Estos dos últimos domingos de Pascua el evangelio de Juan nos introduce en el cenáculo, en los momentos siguientes a la última cena. Este es el contexto en el que tenemos que escuchar hoy las enseñanzas del Maestro: en una cena con sus amigos, una cena especial porque en ella ha querido sintetizar lo que ha sido su vida con el signo del lavatorio de los pies… En este contexto, Jesús toma la palabra y, en un largo discurso, se despide de sus discípulos. En este discurso de despedida les deja a sus amigos las últimas y más importantes recomendaciones y sus últimas promesas (les enviará el Espíritu de la verdad, de la fuerza y la valentía…).
El momento de la muerte en cruz que está próximo es para el evangelista Juan el verdadero momento en que Jesús va a manifestar su gloria. Esta es la verdadera hora de Jesús. Su hora y su gloria son la hora y la gloria de Dios. Y este Dios se manifiesta grande haciéndose pequeño, se manifiesta como Señor haciéndose esclavo y servidor.
Lo que significará la muerte en cruz lo ha adelantado Jesús en el lavatorio de los pies: Dios y el Hijo del hombre encuentran ahí su gloria, a los pies del ser humano que necesita ternura, compasión, misericordia… Dios le da una vuelta total a nuestros criterios, valores y actitudes: él se identifica con el amor vivido hasta el extremo, el amor que se hace servicio, ofrenda por los demás, amor entregado hasta el final. Por eso, a sus discípulos, a aquellos de entonces y nosotros de ahora, nos deja un solo mandamiento, un mandamiento que el Señor califica como nuevo. Se trata del mandamiento del amor entre ellos. Pero este mandamiento no tiene nada de nuevo. Los israelitas en el libro del Levítico encontraban el mandato de amar al prójimo como a uno mismo (Lv 19,18). La novedad la explica Jesús: «como yo os he amado, amaos también entre vosotros». ¿Cómo es el amor de Jesús? Es un amor que se complica la vida por los demás, que tiene en cuenta a los demás, que incluso pone a los demás por delante de los propios intereses. Es el amor que acepta el sacrificio, la renuncia, la entrega. Es un amor que duele y que cuesta. Es un amor sin reservas, total…
Esta es la tarea que reciben los discípulos, seguir anunciando el amor de Dios. En la primera lectura tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles, vemos cómo Pablo y Bernabé regresan hacia Antioquía después de su primer viaje misionero. Ellos vuelven y cuentan a su comunidad, en la que han encontrado y madurado su fe, la que los ha enviado a continuar con el anuncio del Reino de Dios, todo lo que «Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe». Gracias al anuncio de aquellos primeros testigos que no se quedaron en sus casas, sino que salieron a comunicar la buena noticia del amor de Dios manifestado en Jesús de Nazaret para que nosotros amásemos como él nos había amado, que no es sino como Dios ama. Y esto lo hicieron Pablo y Bernabé tratando de amar como Jesús, para así mostrar lo que canta el salmo de este domingo: «El Señor es clemente, rico en piedad, lento a la cólera, bueno con todo, cariñoso con todas sus criaturas».
Solo así, anunciando el amor de Dios amando como Jesús podremos aportar nuestro granito de arena en la construcción del cielo nuevo y la tierra nueva. Dios por medio nuestro es capaz de hacerlo todo nuevo. El proyecto de Dios, su voluntad de un cielo y tierra donde Dios y el hombre moren juntos, como nos cuenta Génesis en su capítulo 2, solo es posible que avance gracias a Él y a nosotros si somos misericordiosos y compasivos como nuestro Padre Dios.
Me gustaría recordar este domingo a Jean Vanier, fundador de las comunidades El Arca y Fe y Luz, fallecido el 7 de mayo, porque es una de esas personas cuyo granito de arena en la construcción de un mundo mejor, más humano y, por ello, más divino, nos debería hacer pensar y mucho. Él dice en un libro titulado Los signos de los tiempos. Siete palabras para la esperanza: “El Arca y Fe y Luz nos han permitido descubrir algo maravilloso: establecer una relación auténtica con estas personas te transforma. Ellas, que normalmente son consideradas como lo más bajo del género humano, te conducen hasta lo más alto. El Verbo de Dios que descendió para integrarse en la carne humana, se hizo pequeño y pobre. Se vació de la gloria divina para ser con nosotros y conducirnos al Padre. Si nosotros nos abajamos para ser con lo más bajo, entonces nos encontraremos con Aquel que se hizo nada por todos nosotros. Los cuarenta y ocho años de vida que llevo en El Arca y mi compromiso con Fe y Luz, compartidos con personas vulnerables, cargadas de sufrimiento y humillaciones, me han transformado. Ellas me han llevado a asumir mi propia vulnerabilidad y me han hecho descubrir cómo se debe ejercer la autoridad en una comunidad despertando la conciencia de cada uno. Estas personas con una deficiencia, con su pobreza, me han permitido acceder al corazón del Misterio cristiano… La espiritualidad de El Arca se apoya en un principio absoluto manifestado con fuerza por el Concilio Vaticano II: el valor de cada persona con independencia de su cultura, religión, forma de vivir, capacidades o incapacidades… El amor real y las verdaderas relaciones son los signos de una espiritualidad auténtica” (pp.10-13). (cf. Para saber más sobre su obra puedes ver estas páginas webs y estas noticias:
- https://www.jean-vanier.org/es;
- https://www.religionenlibertad.com/personajes/613372988/Muere-a-los-90-anos-Jean-Vanier-fundador-de-El-Arca-y-Fe-y-Luz-su-ternura-se-extendio-por-el-mundo.html;
- https://www.religionenlibertad.com/personajes/427557071/Las-10-reglas-para-que-la-vida-se-vuelva-mas-humana-que-dejo-Jean-Vanier-fundador-de-El-Arca.html).
