Con esta fiesta de Pentecostés se culminan las fiestas de Pascua. El gran de don de Dios junto a su Hijo es el Espíritu. Y el Espíritu, como el viento, es imposible de ponerle rostro. Por esta razón, la Biblia lo ha tratado de simbolizar de mil maneras diferentes: ave que revolotea sobre la masa informe antes de la creación, soplo que da la vida al barro moldeado por Dios, llama de fuego, viento…
Para comenzar a comprender el significado profundo de esta celebración, nos detenemos en aquel primer Pentecostés. Los judíos, 50 días después de la Pascua judía, se reunían para celebrar esta fiesta agrícola en su origen. Con ella evocaba la llegada al monte del Sinaí y el don de la Ley, y con ello la Alianza sellada por Dios con Israel. En este contexto, aquellos primeros discípulos, según la lectura del libro de los Hechos, ellos reciben un don especial, en forma de lenguas de fuego. Se trata del gran don de Dios que según el evangelio de Lucas, el mismo autor del libro de los Hechos, es el que los discípulos han de pedir al Padre cada vez que rezan el Padrenuestro, el Espíritu. Como sucedió con el pueblo de Israel, ahora Dios por medio de su Hijo con el don del Espíritu, quiere renovar su alianza. Ahora el nuevo pueblo de Dios está formado por hombres y mujeres venidos de todos los pueblos, pero capaces de vivir en comunión. El Espíritu de Dios es el que nos conciencia de ser hijos e hijas de Dios, y por lo tanto capaces de vivir en familia. El Espíritu permite que hombres y mujeres de diferente procedencia, con ideas distintas… se puedan sentir hermanos y hermanas, hijos del mismo Dios, miembros de la misma familia.
La segunda lectura nos muestra el mismo ambiente familiar de Dios con la imagen de un cuerpo formado por diferentes miembros que se complementan. En la casa, la madre, el padre, los hijos e hijas son diferentes, tienen funciones distintas, cualidades diversas… pero todos forman parte de la familia y, si ponen sus peculiaridades al servicio del bien común, pueden gozar de la plenitud que da el amor dado y recibido.
El Evangelio presenta el don del Espíritu por parte de Jesús resucitado a sus discípulos. Con ese don, los discípulos reciben el perdón y la reconciliación de Dios, y los convierte en testigos del perdón de Dios por medio de su Hijo Jesús. Las palabras de Jesús en el evangelio de Juan, dentro de su simplicidad, son todo un programa de vida para todo cristiano:
+ «Paz a vosotros» (¡¡¡Dios siempre ofreciendo su perdón antes de nada!!!)
+ «Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo»: Dios envió a su Hijo para que hiciera su voluntad y con un estilo propio, el de Dios, que es compasivo, misericordioso, no hace acepción de personas…, y Jesús nos envía a cada uno de nosotros con la misma tarea y con los mismos modos…
+ «Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados…». Del mismo modo que Jesús vivió su vida y su actividad con la conciencia de estar habitado por el Espíritu de Dios, nosotros debemos seguir extendiendo el Reino de Dios, el de los que escuchan la Palabra de Dios y la ponen en práctica, es decir, el de los que hacen la voluntad de Dios, como Jesús, movidos, iluminados y animados por el mismo Espíritu de Dios.