Homilía del Sr. Obispo en el Domingo de Ramos 2023

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Queridos hermanos:

    ¡Per crucem ad lucem! Por la cruz a la luz, reza un antiguo adagio cristiano, que encierra una honda verdad. Con la solemnidad de este Domingo de Ramos da inicio la celebración de la Semana Santa, centro de la liturgia anual que culmina con la conmemoración de la Resurrección del Señor. Domingo de las Palmas. Es la primera gran celebración de estos días santos.

    La liturgia de hoy tiene dos ejes fundamentales: la narración de la entrada triunfal de Jesús en la ciudad santa, momento de gloria y de exaltación, y la lectura de la Pasión según san Mateo: momento de humillación y de dolor, de fracaso. Hoy, en realidad recordamos dos procesiones contrapuestas; una, alegre, gozosa, la entrada en Jerusalén; la otra, triste, de llanto y dolor, conduce fuera de Jerusalén camino del Calvario. Domingo in palmis, de ramos o de las palmas, en recuerdo de la escena en que Jesús entra en Jerusalén entre los hosannas del pueblo y las ramas cortadas de los árboles con las que la multitud alborozada alfombra la calzada, entre gritos de aclamación: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre! del Señor! ¡Hosanna en las alturas!

    La ciudad de Jerusalén se conmueve, sobresaltada; se altera repentinamente, se asusta ante algo inesperado. En el fondo, la razón del misterioso sobresalto es la misma que alteró el ritmo de la ciudad santa de Jerusalén a la llegada de los Reyes Magos que preguntan por el lugar en que ha nacido el Rey de los judíos. Ahora son los gritos del gentío los que hacen que una suerte de escalofrío se apodere de los habitantes de la ciudad. Los gritos hacen referencia a la promesa del Mesías, de la casa de David, cuyo imperio no tendrá fin. La ciudad tiembla ante el triunfo de Cristo; parece sentir miedo del Señor por más que entre manso y humilde, cabalgando un pollino. Y es que los hosannas de la muchedumbre son como un desafío al poder romano. Además, porque, se sepa o no, contradicen las palabras del príncipe de la mentira en el Paraíso: “¡seréis como dioses!”, continua y gran tentación de los hombres, que los invita a querer borrar a Dios de sus vidas, de su mundo; a presentarlo como el enemigo que les arrebata su libertad y los somete a su voluntad. Quien afirme el señorío de Dios parece ser enemigo del hombre. El engaño está en la alternativa: o Dios o el hombre al puesto de Dios; uno de los dos sobra, son incompatibles. Es la sempiterna mentira del diablo que presenta a Dios como enemigo del hombre. Hoy, como al principio, el príncipe de la mentira sigue sugiriéndonos que Dios es el enemigo de un hombre y un mundo felices; que afirmar a Dios es negar al hombre y que apostar por el hombre, por su libertad y felicidad, comporta renegar de Dios.

    La cuestión decisiva es única: o se reconoce a Dios como tal, como Señor, como rey, que nos reviste de su dignidad y nos colma de su gracia, a quien agradecemos y alabamos el don recibido; o negamos y rechazamos, con altanería sin fundamento, la realidad de nuestra condición de hijos de Dios, y huimos de la casa del Padre, nos vamos lejos, borrando cualquier huella de Dios, en pos de nuestros caprichos y nos empeñamos en crearnos nuestro propios mundo al margen y aun en contra de Dios.

    Jerusalén parece intuir la disyuntiva y se conmueve, se sobresalta, tiembla en definitiva ante la alternativa que se le presenta, cuyas gravísimas consecuencias intuye. La multitud -subrayan los textos evangélicos – recibe entre cantos al Rey Mesías que viene a salvar a su pueblo; son las personas de corazón abierto, sencillo, los niños, los que no albergan prejuicios, quienes lo aclaman y alfombran el camino con sus mantos y con ramas de los árboles, como a una general que entra vencedor en la ciudad.

    El segundo eje de la fiesta tiene su centro en la narración de la pasión y muerte del Señor: su procesión al Calvario. Ahora es también un tropel de gente el que, enviado por los sumos sacerdotes y los ancianos, va a prender a Jesús. Es otra la multitud que prende Jesús en el Huerto y lo lleva a casa de Caifás, sumo sacerdote. La forman el Sanedrín, consejo supremo del estado, los sumos sacerdotes, la autoridad civil y religiosa, los que buscan un falso testimonio para condenarlo a muerte. Y luego el poder extranjero que termina por entregarlo a la muerte tras oír la condena del pueblo: ¡crucifícalo, crucifícalo!, con su insidiosa sugerencia de que, si no lo condena, entonces es enemigo del César.

    ¡Domingo de Ramos! Momento de gloria y anuncio de la pasión. La conexión de ambos momentos puede servir para atenuar el escándalo de la Cruz, pero, desde luego, pone de manifiesto que el camino que lleva al Calvario, el momento del fracaso, es la vía necesaria que termina en la Luz de la Resurrección, la Luz que ilumina la noche de Pascua. ¡Por la Cruz a la Luz! Por la “ignominia” de la Cruz a la gloria de la Resurrección; en realidad, la Cruz es ya la manifestación misma de la gloria del Señor, del amor infinito de Dios. También nuestra muerte al propio yo, a nuestras pasiones desordenadas, por amor de Dios y de los demás, es ya inicio de la gloria que nos espera. Amén.

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