Querid@s amig@s:
Ya estamos llegando al final de la Pascua. Con este domingo y el próximo celebramos dos solemnidades (la Ascensión del Señor y Pentecostés) que son la cara y la cruz de la misma fiesta. La ascensión de Jesús inaugura un tiempo nuevo en que su comunidad, la Iglesia, se tiene que empeñar en la tarea del Reino impulsada e iluminada por la fuerza y la luz del Espíritu.
La tarea del Reino es el encargo y la misión que Jesús nos ha dejado a sus discípulos. No otra. El anuncio del Evangelio de la Misericordia tal como él mismo lo hizo, con palabras y con acciones senadoras, liberadoras, perdonadoras. La tentación que a veces vivimos es la que muestran los discípulos en el pasaje del libro de los Hechos que hoy se lee:
+ «¿Es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?»: durante la vida terrena de Jesús siempre los discípulos soñaron con un mesías político, poderoso, triunfador que devolviera a Israel la gloria del reinado de David. A nosotros muchas veces nos puede asaltar esta misma tentación: restaurar… Y como a veces confundimos iglesia con reino nos sucede que queremos restaurar algunas formas que la iglesia vivió en el pasado: perseguimos poder, ser reconocidos, relevancia pública… a nivel personal como cristianos y a nivel social como iglesia-comunidad.
A esta tentación Jesús nos responde como a aquellos discípulos: «a vosotros no os toca conocer los tiempos y las fechas». A nosotros lo que nos corresponde es confiar en el proyecto de Dios y en la fuerza que él nos da para llevarlo a cabo y adelante, fiarnos de su Espíritu, el que nos hace hijos y el que nos impulsa en el anuncio del Evangelio, el que no nos deja instalados en formas del pasado, el que nos empuja a buscar siempre caminos nuevos para que el Evangelio llegue a nuestros ambientes.
+ La segunda tentación es quedarnos mirando al cielo, es decir, desentendernos de nuestro mundo y de la gente que está alrededor y sufre. Sí, lo que realmente toca es mirar al cielo, pisando tierra.
De esta ensoñación, de este dejar todo para el más allá nos despiertan los dos hombres vestidos de blanco: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?». Repetimos, como dice el video de la sección «Quiero ver» del grupo Eucaristía que cuelga sus videos semanales en la página de www.verbodivino.es
(http://www.verbodivino.es/web/vid2/año%202019/Mirar%20al%20cielo%20y%20pisar%20tierra.mp4): Mirar al cielo, y pisar tierra junto a los sufrientes, desorientados… Y ahí, con los pies en la tierra y fijos nuestros ojos en el Señor, ser testigo de Jesús apoyándonos en él, con manos tendidas a todos, atentos a la realidad, con los oídos atentos a quienes nos llaman, anunciando la Buena Noticia al mundo.
El cielo no es algo que buscar o contemplar… Quien no hace nada por cambiar este mundo, no cree en otro mejor. Nos toca liberar y dar luz desde ya. El cielo comienza en la tierra.
Así es, el cielo se empieza a construir ya en la tierra. Y esto sucede cuando somos testigos, cuando cumplimos con el encargo de Jesús, que no es ni quedarnos cruzados de brazos, ni perseguir cielos del más allá, sino que consiste en: remangarnos y ponernos de rodillas para servir como él nos enseñó en la última cena; anunciar el perdón tal como lo ha hecho él con la gente que se ha encontrado en la camino de su vida; pasar por la vida, como dice Pedro en Hechos acerca de Jesús, movidos por el Espíritu, haciendo el bien y luchando contra el mal y la injusticia; mostrar el rostro misericordioso de Dios, su compasión, su pasión por la humanidad y por este mundo, su amor desbordado y extremado… De todo esto, nosotros somos testigos.
En el aire de estas lecturas queda ya la promesa del Espíritu, la fiesta del próximo domingo: él nos dará la fuerza para ser sus testigos hasta los confines del mundo, hoy diría el papa Francisco, hasta las periferias de nuestra sociedad y nuestro mundo. Que en esta solemnidad de la Ascensión, mientras contemplamos a Jesús resucitado y sentado a la derecha en el cielo, el Espíritu nos ilumine los ojos de nuestro corazón para que, comprendiendo la esperanza a la que nos llama a todos, la anunciemos y la hagamos realidad con pequeños gestos de amor y de perdón.