Homilía del Obispo de Cuenca en las Sagradas Órdenes. Catedral de Cuenca, 23 de Junio de 2018

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Queridos sacerdotes concelebrantes, queridos Francisco y Maximiliano, padres y familiares de los ordenandos, amigos, seminaristas, fieles todos:

Nuestra Iglesia particular de Cuenca se llena esta mañana de profunda alegría en el Señor porque dos de sus fieles reciben el sacramento del Orden como presbíteros. Es un regalo de Dios que acogemos con sincero reconocimiento y con acción de gracias, mientras con humilde oración pedimos para que estén siempre dispuestos a desempeñar el ministerio como buenos colaboradores del Orden episcopal, apacentando el rebaño del Señor y dejándose guiar por el Espíritu Santo.

1) Acabamos de escuchar en el Evangelio las palabras que Jesús dirige a sus discípulos en la Última Cena, en el clima único, irrepetible, de la institución del sacramento de la Eucaristía, gracias al cual, por el ministerio de los sacerdotes, se hace presente el sacrificio redentor de Cristo en todos los tiempos y lugares. Son palabras como dardos que hieren el corazón y conmueven necesariamente a quien las escucha con fe. “Como el Padre me ha amado, dice Jesús, así os he amado yo; permaneced en mi amor”. Toda la vida del discípulo, toda la vida del sacerdote ˗pues a los Apóstoles van dirigidas esas palabras˗, debe ser y entenderse como una existencia de amor, es decir de entrega, de sacrificio gozoso y alegre, de felicidad. Sacerdotes nacidos para la alegría permanente, duradera, estable, constante, que nace de la conciencia de ser amados por Dios… de ese modo impensable: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo”; así os amo yo, porque no se trata de un acto transitorio, cumplido y acabado, sino de un acto que perdura en el tiempo. El amor de Dios que nos engendra a nueva vida en el Bautismo, se actualiza de nuevo, “toma cuerpo” podríamos decir, en la elección: “Llamó a los que quiso”, en un acto libérrimo de su voluntad amorosa que nos constituye apóstoles. Nacidos para la alegría, nacidos para el amor. Nos habla así el Señor, nos lo revela para que ˗¡nueva maravilla!˗, su alegría esté en nosotros, la alegría de Jesús, “y nuestra alegría llegue a plenitud”. La alegría del sacerdote debe rebosar, desbordarse, contagiarse, inundar las vidas de sus fieles. “La alegría del Evangelio”, titula el Papa su Exhortación Apostólica. El heraldo del Evangelio debe dejarse llenar de la alegría de esa buena noticia del amor de Dios a los hombres. Dejad que resuenen “siempre” en vuestras almas las palabras del Apóstol: “vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor” (Ef5, 2). Amor y entrega por amor: estupendo programa para toda vuestra vida.

Jesús nos enseña cómo permanecer en su amor, cómo vivir felices, cómo estar siempre invadidos y “sorprendidos” por la alegría: guardando sus mandamientos, observando los mandamientos del Padre, como el Señor los ha observado. Jesús hizo de la voluntad del Padre su regla de comportamiento, su norma de conducta. Desde que entró en este mundo: “He aquí que vengo, para hacer, oh Dios, tu voluntad” (Hb10, 6-9).Murió sobre la Cruz para cumplir la voluntad del Padre dando su vida por la salvación del género humano. Jesús da a los suyos el mandamiento que Él observó admirablemente: “Este es mi mandamiento: que os améis unos a otros como yo os he amado”. Y Él lo ha hecho de manera ejemplar: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos”.

2) La Santa Misa, memorial de la muerte y resurrección de Jesucristo Nuestro Señor, misterio de la fe, recuerda de continuo al cristiano que debe hacer de su propia vida una oblación amorosa de obediencia al Padre y de entrega generosa a sus hermanos; esta es la esencia misma de la celebración eucarística. Por eso se puede decir con razón que la Santa Misa es “centro y raíz de la vida del cristiano”. Con mayor razón, si cabe, lo es del sacerdote, pues en la celebración eucarística actúa en la persona de Cristo y está llamado a identificarse de un modo particular con Él, Sacerdote y Víctima. Cada celebración de la Eucaristía compromete vuestra entera existencia; os invita, os fuerza, diría, a entregaros plenamente a la voluntad del Padre, a buscarla amorosamente y a cumplirla fielmente; demanda de vosotros la entrega generosa, abnegada, alegre a vuestros hermanos. Amad, pues, la Santa Misa; haced de ella el centro de vuestro día; preparadla con esmero; celebradla con piedad; cuidad todo lo que a ella se refiere, conscientes de que no es vuestra celebración particular, sino celebración de la Iglesia; vividla como el momento más importante del día; que los fieles adviertan vuestra fe en el misterio: no tengáis vergüenza de ser piadosos, sin rarezas ni excentricidades, con la naturalidad y hondura que nacen de una fe verdadera. Fomentad el culto y la adoración de Cristo presente en la Eucaristía. Enseñad a los fieles a recibir al Señor con las disposiciones neesarias. El amor a la Eucaristía os hará después más fácil vivir vuestro día trabajando como él trabajaba y amando como Él amaba. ¡Dejaos transformar por ella¡ Que sea auténtica la petición que dirigimos al Padre cada día: “Que él nos transforme en ofrenda permanente, para que gocemos de tu heredad junto con tus elegidos” (Plegaria Eucarística III), que haga de nuestra vida “ misterio de Redención”, como dice el Catecismo (n. 517) y recuerda papa Francisco.

La Sangre de Cristo es derramada para el perdón de los pecados. Sabéis, queridos ordenandos, que el Sacramento de la reconciliación está íntimamente ligado al misterio de la Eucaristía. Gracias a la Confesión alcanza a los hombres, pecadores como somos, el misterio de la reconciliación con Dios y con la Iglesia. Grande e insustituible ministerio el de la Confesión. “Servid” con generosidad el perdón de Dios a los fieles para que puedan acercarse con frecuencia a recibir esa caricia de Dios.

3) San Pedro en su primera carta recomienda a los presbíteros que sean verdaderos pastores que se desvelan por las ovejas, que sean su preocupación, que las cuiden, las alimenten, las guíen, velen por su bien: que sean pastores, que asuman con gozo este oficio estupendo. Buenos pastores a imagen del buen Pastor, que gobiernan el rebaño no a la fuerza, sino de buena gana, como dice la bella copla de Juan del Encina: “Tan buen ganadico y más en tal valle, placer es guardalle”. Pastores, no mercenarios, que actúan sólo por dinero sin que les importe de las ovejas. El sacerdocio un medio de vida, ¡no!; seria prostituir el sacerdocio. Pastores, no déspotas ni tiranos que tratan con dureza al rebaño y abusan de su poder o autoridad. La autoridad y la potestas sacraque se nos da con la ordenación no es oscura, velada, autoafirmación del propio yo, sino servicio al pueblo de Dios, que se ejerce con el espíritu del Señor que “no ha venido a ser servido sino a servir y a dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20, 28). Pastores cuyo deseo, humilde pero veraz, es convertirse con la gracia de Dios en modelos del rebaño (cf. 5, 1-4). Pastores, hermanos de todos los demás Pastores. ¡No caminéis nunca solos! Es dimensión esencial de vuestro sacerdocio: sois y debéis vivir como miembros del presbiterio. ¡No dejéis que nadie camine sólo! Que todos puedan sentir vuestra cercana compañía, el impulso de vuestro afecto, el consuelo de vuestra amistad.

4) Queridos ordenandos, la Iglesia tiene necesidad sobre todo de testigos, de hombres y mujeres que se han encontrado con Cristo, que se han dejado seducir por él porque han visto su rostro. La Iglesia pide santos que son “el rostro más bello de la Iglesia” (Exhort. Apost.Gaudete et exsultate, n. 9). Con el Papa os digo: no tengáis miedo de apuntar más alto, de dejaros amar y liberar por Dios (ibidem, 34). Sí, es verdad “en la vida existe una sola tristeza, la de no ser santos” (ibidem).

Que la Madre de Dios que besa hoy vuestras manos sacerdotales os guarde en su regazo y os acompañe siempre, como a su Hijo, al pie del altar, y que nuestro patrono San Julián os alcance de Dios nuestro Señor ser verdaderos padres de los pobres. Amén.

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