Homilía del Sr. Obispo en la Fiesta de Santo Tomás Apóstol, 3 de julio de 2024, en el Santuario de Lourdes

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El Obispo de Cuenca, Monseñor José María Yanguas, en la Fiesta de Santo Tomás Apóstol, el 3 de julio de 2024, presidió la Misa Internacional en la Basílica San Pío X del Santuario de Lourdes. A continuación, se puede leer la homilía.

Queridos hermanos en el Episcopado, querido sacerdotes, un saludo especial para todos los enfermos, queridos fieles.

    En la primera lectura hemos escuchado las palabras del Apóstol San Pablo a los fieles de la Iglesia de Éfeso. Su enseñanza es válida para todos los que, por el sacramento del Bautismo, hemos sido recibidos en la gran familia de los hijos de Dios. A esa familia y pueblo pertenecemos. No somos extraños, ni advenedizos, o forasteros. La Iglesia es nuestra nación espiritual; a ese pueblo pertenecemos; nos unen íntimos y fuertes lazos familiares, vínculos no solo ni principalmente jurídicos sino existenciales: la vida de Dios, Padre de todos, que nos hace hermanos en Cristo. La Iglesia es la casa común de los cristianos, nuestro “casal”, la casa antigua, la noble casa solariega, fundada sobre la piedra angular que es Cristo, edificada sobre el cimiento de los apóstoles y profetas.

    Experimentamos esta mañana la alegría que produce la presencia de peregrinos de todo el mundo, de lenguas diversas, de culturas diferentes, de tradiciones antiguas o de origen todavía reciente, todos unidos por la misma fe; un solo pueblo de Dios, reunido para celebrar el misterio de la Pasión Muerte y Resurrección de Jesucristo, nuestro Señor, en esta gran basílica, nueva arca de Noé, que nos congrega y unifica. Una multitud de hijos, diversos y dispersos, que se reúnen para celebrar, gozosos, la fe común, a los pies de la que es Madre de Dios y Madre nuestra.

    La fiesta del apóstol Santo Tomás que hoy celebramos nos recuerda que la Iglesia es apostólica. Así lo confesamos en el Credo o profesión de Fe. En el nuevo pueblo de Dios los Apóstoles son las columnas sobre las que se va construyendo la Iglesia “el templo consagrado al Señor”, “la morada de Dios”. Todos, como dice bellamente el Apóstol, “entramos en la construcción” de ese templo; todos hemos recibido la misión de anunciar el Evangelio a todas las naciones, pero cada uno tiene su función en la construcción de ese edificio que se va levantando a lo largo de los siglos: la Iglesia de Dios. Edificamos sobre lo ya edificado: no hay verdadera construcción de la Iglesia al margen de lo ya edificado. El edificio crece sobre la misma fe de los Apóstoles, sobre la Comunión Eucarística que nos hace parte del único Cuerpo de Cristo.

    Santo Tomás es el Apóstol que por un poco de tiempo sucumbió a la duda. Quiso, exigió, ver para poder creer; no le bastó la palabra del Maestro a cuyos pies había aprendido una doctrina única; ni le fueron suficientes los milagros de los que había sido testigo; ni la declaración de los hermanos que le decían, alborozados, en la tarde del gran día de la Resurrección: “¡Hemos visto al Señor!”. Tomás quiere ver, tocar, experimentar, asegurarse. Busca certezas humanas más allá de la palabra veraz del Maestro. No recuerda lo que Jesús dijo categóricamente de sí mismo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Ha olvidado su inequívoca afirmación: “Las palabras que os he dicho son espíritu y vida”. Tampoco trae memoria de la respuesta de Pedro a la pregunta de Jesús ante la deserción de muchos de sus discípulos tras la multiplicación de los panes y los peces: “¿Señor a quien vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”.

    Pero Tomas es también el Apóstol que confiesa, humilde, su desvarío con una estupenda, conmovida, profesión de fe: ¡Señor mío y Dios mío! A él acudimos hoy para que interceda ante el Señor y le presente nuestra oración: ¡Señor, auméntanos la Fe! Haznos oír tu palabra de vida en medio de los rumores que solo traen confusión, de las voces del mercado de verdades, de los pensamientos fruto de ideologías meramente humanos. Concédenos escuchar tu palabra viviente, limpia, fuerte, segura, eterna, que nace de las profundidades insondables del Padre.

    Señor te pedimos con el Apóstol santo Tomas: ¡Auméntanos la fe en nuestros momentos de ceguera, de confusión, de incertidumbre, de tentación! Auméntanos la fe cuando nos veamos envueltos en la noche cerrada de la prueba, o en las densas nieblas del desconcierto ante tus designios que no terminamos de entender, ante el aparente triunfo del mal y de la mentira, ante la tremenda prueba del dolor propio y ajeno, o ante la sutil tentación del orgullo que pretende someter tu verdad al juicio de nuestra débil, pero tantas veces engreída, razón, menesterosa siempre de luz, de tu Luz, Señor, radiante y gloriosa por los siglos de los siglos. Amén.

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