las palabras y los gestos de Jesús, y sobre todo su entrega en la cruz le va a conferir a la pascua judía de sus amigos un sentido nuevo: una nueva alianza, definitiva, de Dios con su pueblo. La muerte de Jesús es una muerte que genera vida y VIDA con mayúsculas. Es la muerte por amor. De esto nos habla el evangelio de Juan, donde en la última cena Jesús realiza un gesto que sorprende y que se convierte para sus discípulos en un ejemplo que han de seguir. Nos resuenan aún las palabras de Jesús en el domingo de Ramos: «El primero entre vosotros pórtese como el menor, y el que gobierne, como el que sirve… Pues yo estoy en medio de vosotros como el que sirve». Hoy lo vemos tomando el lugar del siervo y lavándonos los pies. Dándonos ejemplo: «Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».
Por esta razón, san Pablo, a su comunidad le pide que cada vez que se reúnen para celebrar la eucaristía, proclamen la muerte del Señor hasta que vuelva. Proclamar la muerte de Jesús, es morir como él: servir, amar hasta el extremo, entregarse a los demás por amor, perdonar, compartir lo que somos y tenemos…
Éste es el memorial de nuestra fe, esto es lo que nosotros estamos llamados a vivir cada vez que participamos de la mesa del Señor. Que este jueves santo, sentados en la mesa del Señor, podamos seguir profundizando en el misterio de amor de Jesus por nosotros.
Un fuerte abrazo a tod@s en el día del amor fraterno. ¡¡¡Feliz día!!!
