El Pan de la Palabra. V Domingo del Tiempo Ordinario

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Este quinto domingo del tiempo ordinario nos presenta tres lecturas que tienen un elemento en común y sobre el que nos vamos a detener: la experiencia vocacional de Isaías, Pablo y Pedro. A la luz de la llamada que experimentaron estos tres grandes creyentes queremos leer y revisar nuestra propia llamada. Como bautizados estamos llamados, hemos recibido una vocación por parte de Dios Padre: somos hijos amados de Dios y como tales hemos de vivir; tenemos que mostrar con nuestra vida y nuestras palabras quién y cómo es nuestro Padre Dios.

+ Isaías, uno de los profetas más grandes del Antiguo Testamento, nos narra en el capítulo sexto su llamada. Isaías era un hombre ligado a la corte y al templo. Es, por tanto, un hombre influyente ante el rey. 

+ Pablo, en la carta a los Corintios, cuando va a recordar el Evangelio que les ha anunciado, la muerte y resurrección de Jesús, un Evangelio que él había recibido previamente, hace una alusión a su vocación.

+ El evangelista Lucas nos presenta la llamada de los primeros discípulos, pero en concreto centra su atención en Pedro.

¿Qué elementos encontramos en estas llamadas que nos puedan servir para revivir nuestra llamada como creyentes?

1) Un primer elemento que podemos subrayar es que El Dios de Israel es el Dios que sale al encuentro del creyente que busca en un momento y en unas circunstancias concretas. Dios se hace el encontradizo en el templo donde Isaías desempeña su trabajo de sacerdote y hombre de corte («el año de la muerte del rey Ozías, vi al Señor sentado sobre un trono alto…y temblaban los umbrales de las puertas y el templo estaba lleno de humo»); Jesús resucitado se aparece a Pablo camino de Damasco cuando él va a perseguir a los seguidores de este Mesías crucificado; Jesús se acerca a las orillas del lago de Genesaret donde unos pescadores, entre los que se encontraba Simón, desarrollan su trabajo limpiando las redes y recogiendo las barcas tras una jornada de duro trabajo.

2) Un segundo elemento que se repite es la presencia de la Palabra de Dios en los tres casos: Isaías y Pablo tienen una visión, pero ante todo es la Palabra de Dios la que les impacta y les transforma. Isaías oye a los serafines gritar: «¡Santo, santo, santo, el Señor de los ejércitos…!… Mira, esto ha tocado tus labios…». Esta Palabra de Dios origina un diálogo entre Isaías y Dios por medio de uno de los serafines. Pablo en otro lugar, en la carta a los Galanas, dirá que él ha recibido el Evangelio por revelación de Dios. Es la palabra dirigida por Dios a Pablo la que le cambia y lo transforma en «apóstol de los gentiles». Y a Pedro es la escucha de la Palabra («la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la Palabra de Dios») y el fiarse de la Palabra de Jesús («Maestro,, por tu palabra echaré las redes») lo que le llevará a descubrir en Jesús al Señor.

3) La visión y el diálogo de Isaías con el serafín, de Pablo con Jesús resucitado, de Pedro con el Profeta de Nazaret les llevará a descubrir dos cosas unidas: por un lado, la santidad de Dios, su condición de ser diferente a ellos («he visto al Rey y Señor de los ejércitos»; Pedro cae de rodillas y exclama: ¡Señor!), y por otro, la indignidad, la distancia que separa al ser humano de Dios («¡Ay de mí, estoy perdido! Yo, hombre de labios impuros»; «Yo soy el menor de los apóstoles y no soy digno de llamarme apóstol, porque he perseguido a la iglesia de Dios»; «Apártate de mí, Señor, que soy y pecador»).

4) Pero este Dios santo, tan diferente a nosotros, se fía del ser humano, nos llama y nos pide que le ayudemos en la tarea de hacer del mundo un mundo de hermanos, un mundo mejor. Dios se hace fuerte en nuestra debilidad; ha escogido lo pequeño, lo débil y lo necio del mundo para confundir a los grandes, a los fuertes y a los sabios. Es un Dios que nos sigue llamando hoy, nos ha consagrado (estamos ungidos por el bautismo con el óleo que nos introduce en un pueblo de sacerdotes, profetas y reyes) y nos envía para que anunciemos su misericordia. Como dice el salmista: daré gracias a tu nombre, por tu misericordia y tu lealtad. A Isaías lo mandó a decirle unas palabras al rey y a la gente que tenía poder; a Pablo le envió a anunciar el Evangelio de Jesús a los gentiles; a Pedro lo convirtió en pescador de hombres y en piedra sobre la que construyó su comunidad de creyentes. 

A la luz de estos textos y de estas experiencias podemos sacar algunas orientaciones para cuidar nuestra vocación:

+ La vocación es un diálogo entre Dios que habla y cada uno de nosotros que respondemos

+ Siempre vamos a experimentar nuestra pequeñez, nuestra debilidad…

+…pero Dios cuenta contigo, conmigo, con cada uno de nosotros para mostrar su fuerza por medio de tu debilidad, su sabiduría por medio de tu necedad…

+ Tenemos que escuchar la Palabra, acogerla en nuestro corazón, conservarla y meditarla, fiarnos de ella, para que ella haga su obra en nosotros y nos transforme en páginas vivas del Evangelio en medio de nuestro mundo.

+ En ese caso, descubriremos que somos importantes y que el Señor nos tiene asignada una tarea, un encargo, una misión que siempre beneficia a los que nos rodean.

Que la celebración de la Eucaristía de este domingo, sentados en torno a la mesa de Dios Padre, nos haga descubrir nuestra verdadera identidad de hijos e hijas amados de Dios y nos dé fuerzas para vivir como tales en medio de nuestro mundo y de nuestro tiempo.

 

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