Primera Palabra: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.Es la primera de las palabras pronunciadas por Jesucristo nuestro Señor clavado en el madero de la Cruz. La primera de sus últimas palabras, que vienen a ser como el testamento de Jesús, su declaración de últimas voluntades, de algo que se lleva especialmente en el alma en la hora decisiva. Y a la vez esas últimas palabras representan la herencia preciosa que se deja como un bien a los herederos, a los más cercanos. Como últimas palabras tienen un peso especial que obliga a respetarlas y a cumplirlas. Como herencia nos enriquecen al pasar a formar parte de nuestro patrimonio.¡Padre!, dice Jesús, dirigiéndose en primera persona a su Padre. Lo invoca con ese tierno nombre, para dar toda su fuerza a la petición que le va a hacer. Padre lo llama, como para asegurarnos de que, por serlo, va a ser escuchado. Esa invocación, ¡Padre! Infunde, pues, confianza y certeza.Tras la invocación, la petición clara y misteriosa a la vez. “¡Perdónalos!”. Jesús implora perdón, pero no perdón para sí; lo suplica para nosotros, en nuestro favor. Es lo que hacen las madres cuando piden para sus hijos el perdón del padre molesto por la falta cometida. Cristo Jesús, que nos ama sin límites, intercede por nosotros. No nos sorprende; son cosas de las personas que nos quieren bien.
Lo que maravilla es que Jesús que recibe la ofensa, es maltratado con saña, e injustamente condenado por pecados que no son suyos, sino nuestros, sea quien pide el perdón. El ofendido pide el perdón para los ofensores. Lo pide al Padre en su condición de hermano nuestro, de mediador, de sacerdote que avala con su muerte la petición de perdón para sus ofensores.
¡Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen! La palabra de Jesús maravilla y desconcierta. No se contenta con pedir el perdón para nosotros; es que, además, en su petición, rebaja la gravedad de la ofensa. En el fondo, dice a su Padre, mis hermanos los hombres, nosotros, tú y yo, no saben lo que hacen. Está dejando caer que, si de verdad supiéramos lo que es el pecado, si conociéramos cuál y cuán grande es su malicia, no lo cometeríamos. Pero la bondad de Cristo que da la cara por nosotros en el mismo momento en que la ofensa muestra toda su gravedad – la muerte injusta del Hijo de Dios sufrida por nosotros-, en ese mismo instante el Señor quiere quitar hierro a la ofensa como para que sea más fácilmente perdonada: ¡no saben lo que hacen!, dice Jesús. Pero ¿podemos decirlo nosotros? ¿Podemos decir que cuando pecamos, cuando le ofendemos no sabemos lo que hacemos? ¿De verdad merecemos esa disculpa por parte de Jesús? ¿Volveremos a repetir nuestros pecados excusándonos en nuestra ignorancia? ¿Es la nuestra verdadera o es, más bien, fingida ignorancia, una impostura más?
Al dar paso a la reflexión sobre otras de las palabras pronunciadas por Jesús desde esa singularísima cátedra de la Cruz, abramos nuestras almas al perdón de Dios que se derrama sobre cuantos humildemente quieren acogerlo. Querido hermanos: que cada uno se confiese pecador, para que Él pueda ser nuestro salvador. Amén.
