“Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34)
Jesús repitió seguramente varias veces esta su primera palabra en la Cruz. El texto de san Lucas dice, en efecto: “Y cuando llegaron al lugar llamado ‘la Calavera’, lo crucificaron allí, a él y a los malhechores, uno a la derecha y otro a la Izquierda”. Y prosigue: “Jesús decía, Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. No constata el evangelista un hecho puntual; no afirma: “y dijo Jesús”. No. Afirma, por el contrario: “Jesús decía”, lo que parce ser una petición repetida, insistente, de Jesús al Padre, por más que sepa que este no puede desoír su plegaria, tal como hace presente san Juan al reproducir las palabras de Jesús: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre” (Jn 11, 41-42).
Dos partes tiene esta breve oración que Jesús dirige a su Padre celestial La primera es una petición apremiante: ¡Perdónalos! ¡Cuánta enseñanza en una sola palabra! ¡Perdónalos! Sabe muy bien Jesús, del pecado de los hombres pues está padeciendo por él; y sabe de la interminable, casi infinita reata que une los pecados de toda la humanidad que caen, a peso, sobre sus hombros. En la segunda carta a los fieles de Corinto, san Pablo sentencia con palabras fuertes: “Al que no conocía el pecado (Dios, el Padre) lo hizo pecado en favor nuestro, para que nosotros llegáramos a ser justicia de Dios en él” (5, 21) Si lo sabe san Pablo, ¡cómo no lo va a saber Jesús! Cargado con los pecados de toda la humanidad, hecho pecado, pide el perdón para todos nosotros y por todo. ¡Perdónalos!
Pero no hay perdón si no hay pecado; y pedirlo, implica reconocer que se ha pecado. Quien no admite humildemente haber pecado, nunca pedirá perdón sin incurrir en falsedad. Y quien, sin falsedad, reconoce haber pecado, es consciente de que su pecado existirá siempre, aunque sea perdonado. Nadie puede hacer que lo sucedido no haya ocurrido. Eso es algo imposible. Aunque Dios perdone y muestre en ello su grandeza, amor y omnipotencia, y lo haga como ninguna criatura puede hacerlo, eso no hace que el pecado no haya existido, y que no pueda uno pedir perdón por él durante toda su vida.
La segunda parte de la oración de Jesús dice: “Porque no saben lo que hacen”. Jesús conoce el número casi infinito de los pecados de los hombres, y sabe de su infinita malicia, pues la gravedad de la ofensa se mide por la cualidad de la persona ofendida (Dios en ese caso); y por eso, Jesús trata de quitar gravedad al pecado de los hombres, diciendo que, en realidad, al pecar, no sabemos lo que hacemos. Esa palabra de excusa habla de la grandeza del corazón de Cristo que, aun gravísimamente ofendido, busca quitar hierro a la ofensa, y nos excusa para reducir nuestra responsabilidad, como si no supiéramos del todo qué significa el pecado. Agradecemos de corazón al Señor que nos excuse ante el Padre, pero, queridos hermanos, cada uno sabe hasta qué punto es o no consciente de la gravedad de los propios pecados.
De todos modos, las palabras de Jesús en la Cruz, con las que ruega a su Padre Dios que perdone nuestros pecados, descienden sobre nosotros como un bálsamo, conscientes como somos del poder de la intercesión de Cristo ante su Padre celeste.
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