Homilía del Sr. Obispo en el Viernes Santo. Celebración de la Pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo

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Queridos hermanos:

Viernes Santo. Celebración de la Pasión y muerte de Nuestro Señor Jesucristo. Celebración presidida por la Cruz. En el momento central de este rito litúrgico, la Cruz será traída hasta el presbiterio por un sacerdote y allí será mostrada, puesta en alto, para ser adorada por los fieles, para los que se convierte en fuente de salvación. Como la serpiente puesta en el asta y alzada en el desierto libró a los israelitas que la miraban del veneno de las mordeduras de las serpientes, así, Cristo, elevado en la Cruz es causa de salvación para los que lo miran.

Mientras recorre la vía sacra hasta el presbiterio, el pueblo cristiano es invitado a cantar cada vez que la Cruz es puesta en alto: “Mirad el árbol de la Cruz, en que estuvo colgado el salvador del mundo”. Miremos, pues, con atención, con cuidado, con devoción.  Miremos, fijemos en la Cruz nuestros ojos con el deseo de descubrir su misterio, de entender su lenguaje, de comprender su porqué. ¡Mira! ¡Fíjate bien!, solemos decir reclamando máxima atención. Y entonces se descubren cosas que pasan inadvertidas a las miradas indiferentes, superficiales, frívolas. Cosas que muchos no ven. No toda mirada es capaz de penetrar el misterio de la Cruz, de entenderlo, de comprender su mensaje. Por eso la Iglesia nos invita una y otra vez: “¡Mirad el árbol de la Cruz!”. Muchos vieron al Crucificado en lo alto del Gólgota: los que pasaban por allí, los soldados, la gente que se había acercado al Calvario, como sucede en la ejecución pública de un malhechor cualquiera; allí estaban también los magistrados que le hacían muecas (cfr. Lc 23, 15). Todos veían lo mismo: un hombre sometido al suplicio que se infligía a los autores de los peores delitos. Pero, entonces, ¿por qué solo el centurión alcanzó a decir: “Realmente este hombre era justo?” (ibidem 23, 47). ¿Por qué solo uno de los ladrones pudo decir al otro: “¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada” (ibidem, 23, 40-41). ¿Por qué vieron otra cosa, además de los que todos veían?

¡Mirad el árbol de la Cruz! Miremos al Crucificado y veamos de verdad: comprendamos, entendamos. No sea que se nos pueda aplicar lo que Jesús dijo a sus discípulos tras la segunda multiplicación de los panes: ¿Por qué andáis discutiendo que no tenéis pan? ¿Aún no entendéis ni comprendéis? ¿Tenéis el corazón embotado? ¿Tenéis ojos y no veis, tenéis oídos y no oís?” (Mc 8, 17-18). Mirad y entended, nos invita la Iglesia. Mirad y entended lo que ha hecho el pecado, para que no lo frivolicemos, para que no lo identifiquemos como un simple error, para que no lo blanqueemos como fruto de una inocente ignorancia. La Cruz impide que trivialicemos el pecado, no permite que olvidemos su sentido, la conciencia de su realidad más honda y secreta, su gravedad y seriedad. Por nosotros, por nuestros pecados, el Hijo de Dios hecho hombre se dejó clavar manos y pies en la Cruz, permitió ser objeto de burlas infamantes, consintió en ser abofeteado y escupido, flagelado y coronado de espinas, cargado con la Cruz y crucificado. Por nosotros y por nuestros pecados. Es bueno considerarlo de manera especial hoy, Viernes Santo, en el silencio de esta tarde huérfana de lo más sagrado y grande que se nos ha dado.

A continuación de esta breve homilía pediremos por todos los hombres, como Jesús desde la Cruz. La Iglesia, identificada con su Maestro, alza al cielo sus manos y pide por su propia perseverancia en la confesión de su Señor. Pide después por el Papa, para que Dios lo asista con su sabiduría y sepa ser guía segura de su pueblo, de manera que este progrese en la fidelidad a su Señor. La oración se extenderá después a todos los ministros sagrados -Obispos, sacerdotes y diáconos-, y a todo el pueblo cristiano, para que podamos servirlo con fidelidad. También reza la Iglesia por los catecúmenos que se preparan para recibir el Bautismo, en el que nacerán a una vida nueva. Hoy no puede faltar la oración por todos los cristianos, para que el Señor conceda el don de la unidad en la fe y en la caridad a cuantos, a pesar de las diferencias, confesamos a su Hijo Jesucristo como Señor y Salvador. Nuestra oración alcanza, también, a quienes no reconocen a Jesús como Mesías-Salvador: en primer lugar, a los judíos, el pueblo de la primera alianza, a quienes con gozo reconocemos como nuestros hermanos mayores, a los que el Dios todopoderoso y eterno confió las promesas hechas a Abrahán y a su descendencia. También a los que no creen en Cristo los abrazamos en nuestra oración, para que sean buscadores de la verdad y caminen a su luz con corazón sincero. Lo mismo hacemos con quienes ni siquiera creen en Dios, a fin de que descubran los signos del amor de Dios y se abran a su conocimiento. No olvida la Iglesia pedir por los que gobiernan los destinos de los pueblos para que el amor a la paz y a la libertad los guíe en sus decisiones. Pedimos, por último, por los atribulados, especialmente por los que sufren en la propia carne los horrores de la guerra; por los que padecen cualquier tipo de injusticia, de enfermedad y de opresión; por los moribundos, para que experimente la misericordia y el consuelo divinos.

Queridos hermanos, vivamos en lo posible esta tarde el recogimiento y la meditación del misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de aquel que “siendo Dios se hizo obediente hasta la muerte y una muerte de Cruz, a la espera del gozoso anuncio de su gloriosa Resurrección. Amén.

        Viernes Santo, 2022

 

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