Homilía de Monseñor José María Yanguas en la Solemnidad de San Julián, Patrón de Cuenca

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El Obispo de Cuenca, Monseñor José María Yanguas, celebró la Solemnidad de San Julián, segundo Obispo (1198-1208) y patrón de Cuenca, con una Misa Estacional a las 17:30 horas en la Catedral. A la misma asistió gran parte del clero, autoridades civiles y numerosos fieles y devotos.

A continuación puede leer la homilía que pronunció el Sr. Obsipo:

Queridos hermanos.

1) Dos peticiones hemos elevado a Dios Nuestro Señor en la Colecta de la Misa, oración que recoge las peticiones de todos los fieles para presentarlas al Padre de las misericordias como una sola plegaria que abraza las que cada uno eleva a su presencia. Hemos así suplicado a Dios que avive en nosotros el espíritu de caridad que tan copiosamente infundió en nuestro Patrono san Julián. Avivar quiere decir animar algo que estaba mortecino, casi apagado, falto de vigor: se anima a una persona, un fuego, una iniciativa, una conversación, un esfuerzo que va perdiendo intensidad, que se va debilitando. Para todos y cada uno suplicamos al Señor, por la intercesión de san Julián, que infunda renovado fervor a nuestro amor a Dios y a los demás, pues ellos son el objeto de nuestra caridad.

Con la segunda petición formulada en nuestra oración hemos rogado que el Señor nos conceda imitar los ejemplos de nuestro Santo Patrón. Esta nueva petición insiste o refuerza la que ya hemos hecho al pedir que se reanime el fuego de nuestra caridad. De caridad habla, en efecto, la iconografía de San Julián que lo representa con su inseparable cestillo, con cuya confección y venta obtenía unas monedas con las que dar de comer a sus pobres.

Sabemos que San Julián destacó por su amor a los pobres y necesitados. De ello hablan algunos de los milagros que se le atribuyen, entre otros el de proveer a la ciudad de los alimentos necesarios en tiempo de gran escasez. Las obras de caridad, las buenas acciones en bien de los demás son incienso de suave olor que sube a la presencia de Dios y nos reconcilia con Él. Es bello recordar que, cuando, por diversas razones y sucesos, se inspeccionó el sepulcro de San Julián allí en los inicios el siglo XVI, los presentes quedaron impresionados, se dice, por la “suavísima fragancia” que exhalaba el cuerpo del Santo, que se conservaba incorrupto.

La caridad, el amor de Dios que se visibiliza en el amor a los demás, y hace “amigos” a todos (la “amistad social” de que habla Papa Francisco), es el corazón mismo dela Buena Nueva de Cristo. Él mismo, amor infinito de Dios hecho carne, “amor palpable”, es la Buena Nueva para los hombres. En la carne de Cristo se “tocaba” a Dios, la salvación de Dios. Las obras de caridad, el amor a los hermanos, nos permite “tocarlo”, entrar en estrecha comunión con Él. “La verdadera originalidad del Nuevo Testamento, decía el Papa Benedicto, no consiste en nuevas ideas sino en la figura humana de Cristo que da carne y sangre a los conceptos: un realismo inaudito (…) Es allí, en la Cruz, donde puede contemplarse esta verdad (que Dios es amor). Y a partir de allí se debe definir ahora qué es el amor. Y desde esa mirada, el cristiano encuentra la orientación de su vida y de su amor”. O tratamos de hacer de nuestras vidas una obra de caridad, de amor a Dios y al prójimo, o realizamos el verdadero sentido de nuestra existencia, o nos hemos equivocado de medio a medio. Y sería una lástima grande.

2) El Evangelio nos advierte con divina sabiduría: “No amontonéis tesoros en la tierra”. Quien lo hace se enfrenta a muchos enemigos. Externos unos: la polilla, la carcoma, los ladrones, la fugacidad de la vida: hoy existen y están a nuestra disposición; mañana, en cambio, ¿quién lo sabe? Pero los tesoros de la tierra tienen otros enemigos, y pueden convertirse en un serio peligro: que nos roben el corazón, que lo seduzcan, y ocurra como tantas veces con las cosas que nos encandilan, que nos hechizan. Siempre hay detrás un cierto engaño, que descubrimos después de no mucho tiempo. Cuando nos dejamos seducir por algo o por alguien, cuando ponemos todo el corazón, todo nuestro ser en ello, en seguida viene el desencanto, el desengaño y, lo que es peor, la decepción con su cortejo de tristeza y desaliento. No nos dejemos engañar por las apariencias: el espíritu de desprendimiento y el apreciar las cosas en su verdadero valor es ya un regalo de la virtud de la pobreza.

Hemos pedido en la Colecta, decíamos, imitar los ejemplos de nuestro Santo Patrono. Caritativo y hombre de paz, de concordia, de entendimientos. Supo convivir en una ciudad con presencia cristiana, judía y musulmana. Esa pluralidad de confesiones religiosas no fue inconveniente para la caridad, sino ocasión para ejercerla.

3) Con su vida, San Julián, quiso servir a un solo Señor. Era bien consciente de las palabras que acabamos de escuchar en el Evangelio: “Nadie puede estar al servicio de dos amos”. No se puede y no se debe. Se termina irritando a uno o a otro, y la mayoría de las veces a los dos. Antes o después se termina por traicionar a quien no querríamos traicionar. Pero se acaba por hacerlo. Lo dice bien otro refrán: no se puede tener dos velas encendidas a la vez, una a Dios y otra al diablo.

Lo sabemos, pero tendemos a auto-engañarnos, a justificar nuestras incoherencias, a tirar balones fuera, como se suele decir. En general, no se trata de maldad, no es mala voluntad; es, más bien, falta de fortaleza, de coraje para afrontar la realizad; se quiere quedar bien con todos, aun cuando se sepa que eso no es posible. Pero es que a veces queremos cuadrar el círculo. No nos debe sorprender. Nos pasa a menudo, como le pasaba a Pedro: quería hacer compatible el amor a su Señor, su deseo sincero de seguirlo, con la renuncia a asumir las consecuencias, hurtando el bulto a la cruz de la que les hablaba Jesús. No nos debe sorprender. Pero tampoco debemos engañarnos olvidando las palabras de Juan Bautista, primero, y después del mismo Señor. Aquel pedía a todos la conversión, cambiar de vida. Cuando ve llegar a los fariseos y saduceos que, en vez de convertirse, se limitaban a cumplir la ley antigua, las numerosas prácticas que en ella se prescribían, y seguir fielmente las antiguas tradiciones, les dice que eso no basta, que es necesaria la conversión; no es suficiente con repetir con orgullo: “Tenemos por Padre a Abrahán” (Mt 3, 9). Más tarde Jesús insistirá sobre lo mismo: “No todo el que me dice ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de los cielos, sino el que hace, la voluntad del Padre que está en los cielos” (Mt 7, 21). A los judíos que se sabían el pueblo elegido y a quienes se les llenaba la boca repitiendo enardecidos: “Nuestro padre es Abrahán”, les dijo que no se comportaban como el Abrahán (cfr. Jn 8, 39) y añadió categórico “El que hace la voluntad del Padre celestial Dios”. Eso fue la vida de Cristo, cumplir la voluntad de su Padre, y eso es los que define a un cristiano de verdad: hacer o cumplir la voluntad de Dios. Otra cosa seria hacer juegos malabares, espectáculo.

Resulta útil recordarnos que en una sociedad secularizada como la nuestra en la que los espacios públicos (es decir, las esferas o ámbitos de la economía, la política, la cultura, la educación o la diversión) han sido vaciados de Dios o de cualquier referencia a un fundamento último; y no por casualidad, sino como fruto de un objetivo buscado y perseguido; en una sociedad así, se deja, sin embargo, espacio a la religión, a las prácticas y tradiciones religiosas, pero con la condición de que queden reducidas a eso a simples prácticas y tradiciones poco más que folclore, que no influyan ni pretendan dar lugar a una cultura diferente, a un mundo inspirado en las grandes verdades del Evangelio. Se querría que la presencia y actividad de los cristianos en la vida pública quedara reducida a una presencia ritual o ceremonial, confinada fuera de las esferas y las estructuras en las que se da “forma” al mundo y a la sociedad. Pero no se advierte que eso sería, sin más, el fin del cristianismo, que está llamado a ser sal y luz de la tierra, de este mundo nuestro.

Quiero pedir por eso a nuestro Patrono San Julián en el día de su fiesta, que crezca en todos los fieles cristianos la conciencia de estar llamados a construir un mundo según el designio de Dios, con la colaboración y ayuda de tantos hombres y mujeres de buena voluntad, “en cuyo corazón obra la gracia de modo invisible” (Gaudium et spes, 22e). Queridos hermanos, ni mudos ni inactivos, sino cumpliendo nuestra misión cristiana en favor de un mundo mejor para todos. Amén.

Fotos: CATEDRAL DE CUENCA

 

 

 

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