Homilía del Sr. Obispo en la «Cena del Señor» el Jueves Santo

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Queridos hermanos:

    El Jueves santo, con la conmemoración de la institución de la Sagrada Eucaristía da comienzo el triduo pascual, los días que van desde la última Cena a la noche en que tiene lugar la Resurrección del Señor.

    “La noche en que iba a ser entregado”, so las palabras de la tercera Plegaria Eucarística que introducen a la Consagración. “La noche en que iba a ser entregado”, es decir, la noche de la gran traición de Judas y de la desbandada de los demás Apóstoles. Tras el prendimiento, el texto sagrado dice secamente: “En aquel momento, todos los discípulos lo abandonaron y huyeron”. En esa noche, “la noche en que iba a ser entregado”, repito una vez más; aquella precisamente en que Jesús iba a ser puesto, como un juguete, en manos de sus enemigos; la noche en que quedaba enteramente a su capricho, aquella noche tiene lugar la institución del divino sacramento de la Eucaristía. En la noche de la traición, de la huida, del abandono, Jesús decide quedarse con nosotros de un modo singular. Su sacrificio glorioso será siempre actual, hasta el final del tiempo. Para ello Jesús instituye el sacramento de la Eucaristía, el memorial de su pasión, muerte y resurrección. Es la Misa que celebramos cada día, el mismo sacrificio dela Cruz, que se renueva o actualiza, el mismo, pero de manera incruenta, en nuestros altares.

    No serán necesarios ya más sacrificios, ni más víctimas, ni más sacerdotes. Cristo es el sacerdote que se ofrece al Padre en sacrificio, el sacrificio de la nueva y eterna alianza que nos reconcilia con Dios y nos rescata del poder del demonio. El sacrificio de Cristo, el sacrificio que hace inútiles todos lo demás sacrificios y holocaustos. Sacrificio de obediencia hasta el final: ¡todo se ha consumado! Al final de sus días, Jesús puede decir al Padre: Vine a este mundo para hacer tu voluntad, y he hecho realidad tu querer divino. La muerte en Cruz es, en su verdad más íntima, un gesto de rendida y amorosa obediencia al Padre. Cada vez que participamos en la Eucaristía somos llamados a entrar, a participar, en ese misterio de obediencia al Padre, cueste lo que cueste. Por eso hemos de vivirlo con espíritu de profunda gratitud, de dolor por nuestros pecados, de rendida alabanza por la gran misericordia del Señor; de alegría por la salvación que es para todos los hombres y por ser la comunidad de los redimidos por la sangre del Cordero. Esta es la atmósfera que debe envolver nuestra participación en la Misa. No nos dejemos distraer de lo principal, recuperemos el silencio en nuestras celebraciones, cuidemos nuestra participación como Pueblo de Dios en las celebraciones, lejos de protagonismos sin sentido, de movimientos e intervenciones continuas, de cánticos sin fin: vivamos la sobriedad de la liturgia.

    “La noche en que iba a ser entregado”; pero también la noche en que habiendo amado a los suyos “los amó hasta el extremo”. Buena prueba de ese amor es, junto al sacramento de la Eucaristía memorial de su Pasión y Muerte, y estrechamente unido a él, el sacramento del Orden sagrado, el sacerdocio. “Haced esto en memoria mía”. El sacerdocio ministerial que hace presente a Cristo sacerdote a lo largo de los siglos. Misma víctima e idéntico sacerdote. No se entiende el sacerdocio sin la Eucaristía; sin ella no tiene razón de ser. Tan estrecho es el vínculo entre Eucaristía y sacerdocio que se puede decir, con razón, que somos sacerdotes para la Eucaristía. En esta ofrecemos a Dios nuestras vidas y nos comprometemos a ofrecerlas por los demás. Pidamos por cuantos han sido ungidos sacerdotes para que El Señor los revista de santidad y sean modelo del rebaño que se les ha confiado.

    “La noche en que iba a ser entregado”, en la que su  amor iba a llegar hasta el extremo, es también la noche en que Jesús, Señor y Maestro, nos dejó un gesto que no permite dudas sobre su condición de servidor, alguien que no ha venido a ser servido sino a servir. Es la segunda manifestación del amor sin límites de Cristo. El texto de san Juan dice de manera extraordinariamente significativa: “Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos”, es decir, teniendo plena conciencia de ser Señor de todo lo creado, se levanta de la mesa y cumple un gesto inaudito: el que es Señor cumple el oficio de un servidor y lava los pies a sus discípulos. Cristo servidor de sus hermanos hasta el punto de lavarles los pies. Por amor cumplió Jesús este gesto, como hicieron María, hermana de Lázaro y la mujer pecadora. Cumplido el gesto, Jesús amonesta a los Apóstoles y a nosotros en ellos: “¿Comprendéis lo que he hecho por vosotros? Vosotros me llamáis el Maestro y el Señor, y decís bien, porque lo soy… Os he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis” (Jn 13, 32-35).

    Jueves santo día del amor fraterno. El amor fraterno es más que simpatía humana, más que un sentimiento benevolente, más que la amistad de quien comparte ideas o proyectos. Amor fraterno es amor dispuesto a llegar al sacrifico de sí mismo; amar es mucho más que dar algo que quizás nos sobra y no sabemos qué hacer con ello; amar es darse uno mismo, comprender, perdonar, disculpar, servir.

    ¡Jueves Santo! Adoremos el misterio santo de la Eucaristía, agradezcamos el don del sacerdocio de Cristo a su Iglesia, seamos misericordiosos con nuestros hermanos más frágiles y necesitados. Amen.

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