Número redondo. Medio milenio. No existen muchas realidades, dentro o fuera de la Iglesia, que puedan celebrar 500 años de existencia. Los hijos de La Ventosa os habéis reunido para hacerlo. Os acompaño con gusto en este momento de alegría y de gozosa celebración.
Consagrar un tempo, queridos hermanos, significa dedicar un espacio a Dios para la celebración de los sagrados misterios, en los que se nos comunica la gracia de Dios. La consagración es al mismo tiempo el acto con el cual un espacio y edificio se reservan exclusivamente para ese fin. Espacio y edificio se apartan del uso común, están al servicio de usos religiosos y solo en casos de grave necesidad y cuando no se pueda recurrir a otros espacios puede ser lutilizarse con otros fines nobles y lícitos.
El templo parroquial es la casa común de los fieles de una comunidad cristiana. Es el hogar con lo que esto significa de protección, de refugio, de lugar amable en el que se reúne la familia. Este templo es la casa común de los hijos de Dios, en el que nos reunimos mostrando que somos parte de una misma familia, tributamos a Dios la debida, alabanza y acción de gracias, y celebramos los misterios sagrados.
Como todo lo consagrado a Dios exige respeto, silencio, actitudes decorosas, cuidado, belleza y cierta nobleza en todo lo que forma parte del templo. Cinco puntos reclaman sobre todo nuestra atención en este: el altar donde se ofrece el sacrificio, en el centro; la pila bautismal donde recibimos el Bautismo, que nos hace miembros de la Iglesia a la entrada del edificio; el ambón donde se nos sirve la palabra de Dios como en una mesa; el Confesionario donde recibimos el perdón de los pecados; la sede o la cátedra desde donde se enseña la verdad del Evangelio. ¿Y el tabernáculo o sagrario que contiene al mismo Cristo, con su cuerpo y sangre, alma y divinidad? Es el lugar donde se reserva la sagrada Eucaristía para llevar a los enfermos. A veces está en una capilla adyacente a la nave del templo. Si está en el altar es lugar y objeto de máximo respeto, pues en él está al mismo Señor.
En un día como hoy es bueno recordar juntos que llamamos iglesia al templo que nos cobija y nos reúne. Pero conviene tener presente que con la venida del Hijo de Dios a la tierra el lugar en el que habita Dios es sobre todo Jesús. El es el templo en su sentido más verdadero; el arca de la alianza, lugar de su presencia; el verdadero altar donde ofrece el sacrificio de su vida; el sacerdote que lo ofrece y la víctima que se ofrece.
San Pablo nos enseña que el verdadero templo de Dios lo formamos nosotros: o “¿es que no sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dos habita en vosotros?” Nosotros somos piedras vivas en ese templo. Las piedras físicas del templo son algo inerte, no tienen vida. ¿Tiene sentido un templo de piedras inertes que no alberga piedras vivas que somos nosotros? ¿Tiene sentido un estuche de gran valor en el que no se encierra una piedra preciosa sino un grano de arena? ¿O una casa de familia en la que no habita, nadie, en la que no se reúne la familia?
El aniversario que celebramos debe ser una invitación a sentirnos y comportarnos como familia, como familia de Dios, que se reúne gozosa cada domingo para alabar, agradecer, y pedir a Dios perdón, implorando también su protección y sus dones. Una comunidad de creyentes, de cristianos seguidores de Jesús entregados a las diversas tareas y ocupaciones, conscientes de su fe y coherentes con sus exigencias; porque, a veces, podemos conformarnos con ser cristianos superficiales, de apariencia, de anuncio, olvidados de la nueva vida que recibimos en el Bautismo; que aceptan, al menos de hecho, un divorcio práctico entre la fe y la vida con sus afanes y quehaceres temporales, vividos como si Dios no existiera. Es bueno que a veces nos examinemos sobre si nuestra vida de cada día se diferencia de la del que no es cristiano. Porque el cristiano auténtico se esfuerza porque la fe que profesa vivifique y empape su existencia con todas las realidades que la integran: su trabajo, la vida familiar y social, la convivencia, las relaciones profesionales.
Que la celebración de este aniversario avive en nosotros la conciencia de ser cristianos, miembros de la comunidad cristiana, que viven como tales y anuncian el Evangelio sobre todo con el testimonio de su vida auténticamente cristiana. Que así sea.