Queridos sacerdotes:
Leemos y escuchamos con preocupación creciente las noticias que nos llegan sobre el desarrollo de la pandemia que sufrimos, con su secuela de cientos de fallecimientos y de miles de infectados diarios. Esto nos lleva a seguir intercediendo ante el Señor para que abrevie el tiempo de la prueba, reciba en su seno a los difuntos, dé fortaleza a los enfermos y consuele a los familiares.
Los momentos más importantes, más densamente humanos, de nuestra existencia tienen que ver con el nacimiento, el matrimonio y la muerte. Por eso todo lo que con ellos guarda relación debe ser examinado y tratado con exquisita atención. Son momento, por otra parte, que tienen una necesaria e íntima dimensión social: piden ser con-vividos. La soledad en esas circunstancias resulta particularmente, dramática.
De ahí que la muerte en soledad de tantas personas en estos días, la ausencia física de sus seres queridos, la falta de una caricia, de una postrera palabra de cariño, de una oración que acompañe el final y disponga al abrazo con el Padre, es algo que nos conmueve y adolora profundamente.
Por eso me ha parecido bien secundar la iniciativa que me han sugerido, invitándoos a sonar a duelo las campanas de las parroquias cuando fallece uno de sus feligreses. Seguramente se trata de una costumbre ya consolidada en vuestras parroquias. Pero en estos momentos me parece oportuno invitaros a “renovar” la tradición. Este gesto deberá servir como momento de comunión, manifestación de solidaridad y voluntad de acompañamiento en el dolor, expresión del deseo de estar junto a los familiares y, sobre todo, como llamada a la oración por el hermano difunto.
Un cordial saludo. Que Dios nos bendiga.
+José María Yanguas
Obispo de Cuenca