Homilía del Sr. Obispo en la Coronación canónica de la Virgen del Rosario de El Provencio

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El viernes, 31 de mayo, el Obispo de Cuenca, Monseñor José María Yanguas, ofició la Coronación Canónica de la Virgen del Rosario, en El Provencio.

Queridos D. Cesar, párroco de esta comunidad cristiana de El Provencio, sacerdotes concelebrantes, autoridades, hermanos de la Hermandad de la Virgen del Rosario y de San Roque, fieles que habéis llegado de otras parroquias con vuestro estandarte o con las imágenes de vuestras Patronas, fieles de esta comunidad parroquial de El Provencio.

Con carta del pasado 1 de enero de este mismo año de 2024, la Hermandad del Rosario y de San Roque solicitó la coronación canónica de la sagrada imagen de la Ssma. Virgen del Rosario, Patrona de El Provencio. La carta se acompañaba con un dossier muy bien presentado en el que se da cuenta de la historia de la Hermandad, y se ofrecen noticias tanto de la leyenda de la Virgen como de algunos particulares relativos a la actual imagen de la Virgen del Rosario. La petición de la coronación de la imagen de la Virgen del Rosario ha contado con un gran respaldo popular, tanto de la parroquia, como del Excmo. Ayuntamiento de El Provencio, de los arciprestazgos de Belmonte y de San Clemente, de las Hermandades y Cofradías de la parroquia, y de otras asociaciones, culturales, deportivas y AMPAS. No había, pues, motivos razonables para no aceptar una solicitud que cuenta con un tan amplio y variado refrendo, cuya aceptación, además, a buen seguro, debía contribuir a acrecentar el amor y la devoción a María y a consolidar la concordia y la armonía entre sus hijos de El Provencio. Y de común acuerdo con la parroquia, fijamos la fecha de hoy, 31 de mayo de 2024, para llevar a cabo el solemne acto de la coronación de la Virgen del Rosario, patrona de las y los provencianos.

La coronación canónica es un rito litúrgico con el que se quiere resaltar, expresar y acrecentar la devoción del pueblo cristiano a una imagen y advocación, en este caso la imagen de la Virgen del Rosario de El Provencio. Se podría pensar que la de la Coronación de la Virgen no es más que una celebración multitudinaria en la que el Obispo coloca sobre las sienes de la imagen de Maria una rica corona que le orece el pueblo cristiano como testimonio de “la fe que le tiene”, es decir, de su amor y confianza filiales. Pero la imposición canónica de una corona a una determinada imagen de la Virgen atestigua la devoción que se le profesa no solo en este momento o en los años inmediatamente precedentes, sino que certifica las raíces temporales del amor y veneración que le vienen tributando durante muchos años los fieles, y, de algún modo, todos los vecinos de un pueblo.

La verdadera devoción y veneración a la Ssma. Virgen se traduce, de una parte, en el respeto y reconocimiento de su excelsa dignidad y, de otra, en la imitación de sus virtudes, que, en nuestro caso, se anudan y resumen en la obediencia fiel y amorosa a la voluntad de Dios, a sus mandatos y preceptos; y se hace igualmente visible en la confianza filial con que se recurre a ella en las necesidades personales, familiares, y en las del pueblo como tal.

Coronamos hoy a la Virgen del Rosario y a su Ssmo. Hijo con una hermosa corona, pero debemos tener presente que ellos desean ser coronados sobre todo en el corazón de cada uno de sus hijos de El Provencio, y que el deseo de la Virgen es que escuchemos y sigamos los pasos de su Hijo Jesús. “Haced lo que Él os diga”, son las palabras que resumen las recomendaciones de María a sus hijos de todos los tiempos. No tiene otros deseos.

Hoy celebra la Iglesia la fiesta de la Visitación de María a su prima Santa Isabel que, siendo estéril y ya de edad avanzada, esperaba, no obstante, un hijo, como el ángel lo había dicho a María en la Anunciación. La joven doncella, apenas recibida la noticia, “se levantó”, dice el texto del Evangelio que hemos leído, y fue de prisa a visitarla. “Se levantó”, se activó, podríamos decir, dispuso las cosas para hacer el viaje y quedarse un tiempo con Isabel. Apenas descubrir la seria necesidad en que se encuentra su pariente, lo dispone todo para acudir enseguida a auxiliarla. La actitud de María nos habla de una mejor resuelta, decidida, diligente, virtudes que se acompañan con un toque de amabilidad, de afecto, de caridad. En efecto, la caridad se da quehacer para socorrer una necesidad; no es remisa, perezosa, indolente. Se pone en marcha, de prisa, para acompañar, para cuidar. La segunda lectura tomada de la Carta a los Romanos nos hace comprender mejor la actitud de María, modelo para todos nosotros: “Que vuestra caridad no sea una farsa”, que no sea un amor fingido; que no sea solo apariencia que degenera en simulación; que sea auténtico, con obras y de verdad. La caridad es necesariamente activa, se traduce en obras; no se limita a contemplar el mal, sino que trata de evitarlo, de disminuirlo o de eliminarlo; la caridad, si es auténtica, vence la pereza, la comodidad, el egoísmo que nos lleva a pensar siempre en nosotros mismos y a encontrar justificaciones para no hacer nada.

La caridad es discreta, no le gusta hacer propaganda, ostentar las propias obras de bien en favor de los demás. Es humilde, no se pavonea, sigue la recomendación del Señor: que no sepa tu mano izquierda lo que hace la derecha (Mt 6, 3); la caridad gusta de no ser advertida, de pasar oculta, como el ruiseñor que se esconde en la enramada. La caridad es atenta, sabe darse cuenta de la necesidad en que alguien puede verse. Sólo la Virgen percibió el mal momento en que se encontraba los novios y el maestresala que advirtió que el vino estaba acabándose y el banquete no había llegado al final. El amor maternal de María se da María se da cuenta y lo pone en conocimiento de Jesús.

La caridad es sacrificada. No fue un paseo la larga caminata desde Nazaret al pueblo en que habitaba Isabel, en la montaña de Judea. Implicó molestias, sacrificio generoso que le llevó a pasar tres largos meses, los más difíciles, en casa de Isabel. No hizo cálculos, no midió con precisión hasta donde llegaba su obligación familiar, ni si había otros parientes más directos y cercanos, más obligado a hacer lo que ella hizo; “se levantó y se puso en camino”.

La solicitud de María por su prima santa Isabel, nos enseña a servir a quien pasa necesidad, a estar atentos a los demás, a no ponernos unas orejeras que nos aíslan de lo que ocurre a nuestro alrededor, a hacer el bien a todos “para que vean vuestras buenas obras, y den gloria a vuestro Padre celestial que está en los cielos” (Mt 5, 16).

Hoy ceñimos las sienes de María, invocándola como Virgen del Rosario, con una hermosa corona. Ciñámoslas también cada día con las obras de caridad que nos asemejan a ella. Amén.

 

 

 

 

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