En el tercer domingo de octubre la Iglesia nos convoca para celebrar el Domingo Mundial de las misiones, el conocidísimo DOMUND. El lema de este año nos invita trabajar por transformar nuestro mundo: «Cambia el mundo». Y los misioneros, hombres y mujeres, religiosos y seglares, que nos llenan de orgullo sano, nos muestran un camino, que es el de Jesús, el Señor, para transformar este mundo: dar la vida para que el mundo cambie. Los misioneros son miembros de nuestras comunidades que han sentido la llamada de Jesús que hoy hace en el Evangelio a sus discípulos: «el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos». Hoy es un día para poner cara y nombre a esos misioneros: todos conocemos personas concretas de nuestro entorno que han dejado sus casas, sus tierras, sus raíces y han marchado a otros lugares a vivir como cristianos y así anunciar la buena noticia del Evangelio de la misericordia. De la mano de los misioneros vamos a echar un vistazo a las lecturas que la liturgia nos ofrece en este domingo.
El evangelio nos sitúa de nuevo en el camino de Jesús hacia Jerusalén. Ya se aproxima el camino hasta esta meta y Jesús vuelve a anunciar su próxima pasión, muerte y resurrección, pero los discípulos siguen sin prestar atención. Hoy son dos de los primeros discípulos los que no parecen comprender. Se presentan como unos auténticos trepas, quieren conseguir los primeros puestos, poder sobre el resto. Ellos quieren aprovechar que fueron de los primeros llamados. Santiago y Juan tienen aspiraciones muy ambiciosas: «concédenos sentarnos en tu gloria uno a tu derecha y otro a tu izquierda». ¡Este comportamiento lo vemos tan frecuentemente en la iglesia! Personas que utilizan su cargo para promocionarse, que utilizan sus talentos en beneficio propio, persiguiendo cargos, poder, y, como hacen los políticos a los que tanto criticamos, para aprovecharse de los demás. Este comportamiento genera indignación entre los demás, entonces y ahora. Por eso Jesús pone el ejemplo de los jefes políticos: «sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen», para inmediatamente afirmar: «Vosotros, nada de eso». Nuestras comunidades cristianas tienen que reflejan un modo diferente de relacionarse. En la iglesia que propone Marcos al recordar las enseñanzas del Maestro nadie mira a nadie desde arriba ni desde abajo. En las comunidades cristianos los puestos de gobierno y responsabilidad no deben dejar de ser signo de servicio. La iglesia que propone Marcos es una comunidad de hermanos y hermanas que se relacionan entre sí desde el servicio mutuo hecho con toda la humildad del mundo. En la iglesia el que quiere ser grande y primero no puede hacer otra cosa que servir y hacerse esclavo del otro. De este modo, los dones, los talentos, los cargos se convierten en ayuda para los otros. No se trata de servirse del cargo ni de servirse de los demás; se trata de servir desde cualquier cargo y servir a los demás. La tentación de las ambiciones entra tantas veces sutilmente en la iglesia que Jesús habla con tanta rotundidad: «¡Vosotros, nada de eso!»
Y Jesús, para ejemplificar este mandato que da a los Doce, se presenta él mismo como ejemplo. El Mesías tan esperado por Israel no ha venido a ejercer su condición desde arriba, con poder y fuerza. Ha venido como Hijo del hombre, como uno más, y lo ha hecho para servir y dar su vida en rescate por todos. Es un servicio que llega hasta el extremo de ofrecer la propia vida por todos, sin distinciones. En el evangelio de Juan este ejemplo lo da con el lavatorio de los pies, donde toma el puesto del esclavo y mira a los suyos desde abajo a pesar de ser el Maestro y Señor; en el evangelio de Lucas en la última cena se pondrá a servir a los suyos y dirá que está en medio de los suyos como el que sirve.
Jesús, ciertamente, no leyó ni comprendió su misión y su mesianismo al modo como ejercían el poder los poderosos y jefes de su época tanto a nivel político como religioso. Jesús vivió su mesianismo desde la perspectiva del Siervo de Yahvé, tal como nos la presenta la primera lectura de hoy: el Siervo del Señor cargará con los crímenes de otros y entregará su vida para conseguir el perdón para los demás. La misericordia del Señor ha llegado hasta nosotros por el camino del servicio, de la entrega total. El salmista dice que como lo espera del Dios, nosotros decimos que la misericordia del Señor ha llegado hasta nosotros como nunca lo habríamos imaginado ni esperado, porque la misericordia de Dios ha tomado rostro en Jesús de Nazaret, el rostro de la misericordia de un Dios que se hace hombre, servidor, esclavo por todos, que entregará su vida en la cruz por todos… Como dice la carta a los Hebreos, Jesús es nuestro sumo sacerdote que ha sido probado en todo exactamente como nosotros, y por ello puede alcanzar misericordia para todos nosotros.
Así son los misioneros y misioneras que anuncian el Evangelio de la misericordia en todos los rincones del mundo. Entre ellos unos 12.000 españoles que esparcidos por todo el mundo tratan de construir un mundo mejor, más parecido al que Dios ha soñado. Hombres y mujeres que como Jesús, el Hijo del hombre que ha venido a servir entregando su vida, están dispuestos a entregar sus vidas sirviendo: podemos recordar a los sacerdotes españoles de la orden de San Juan de Dios que murieron contagiados por el ébola mientras cuidaban a enfermos contagiados de esta epidemia mortal (Manuel García Viejo y Miguel Pajares), podemos recordar a tantos hombres y mujeres que han comprendido la lección del evangelio de este domingo: se han hecho servidores hasta el punto de entregar sus vidas. Ellos se presentan en medio de aquellos a los que sirven como el Siervo de Yahvé, como el Hijo del hombre, como el sumo sacerdote de la carta a los Hebreos: en debilidad, sin poder. Simplemente ponen lo que son y saben al servicio de los demás, y así hacen posible que algunos descubran el verdadero rostro de Dios, que es el de la misericordia y la ternura entrañables, el rostro de Jesús, Hijo del hombre, servidor y esclavo de todos por amor.
Que en esta Eucaristía podamos sentirnos unidos a todas las comunidades cristianas repartidas por cada uno de los rincones del mundo: unidos en la oración y en el compartir nuestros bienes con aquellos que no disponen del apoyo económico necesario para seguir anunciando el Reino.
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