Homilía del Obispo de Cuenca en la Vigilia Pascual

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La Iglesia se reúne y permanece en vela esta noche santa  en honor del Señor, y ora preparando así la gran fiesta de la Resurrección y espera tener parte en el triunfo de Jesús sobre la muerte y vivir con Él en Dios. En esta noche la liturgia quiere hacer aflorar, en cuanto le resulta posible, la riqueza del misterio  central de nuestra fe. Recuerda la noche santa en la que Cristo nuestro Señor resucitó y aguarda en vela su Resurrección. La Iglesia la celebra con los sacramentos de la iniciación cristiana, Bautismo, Confirmación y Eucaristía que serán administrados a lso catecúmenos que se han preparado para recibirlos. La de esta noche santa constituye la más importante de las celebraciones litúrgicas. La obscuridad de la noche en medio de la cual celebramos esta Eucaristía favorece nuestro recogimiento y aviva el sentido del misterio que en ella celebramos. Los diversos momentos del rito sagrado van marcando nuestras actitudes y sentimientos a lo largo de ella.

Hemos iniciado la celebración con el rito del lucernarioen el que se bendice el fuego y se prepara el Cirio pascual, símbolo de Cristo resucitado. La oración de bendición del fuegoprecisa el significado del momento: por una parte el fuego nuevo indica la vida divina a la que esta noche santa nos da acceso y, al mismo tiempo, el fuego significa el deseo de la gloria que encienden en nosotros las fiestas pascuales. En el Cirio se graban la primera y última de las letras del abecedario griego y el año en curso, significando que el señor es el centro y el señor del tiempo y de la historia, y que todo tiene en él su comienzo y su fin.

Una vez encendido el Cirio, hemos recorrido la nave central del templo en medio de la obscuridad para significar que Cristo, luz del mundo, guía al pueblo cristiano en medio de las tinieblas de este mundo. La luz de Cristo permite al cristiano caminar seguro en medio de las tinieblas, de los peligros y de las asechanzas de este mundo. Los fieles encienden sus velas en el Cirio pascual, para expresar que su vida es participación de la de Cristo y que permanecen despiertos, en vela, mientras esperan el regreso de su Señor, de manera que cuando regrese los encuentre vigilantes y los haga entrar al banquete celestial.

Se canta después con toda solemnidad el Pregón pascualo “Exultet”, uno de los más antiguos himnos de la tradición litúrgica, probablemente de la segunda mitad avanzada del siglo IV. Con él se nos invita a  llenarnos de gozo por la vitoria de un rey tan poderoso, y a cantar jubiosos a Cristo resucitado, lucero que no conoce ocaso, que, al salir del sepulcro, brilla sereno para el linaje humano y vive y reina por los siglos de los siglos.

A continuación ha dado inicio la liturgia de la Palabra, parte fundamental de esta Vigilia pascual.    La primera de las lecturas que hemos escuchado es la relativa a la creación del mundo y del hombre. Esta gran obra de Dios es el fundamento de todos los designios salvíficos y el comienzo de la historia de la salvación que culminará en Cristo, como afirma el Catecismo de la Iglesia Católica(n. 280). Hemos escuchado después la narración del sacrificio de Abrahán, ejemplo supremo de obediencia a Dios. El santo Patriarca obedece la voluntad de Dios hasta el extremo de estar dispuesto a sacrificar a su propio hijo para cumplirla. El Señor premia su fidelidad y le promete con juramento que lo colmará de bendiciones y multiplicará sus descendientes “como la estrellas del cielo y como la arena de la playa”. La tercera lectura nos ha hablado de la liberación por Dios de los hijos de Israel de la esclavitud de Egipto, haciéndoles pasar a pie enjuto por el Mar Rojo. El pueblo temió al Señor y creyó en Él y en Moisés, su siervo. Adán, el primer hombre, Isaac ofrecido intencionalmente en holocausto y Moisés liberador de Israel son figuras que anticipan y prefiguran a Jesús, con el que guardan algunos importantes paralelismos. Después de otras lecturas del profeta Isaías que hablan del amor de Dios a su pueblo a quien perdona una y otra vez sus pecados, y de la alianza eterna que Dios hará con él, hemos escuchado al profeta Ezequiel hablarnos del agua nueva con que Dios nos purificará, y del corazón de carne, dócil a la acción del Espíritu Santo, que, substituyendo nuestros corazones de piedra cumplirá fiel y amorosamente los mandamientos de Dios.

Las lecturas del Antiguo Testamento han dejado paso a la del Apóstol Pablo que nos ha introducido en el misterio de nuestra muerte y nueva vida en Cristo mediante el Bautismo, sacramento llamado de la regeneración porque comporta un nuevo nacimiento, esta vez no de nuestros padres sino del mismo Dios que nos hace así hijos suyos. El evangelio de Lucas, en fin, nos ha hablado de los primeros testigos de la resurrección del Señor, las santas mujeres y los apóstoles Pedro y Juan.

En el misterio pascual llega a su culmen la historia espiritual de la humanidad. En él todo alcanza su plenitud, su perfección, y en él toda la historia está ya de algún modo presente. Los cristianos hemos recibido la misión de hacer que la salvación realizada por Cristo despliegue su eficacia infinita entre los hombres de todos los tiempos con la edificación del reino de Dios.

El final de la homilía dará paso a la tercera parte de esta solemnísima liturgia, la así llamada liturgia bautismal. Después de la invocación de todos los santos con el rezo de las letanías, se procede al bautismo de los catecúmenos que se han preparado de manera particular para este momento durante la Cuaresma. Si, como en esta noche, no hay bautismos, nos limitaremos a bendecir el agua, pidiendo al Señor que fortalezca en nosotros la conciencia de la nueva vida que un día recibimos en el sacramento del Bautismo. A continuación se repiten las promesas del Bautismo renovando nuestro compromiso de vivir en la libertad de los hijos de Dios, de acuerdo con nuestra fe en el Dios Uno y Trino,  fe que no sólo no sólo dispone a asentir a las verdades reveladas, sino también y sobre todo, a responder que sí a Cristo y a seguir sus pasos, teniendo en nosotros sus mismos sentimientos. Tras la liturgia bautismal, continúa la Misa como de costumbre hasta su final.

Queridos hermanos, hagamos nuestras las palabras que leemos en el Prefacio de esta noche santa, pidamos a Dios que quienes participamos del gozo de las fiestas pascuales, podamos llegar, por su gracia, con espíritu exultante, a las fiestas del cielo que se celebran con alegría eterna. Amén

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