Homilía del Sr. Obispo en la Eucaristía de apertura del Jubileo del Santísimo Cristo de la Luz de Leganiel

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Querido D. Isidro y sacerdotes concelebrantes, autoridades, queridos , miembros de la Hermandad del Ssmo. Cristo de la Luz, queridos fieles todos fieles de Leganiel.

Con esta solemne Eucaristía se abre el Jubileo del tercer centenario del milagro del Santísimo Cristo de la Luz, al que los hijos de Leganiel profesáis una bien arraigada y fervorosa, devoción. Os felicito porque habéis querido que las celebraciones se extiendan con diversos actos hasta su clausura el 25 de mayo de 2024.

Los hechos que dan lugar a las celebraciones en honor del Santísimo Cristo de la Luz son bien conocidas por todos vosotros. La misericordia de Dios se hizo visible en el hecho milagroso ocurrido en al ya lejano 1724. Una plaga de langosta asolaba vuestros campos en un mes como el que acabamos de comenzar. Como pueblo de fe, las imágenes de la parroquia fueron sacadas en procesión de rogativas pidiendo por la intercesión de los santos el cese de la plaga. Pero solo cuando la imagen del Santísimo Cristo salió en procesión ceso el terrible mal que de seguir habría traído a Leganiel hambre y desesperación. Bien sabido es que el bienestar de nuestros pueblos de la Alcarria dependía en buena medida, como todavía hoy, de la abundancia de sus cosechas. Desde entonces lo adoptasteis como patrono del lugar, y a Él seguís acudiendo tres siglos después en cualquier necesidad.

Como personas agradecidas celebráis cada año la fiesta del Santísimo Cristo de la Luz, agradecidos por el favor concedido hace tres siglos.

El ejemplo de vuestros mayores tiene algunas importantes y útiles enseñanzas para todos. Parecen cosas sabidas, tan sencilla y elementales que las suponemos sin necesidad de someterlas a prueba para verificar si son o no verdad. Es útil recordarlas y aprender de nuestros mayores, quizás menos cultos e informados que nosotros, pero a menudo más sabios.

Lo primero que aprendemos de ellos es la necesidad de la oración. Se entiende bien, pues quien ha recibido de Dios la propia existencia es siempre un ser íntimamente menesteroso, necesitado de su auxilio. De ahí que delante del Señor, dador de vida, la arrogancia, la soberbia de quien piensa no necesitar de nada ni de nadie, ni siquiera de Dios, es pecado particularmente desagradable a sus ojos. El pobre, el necesitado, pide ayuda, porque no puede salir solo de su miseria. Debe ser humilde para pedirla. Si el Señor acoge, escucha y ensalza a los humildes, humilla, en cambio, y no mira a los soberbios. La oración de petición, es una de las formas de oración más frecuentes en los labios de los hombres. Pedimos porque somos seres necesitamos, y pedimos porque creemos en la misericordia de Dios.

Aprendemos, después, de nuestros mayores que la oración debe ser perseverante. No es que a Dios le guste hacerse de rogar, o que sea remiso en escucharnos; menos todavía que se complazca en vernos humillados; de ningún modo. Lo que ocurre es que la perseverancia en la oración es ejercicio de la virtud de la esperanza. Se dice, y es verdad, que lo último que se pierde es la esperanza, y que mientras hay vida hay esperanza. Cuando una persona la pierde, se abandona, se deja ir, no lucha, no se empeña, no se levanta una y otra vez. Ha perdido la esperanza y, de inmediato, deja caer sus brazos, se abandona a su suerte. Nosotros sabemos que con la fe y la caridad está estrechamente unida la esperanza: esperamos porque tenemos fe en Jesús que nos ha dicho que su Padre celestial escucha a quienes piden en su nombre. Esperamos porque amamos: cuanto más se ama a alguien más se confía en él, más se espera en que no nos fallará. Y si alguna vez desfallecemos, pedimos al Señor que la aumente, convencidos de que Él sabe sacar bien de cualquier mal real o aparente. La perseverancia, es virtud fundamental en la vida cristiana. Permanecer, resistir, es exhortación continua del Señor. No ceder en el bien, en la oración: es signo seguro de las virtudes teologales.

Oración agradecida. La gratitud es otra virtud en la que estamos llamados a crecer. Gratitud para con todos los que nos han hecho algún bien., sobre todo con Dios: dador de todo ben. Es, en efecto, de corazones bien nacidos el ser agradecidos. Es virtud básica, fundamental, además de una muestra de buena educación. Los cristianos somos, debemos ser, especialmente agradecidos a Dios, porque de sus manos hemos recibido muchos dones: el don del Bautismo y de la fe, los demás sacramentos, una familia en la que hemos crecido serenamente, el buen ejemplo de padres y maestros, la educación.

Por eso denominamos Eucaristía, acción de gracias, al sacramento por excelencia, el don más grande que hemos recibido de Dios, en el que se hace presente, se actualiza, el misterio de nuestra Redención, el sacrificio de la Cruz, precio extraordinario que El Señor pagó para rescatarnos del pecado y de la muerte. Lo agradecemos cada semana. No es la Misa del domingo una manía de la Iglesia, una imposición arbitraria: es oración de alabanza, adoración, de acción de gracias con la reconocemos el gran don de la Salvación y todos aquello otros dones que recibimos de la generosidad de Dios.

Queridos hermanos, pido al Ssmo. Cristo de la Luz que nos haga crecer como cristianos en este Año Jubilar: hombres y mujeres de más oración, es decir, de mayor trato y cercanía con Dios nuestro Señor; una oración más confiada y perseverante; presidida por un agradecimiento que se renueva cada semana en la Santa Misa. Pido también al Ssmo. Cristo de la Luz nos conceda la deseada y necesaria lluvia para nuestros campos. Amén

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