Homilía del Sr. Obispo en el Funeral por el Papa emérito Benedicto XVI

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Queridos hermanos: sacerdotes, religiosos, laicos, convocados por la fe en la Resurrección de Jesús en esta iglesia Catedral de Cunca, reunidos por el deseo común de pedir a Dios Nuestro Señor, Padre de la misericordia y Dios de todo consuelo, el descanso eterno para un hermano nuestro, el Papa Benedicto XVI, a quien Él puso al frente de su Iglesia en la Sede de Pedro a lo largo de ocho años.

Las primeras palabras que me han venido a la mente al preparar esta homilía para la Santa Misa funeral por el alma de nuestro querido y admirado Papa Benedicto las encontramos en la segunda carta de san Pablo a Timoteo. Son bien conocidas y fueron dirigidas en primer lugar a su discípulo Timoteo, pero también a todos nosotros. Dicen así: “Pues yo estoy a punto de ser derramado en libación y el momento de mi partida es inminente. He combatido el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe” (4, 6-7). Han vuelto a resonar en mis oídos una vez más, al leer las últimas palabras del testamento del Papa Benedicto: “Doy las gracias al pueblo de mi patria porque en él he experimentado una y otra vez la belleza de la fe. Rezo parra que nuestra tierra siga siendo una tierra de fe y les ruego, queridos compatriotas: no se dejen apartar de la fe”. Y poco más adelante, extendiendo su mirada a toda la Iglesia, continua el texto del Papa ya difunto: “lo que antes dije a mis compatriotas, lo digo ahora a todos los que en la Iglesia han sido confiados a mi servicio: ¡Manténgase firmes en la fe! ¡No se dejen confundir!”. Y hacia al final de su testamento el Papa afirma bien convencido: “¡Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo!” Las que durante más de dieciséis años han sigo palabras ocultas en el testamento del Pontífice, ahora retumban en todo el mundo: de un cristiano a otro, de una comunidad a otra, de una diócesis a otra, de un continente a otro: ¡Manténgase firmes en la fe! ¡No se dejen confundir! Suenan como un ruego apremiante dirigido a todos, una advertencia de madre, un consejo imperioso, un aviso sabio que advierte de las consecuencias poco felices de erróneos comportamientos y actitudes.

Estas vibrantes palabras del Papa difunto me recuerdan otras suyas, no menos vigorosas, pronunciadas en la homilía Misa pro eligendo Pontifice, poco antes de su elección como sucesor de Pedro, que sirven como atinado comentario a las de Jesús que acabamos de escuchar en el Evangelio de san Juan: “No se turbe vuestro corazón, creed en Dios y creed también en mí… Yo soy el camino la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí”. Creed también en mí. En la citada homilía comentaba magistralmente el todavía Card. Ratzinger –permitidme que la cita sea larga-: “Cuántos vientos de doctrina hemos conocido en estas últimas décadas, cuántas corrientes ideológicas, cuantas modas del pensamiento… La pequeña barca del pensamiento de muchos cristianos con frecuencia ha quedado agitada por las olas, zarandeada de un extremo al otro: del marxismo al liberalismo, hasta el libertinismo; del colectivismo al individualismo radical; del ateísmo a un vago misticismo religioso; del agnosticismo al sincretismo, etc. Cada día nacen nuevas sectas y se realiza lo que dice san Pablo sobre el engaño de los hombres, sobre la astucia que tiende a inducir en el error (cf. Efesios 4, 14). Tener una fe clara, según el Credo de la Iglesia, es etiquetado con frecuencia como fundamentalismo. Mientras que el relativismo, es decir, el dejarse llevar, ‘zarandear por cualquier viento de doctrina’, parece ser la única actitud que está de moda. Se va constituyendo una dictadura del relativismo que no reconoce nada como definitivo y que sólo deja como última medida el propio yo y sus ganas”.

“Nosotros, proseguía el Cardenal, tenemos otra medida: el Hijo de Dios, el verdadero hombre. Él es la medida del verdadero humanismo. «Adulta» no es una fe que sigue las olas de la moda y de la última novedad; adulta y madura es una fe profundamente arraigada en la amistad con Cristo. Esta amistad nos abre a todo lo que es bueno y nos da la medida para discernir entre lo verdadero y lo falso, entre el engaño y la verdad. Tenemos que madurar en esta fe adulta, tenemos que guiar hacia esta fe al rebaño de Cristo. Y esta fe, sólo la fe, crea unidad y tiene lugar en la caridad. Una fe que hemos recibido para entregarla a los demás”. Fin dela cita.

    Se ha dormido en el Señor el Papa Benedicto. La Iglesia no puede menos que estarle agradecida, no solo por su luminoso magisterio en momentos confusos, de abandonos y cedimientos; sino también por su bondad, por su rectitud y sinceridad, por su autenticidad, por su lucha por combatir el mal dentro de la Iglesia; por su honradez al renunciar al oficio de Pastor de la Iglesia universal al experimentar la merma de sus fuerzas físicas y espirituales.

 Y en este momento de oración por el eterno descanso del Papa Benedicto, vienen en ayuda de nuestra fe las palabras de la carta a los Romanos que acaba de ser proclamada: “si hemos muerto con Cristo, creemos que también viviremos con él” (6, 8). Sepultados en las aguas de nuestro Bautismo, participes de la muerte de Cristo, muertos al pecado, podemos participar de la vida del Resucitado y caminar en una vida nueva. Por el Bautismo quedamos incorporados a Cristo, somos injertados en él que es la Vid y recibimos la misma vida de Dios. Vida eterna que supera y vence los límites de la muerte física a la espera de la resurrección gloriosa.

    “Salvados en la esperanza”, reza el título de una de las encíclicas del Papa Benedicto. Si, como se suele decir, mientras hay vida hay esperanza, no es menos verdad que mientras hay esperanza hay vida. La nuestra reposa en Cristo, iniciador y meta de nuestra fe (cfr. Hb 12, 2).  En nada y en nadie más podemos depositarla sin experimentar, antes o después, el amargo sabor de la decepción. A veces, por un momento más o menos prolongado, llegamos a pensar que una esperanza humana, un objeto de deseo, nos llenará del todo, plenamente, y su logro nos hará felices; no tardamos en comprobar que se trataba tan solo de una ilusión de la que despertamos desengañados.

    La firme y serena esperanza del Papa Benedicto, bueno y sabio, puesta solo en el Señor, se habrá visto ya satisfecha y podrá decir con el salmista: “los que esperan en ti Señor, no quedan defraudados”. Confesemos también nosotros, queridos hermanos, nuestra esperanza en Jesucristo, ciertos de no quedar defraudados. Y acojamos la petición del Pontífice en su testamento en el que nos pide humildemente que recemos por él. Así lo hacemos: concédele, Señor, que, tras pasar por las cañadas obscuras de la muerte, llegue a la patria donde todo es eterna y cegadora claridad. Descanse en paz. Amén.

Fotos: Seminario de Cuenca

Fotos Catedral de Cuenca

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