La Liturgia pone ante nuestros ojos la figura del gran santo y evangelizador Juan de Ávila. La Iglesia en España lo reconoce como Patrón del clero. Patrón quiere decir defensor, intercesor, abogado… modelo. Es modelo de sacerdotes, en concreto es el modelo que hemos escogido para nosotros mismos, sacerdotes de España. Querríamos vernos reflejados en él o mejor, querríamos verlo reflejado en nosotros. En su modo de ser sacerdote, en su estilo apostólico descubrimos alguien o algo que imitar. O si preferimos hablar de todo modo, en Juan de Ávila encontramos un inspirador de una vida sacerdotal santa y de un sacerdote con un celo encendido por las almas. Ambas cosas van juntas. Quizás es la primera gran enseñanza de nuestro Patrono. No es posible una vida santa que no sea a la vez, una vida decididamente apostólica, entregada, disponible; una vida que sea pro-existencia, totalmente orientada a los demás, descentrada, altruista, que tiene su centro puesto en Dios y en el prójimo.
Es la reforma que la Iglesia necesita, más que ninguna otra cosa. Reforma in capite et in membris, hora como entonces. Reforma en la cabeza. No pensemos sólo en la Curia Romana, en los Obispos. Todo sacerdote representa a Cristo Cabeza y Pastor de su Iglesia. Reforma, quiere decir reformatear, adquirir una nueva forma. La nuestra es la de Cristo Cabeza y Pastor, humilde y entregado servidor del pueblo de Dios.
Queridos hermanos, todos los momentos son buenos para una nueva conversión. Pero estos lo son especialmente, quizás simplemente porque ahora es el tiempo de que disponemos, habiendo quedado atrás definitivamente el pasado, y no sabiendo si podremos disponer del futuro. Es el tiempo de unos sacerdotes renovados para unas parroquias renovadas. Se requieren odres nuevos para el vino nuevo, el vino de la nueva y eterna alianza inaugurada por Jesucristo Señor Nuestro. Este será el eje central del nuevo Plan pastoral para los próximos años que un pequeño grupo de miembros del Consejo de Pastoral, sacerdotes y laicos, está preparando desde hace algunos meses en un ejercicio de corresponsabilidad eclesial.
Sacerdotes “nuevos”: Con esa denominación designo a lo que el Papa Francisco llama “evangelizadores con espíritu”, aunque este término es más amplio que el primero, pues se refiere a todo evangelizador, no sólo al sacerdote. ¿Quiénes y cómo son estos sacerdotes, evangelizadores con espíritu, que requieren nuestras parroquias nuevas?
Hombres “que anuncien la Buena Noticia no solo con la palabra, sino sobre todo con una vida que se ha transfigurado en la presencia de Dios”; empeñados en un proceso de “autovaciamiento”y de dejarse ocupar por Dios. Hombres de oración, que caminan en la presencia de Dios, expuestos a la irradiaciónde Dios, abiertos sin temor a la acción del Espíritu Santo. Abiertos de par en par, sin dejar ángulos ciegos, espacios cerrados. Hombres que abren las puertas de par en par a la acción del Espíritu Santo. Bien apoyados en la oración, porque sin ella el peligro es que nuestra acción, mucha o poca, quede vacía y que nuestra palabra carezca de alma, de vida, de vigor, se reduzca a palabrería que no convence, que no mueve, que no transforma porque es palabra humana, carcasa. Hombres de peso sobrenatural, el pondusque da el espíritu de oración, propio de quien quiere seguirle de cerca, identificarse con él, que facilita la disponibilidad sin límites, sin cortapisas, sin condiciones, sin imponer nada a Dios, “dejándole libre” para actuar, ante los desafíos y requerimientos de la misión apostólica (cfr. F. Ocáriz, Mensaje de 9 de abril de 2019). Vale la pena que meditemos una vez más las palabras del n. 262 de EG: “Sin momentos detenidosde oración, de encuentro orante con la Palabra, de diálogo sincerocon el Señor, las tareas fácilmente se vacían de sentido, nos debilitamos por el cansancio y las dificultades, y el fervor se apaga. La Iglesia necesita imperiosamenteel pulmón de la oración, y me alegra enormemente que se multipliquen en todas las instituciones eclesiales los grupos de oración, de intercesión, de lectura orante de la Biblia, las adoraciones perpetuas de la Eucaristía”. ¿No podemos poner en marcha en nuestras comunidades algunas de esas iniciativas? En este contexto, recuerdo la importancia que revisten los Ejercicios Espirituales para una permanente renovación de la vida interior y del afán apostólico.
Ser hombres de profunda vida de oración ha de llevar a una acción sin descanso, a entregar la vida a la misión: todo al servicio de la misión: descansamos para la misión, rezamos para la misión, leemos para la misión, vacaciones para la misión. Me parece algo de capital importancia. Esencial para poder hablar de sacerdotes renovados. Examinemos con sinceridad si en nuestra vida sacerdotal prima la misión, o si, por el contrario, lo hacen nuestros derechos; si están en primera línea de nuestros intereses o nuestro descanso, nuestro tiempo, nuestra salud, nuestra familia… La misión no es sólo una parte de la vida del sacerdote renovado: no es una parte, un adorno, algo accesorio, que uno puede quitar y no pasa nada. La misión no constituye un momento o un apéndice de la existencia. “Es algo que no puedo arrancar de mi ser si no quiero destruirme” (EG273). Estoy en el mundo para la misión. “Si uno separa la tarea por una parte y la propia privacidad por otra, todo se vuelve gris y estará permanentemente buscando reconocimiento o defendiendo sus propias necesidades” (ibídem). Vivimospara la misión; lo decimos en el mismo sentido que cuando decimos que una persona vivepara su trabajo, para la política, para los hijos, para el estudio
La reforma de la Iglesia es cuestión de amor, de fuego, del fuego del Espíritu en un nuevo Pentecostés. Necesitamos una nueva efusión del ES sobre la Iglesia. Necesitamos pedir a gritos: ¡Ven Espíritu Santo, ven y enciende en cada uno y en toda la Iglesia el fuego de tu amor! Contemplar a Cristo para que su belleza nos asombre otra vez, y nos cautive de nuevo (ibídem). Dejémonos sacudir, zarandear, por el Espíritu Santo, si por caso dormitamos en un género de vida cómodo, lánguido, “a medio gas”. No se necesitan sacerdotes “a medio gas”, con media entrega, porque son el mayor enemigo del sacerdote entregado, siempre disponible.
Vamos a pedir a nuestro Señor que nos renueve una vez más, sobre todo si nos sentimos algo débiles o cansados, quizás desilusionados; si estamos como adormecidos, dependientes o atentos a otras cosas que no sean él y las almas: las novedades de cualquier tipo, el tiempo libre, encerrados en la negatividad. Con Jesús no decaerá nunca la esperanza, aunque sea tentada, puesta a la prueba, acrisolada. Él fortalecerá esa esperanza que no defrauda.
Vamos a pedirlo juntos a Dios Nuestro Señor por la intercesión de nuestro Patrono San Juan de Ávila: que no perdamos nunca la conciencia de lo que somos, de lo que espera el Señor de nosotros, de la meta que tenemos delante, de la esperanza de la vida eterna. Que nos entreguemos a la misión con gozo, decididamente, sin cálculos demasiado humanos. Unidos, nuestra oración es más fuerte: por todos los sacerdotes, por todos.