Las lecturas de este domingo son una canto a la vida, pero una vida no limitada y tocada por la muerte, sino por la VIDA. Ciertamente, en el fondo de la primera lectura, el salmo responsorial y el evangelio, podemos descubrir cómo la mano de Dios toca la vida del ser humano para convertirla en una vida que vale la pena ser vivida desde la confianza, la fe en Él que muestran Jairo y la mujer enferma de flujos de sangre.
El libro de la Sabiduría, que se sitúa en los albores de la era cristiana, toca un tema que no estaba tan asumido por el judaísmo de la época. No hay más que recordar cómo los saduceos, que negaban la resurrección de los muertos, se acercan a Jesús para preguntarle sobre la vida después de la muerte. El autor de este libro reflexiona sobre Dios y los misterios de la vida y, en su esfuerzo de reflexión, llega a la conclusión de que Dios y la muerte son incompatibles. Dios es sinónimo de vida y vida en abundancia. Dios ha creado movido por el amor y no puede destruir lo que ha amado de esa manera. De este modo, el libro de la Sabiduría abre una puerta a la esperanza que le da a la vida del ser humano y de todo el universo una dimensión prácticamente desconocida hasta entonces: estamos hechos para la inmortalidad.
Por esa razón, el creyente puede exclamar como el salmista: «Te ensalzaré, Señor, porque me has librado… te daré gracias por siempre. Ciertamente, Dios nos ha librado, ha sacado nuestra vida del abismo de la muerte. En Jesús de Nazaret, como vemos hoy es el evangelio y como dice el mismo San Pablo en la segunda carta a los Corintios, Dios nos ha enriquecido, nos ha bendecido, nos ha librado. ¿De qué? Del poder de la muerte. Cuando las fuerzas humanas flaquean hasta desaparecer ante la realidad de la muerte, Dios en su Hijo Jesús nos ha dicho que la muerte no tiene la última palabra; que nosotros, creados a imagen de Dios, estamos hechos para la inmortalidad, para la plenitud sin límite alguno, para la felicidad continua…
Movido por esta certeza, Jesús, tal como contemplamos en el evangelio de hoy, pasó por la vida anunciando con sus gestos y sus palabras al Dios que ama la vida y que ha hecho al ser humano para la vida. Por esta razón, ante cualquier situación que atenta contra la vida (vida entendida en el sentido amplio de vida digna, sin limitaciones…), Jesús se acerca y se pone manos a la obra. Jesús es el que elimina tantas barreras que impiden la vida de verdad, es decir, la vida tocada por el amor y la belleza. Jesús es el heraldo del Dios de la vida. En concreto, aunque el evangelio de este domingo presenta muchos temas en los que nos podríamos detener, hoy nos muestra dos modos como el Señor muestra cómo «Dios no hizo la muerte ni goza destruyendo a los vivientes». En Jesús, el Dios de la Vida se acerca como nunca se lo ha imaginado el ser humano y lo hace para tocar y devolver una vida digna a todos. Dos mujeres que comparten el número doce: doce años de enfermedad la primera, doce años de edad la segunda. Dos mujeres que sufren dos muertes diferentes: la primera sufre la muerte que supone la soledad, puesto que es una mujer que por su enfermedad debía estar alejado del contacto con los otros para no hacer a nadie caer en impureza; la segunda sufre la muerte física que en la plenitud de la vida la quita de en medio de este mundo. Pues bien, Jesús ha venido a dar una respuesta a ambas situaciones. En primer lugar, le devuelve la dignidad, la salud y la salvación a la mujer enferma haciendo que ahora pueda vivir en comunión con todos (el contacto físico con Jesús la cura y le devuelve la salud, y con ella una vida de sociedad con los demás). De este modo, Jesús nos muestra cómo el compromiso por la vida que adquiere el cristiano comienza aquí y ahora, tendiendo la mano a tantas personas que, incluso a veces en nombre del Dios Santo, marginamos y alejamos de una vida plena. En segundo lugar, Jesús con la resurrección de la hija de Jairo anticipa la gran respuesta que Jesús da y, al final de su vida, experimentará en propia carne ante el gran misterio de la muerte. La muerte física no tiene la última palabra. La muerte no es el final del camino, sino la puerta a la vida en Dios, a la Vida con mayúscula.
Que la Palabra de Dios de este domingo nos toque el corazón. En ella sale a nuestro encuentro el Dios de la vida para mostrarnos caminos por los que caminar e ir construyendo un mundo donde una vida plena ya aquí permita saborear e intuir la verdadera Vida que Dios nos tiene preparada. Que nuestra fe en el Dios que ama la vida y no la muerte nos impulse a convertirnos en anunciadores de la vida ante aquellos que, como las mujeres del evangelio de hoy, sufren los zarpazos de tantas muertes que les impiden vivir la plenitud de sentirse amados.
¡¡¡¡¡Feliz domingo a tod@s!!!!!