Homilía del Sr. Obispo en la Misa Crismal, Miércoles Santo

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Queridos hermanos:

En unas circunstancias bien diversas de las habituales, celebramos la Misa crismal, es decir, la Misa en la que es consagrado el Santo Crisma y son bendecidos el Óleo de los Catecúmenos y el Óleo de los Enfermos. La Iglesia celebra habitualmente esta Eucaristía en la mañana del Jueves Santo, si bien por un razonado motivo puede hacerse en uno de los primeros días de la Semana Santa. En nuestra diócesis la celebramos habitualmente el miércoles Santo con el fin de que puedan participar en ella los sacerdotes que el Jueves Santo se encuentran más atareados, y puedan también llevarse los santos Óleos a sus parroquias después de la Santa Misa.

Es una celebración en la que el aceite,  el óleo, está en su mismo centro. La importancia de este elemento natural en la vida de la Iglesia es grande desde el momento en que lo encontramos íntimamente unido al misterio de nuestro Señor Jesucristo. Cristo, en efecto, significa ungido; los cristianos somos los ungidos; y la unción tiene lugar con el aceite, con el óleo.

En toda la cultura mediterránea el aceite ha sido expresión del vigor de la vida, además de medicina con la que se proporciona al cuerpo nuevas energías, descanso y paz. El aceite recubría el cuerpo de los atletas dándole de nuevo fuerza. Además, el aceite resulta ser un embellecedor y es expresión de la alegría de la vida. Se entiende bien, por eso, como se ha dicho, que el aceite,como portador de la fuerza de la vida, se halle próximo a lo divino, a Dios, Señor de la vida. Cuando una persona era ungida con óleo, ya se tratara de sacerdotes, de profetas o de reyes, se quería significar que el poder de la vida estaba en ellos.

Jesús fue ungido en el Jordán no ya con aceite, sino con el Espíritu Santo que es espíritu de vida, espíritu vivificador; con ello se está indicando que Jesús es el verdadero profeta, sacerdote y rey. De su unción nos hace partícipes en los sacramentos: la unción del Bautismo, que nos transforma en otros Cristos, hace posible que nuestra vida exhale el buen olor de Cristo; la Confirmación nos convierte en atletas, capaces de correr la carrera de la vida y conservar la fe hasta el final; la unción del sacramento del Orden da la sagrada potestad para actuar en la persona de Cristo en la celebración de la Eucaristía y en la administración de la Penitencia ; la Unción en la frente y las manos de los enfermos, como verdadera medicina, nos sostiene en la enfermedad, la cura si nos conviene, nos proporciona la paz y nos da la seguridad de que estamos en las manos de Dios.

Habitualmente en esta celebración participa todo el pueblo cristiano: los miembros del presbiterio diocesano, una representación de la vida consagrada y un puñado de fieles laicos. La Iglesia diocesana, el pueblo de Dios en Cuenca, se hace en este día particularmente visible. Todos en torno al Obispo, y con él entorno al altar de Dios para celebrar la muerte y resurrección del Señor. Junto al altar son puestas las vasijas con los santos óleos para ser bendecidos o consagrados. Desde aquí los llevarán los sacerdotes a sus parroquias para seguir edificando la Iglesia: haciendo nuevos cristianos, confirmándolos en la gracia recibida, fortificándolos en la hora de la última prueba. Toda la Iglesia, el Cuerpo Santo de Cristo, es ungido con el Óleo de la alegría y de la vida para llevar a cabo la misma misión que recibió el Señor Jesús: anunciar el reino de Dios, curar las enfermedades de los hombres, fortalecer su debilidad, sostenerlos en la edificación del Reino, en la ordenación de todas las cosas del mundo según el querer divino. Esla tarea a la que estamos llamados: discípulos de Jesús santificados por la unción de su Espíritu; testigos ante el mundo de la nueva vida que nos ha ganado Cristo, una vida vivificada por el amor a todos los hombres y por el espíritu de servicio.¡Hemos sido ungidos con el Espíritu de Jesús! No es cuestión de medias tintas, de simulacros de vida cristiana, de traiciones, de medianías, de intentos vanos de cubrir la tibieza con apariencias de fervor, de ocultar bajo ropaje de piedad los compromisos con el demonio, el mundo o la carne. ¡Somos otros cristos! ¡Ungidos!

Que estos santos Óleos sean fuente de vida para toda la Iglesia; que se renueve continuamente al recibir la unción del Dios de la alegría; que se vea fortalecida en su vida de fe, y que la vida de los cristianos exhale el buen olor de sus buena obras en todos los ambientes; que los sacerdotes lleven a todos los lugares de la diócesis el aceite para la unción santificadora, regeneradora y  creadora de vida. Amén.

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