Queridos diocesanos:
Antes de nada, deseo hacer llegar a todos los que leéis esta Carta semanal y a todos los diocesanos un cordialísimo saludo al comienzo de este nuevo año, que acompaño con la oración a Dios Nuestro Señor para que, a lo largo del mismo, podamos ver superada la actual crisis sanitaria, motivada por el Covid-19.
Con la presente doy inicio a una serie de Cartas en las que, a lo largo de las próximas semanas, con las interrupciones obligadas por algunas fechas señaladas, me ocuparé de la última Encíclica del Papa que lleva por titulo: Fratelli tutti (“Hermanos todos, sobre la fraternidad y la amistad social”). Un largo documento que vio la firma del Papa el 3 de octubre del pasado año 2020.
Se trata, en efecto, de un amplio escrito que se extiende a lo largo de 287 números, reunidos en ocho capítulos, en los que se tratan temas muy diversos y no siempre fáciles. Van precedidos por una a modo de introducción, en la que quiero detenerme en esta Carta, pues la considero fundamental para comprender mejor el entero documento.
Como telón de fondo del mismo se encuentra la figura de San Francisco de Asís, al que, como es sabido, el Papa profesa gran devoción, hasta el punto de haber elegido dicho nombre para ser designado en su calidad de Sumo Pontífice. Como es sabido, san Francisco proponía a sus hermanos y hermanas una “forma de vida con sabor a Evangelio”, en la que declara feliz a quien ame al otro, “tanto a su hermano cuando está lejos como cuando está junto a él” (Fratelli tutti, n. 1). El Papa ve en estas palabras del santo de Asís la esencia de lo que él llama “fraternidad abierta”. Y es este pensamiento el que lo ha movido a dedicar la nueva encíclica a “la fraternidad y a la amistad social” (n. 2), verdaderos ejes que vertebran los contenidos de todo el documento.
Junto a la de san Francisco de Asís, otra figura, esta de nuestros días, ha servido como imput para la redacción de la Encíclica, la del Gran Imán Ahmad Al-Tayyeb, con quien ha querido recordar que Dios “ha creado a todos los seres humanos iguales en los derechos, en los deberes y en la dignidad, y los ha llamado a convivir como hermanos”, palabras que constituyen un verdadero leitmotiv de la Encíclica.
Hay un tercer elemento que ha jugado un papel no desdeñable en la redacción del documento papal: las “numerosas cartas y documentos con reflexiones que recibí de tantas personas y grupos de todo el mundo” (cfr. n. 5), a propósito del documento firmado conjuntamente con el Gran Imán en Abu Dabi el 4 de febrero de 2019. Por último, ha influido también la pandemia del Covid-19 que ha puesto de manifiesto la incapacidad de los sistemas y reglas existentes para resolver los problemas comunes (cfr. n. 7).
El Papa Francisco se había ocupado ya con anterioridad de las cuestiones que tienen que ver con la fraternidad y la amistad social, pero, ahora, ha querido tratarlas situándolas “en un contexto más amplio” (cfr. n. 5), arrojando de ese modo una nueva luz sobre las mismas. Todo ello con un propósito bien definido: el de ayudar a todos a reaccionar ante los problemas actuales “con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede solo en palabras” (cfr. n. 6); el sueño de una “única humanidad (…), como hijos de esta misma tierra que nos cobija a todos, cada uno con la riqueza de su fe o de sus convicciones, cada uno con su propia voz, como hermanos” (n. 8).
Escrita desde sus convicciones cristianas, el Papa ha redactado su Encíclica “de tal manera que la reflexión se abra al diálogo con todas las personas de buena voluntad” (cfr. 6). Se trata, pues, de una “reflexión” hecha sobre convicciones cristianas, expresión que puede ayudar a la hora de discernir el “grado” de autoridad de que goza el documento.