Lunes Santo 2022
El alegre y festivo desfile del Domingo de Ramos rememora la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Con él da inicio la celebración de la Semana Santa Nazarena de Cuenca. En seguida, hoy, Lunes Santo, recorre las calles de la ciudad la Procesión Penitencial del Santísimo Cristo de la Vera Cruz. Se mueve envuelta en un silencio hondo, reverente, roto por el sonido de la campana y por el canto severo, antiguo, que acompaña la marcha de los Hermanos de la todavía joven Hermandad que venera la sagrada imagen de Cristo en la Cruz.
Como cada año, en las puertas de la Catedral escuchamos, una vez más, la primera de las siete palabras pronunciadas por nuestro Señor clavado en la Cruz, vecina ya su muerte. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen” (Lc 23, 34). Jesús se ofrece en holocausto al Padre como sacrificio de suave olor por el perdón de nuestros pecados. Lo había dicho la noche anterior, en la Última Cena, cuando instituyó el sacramento de la Eucaristía, gracias al cual se renovaría innumerables veces a lo largo de la historia, de manera incruenta, su Sacrificio redentor: “Bebed todos, porque esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados (Mt 26, 27-28). La petición de Jesús al Padre es escuchada, y el perdón de Dios se extiende a todos los hombres. Ha sido obtenido al precio de su Sangre. Con su Sacrificio para el perdón de los pecados ha puesto de manifiesto su inmensa caridad para con nosotros: “Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos” (Jn 15, 13); y nos invita a vivir ese mismo amor para con nuestros hermanos: “Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros, como yo os he amado” (Jn 15, 12). Nos ha amado, sobre todo, con su perdón.
Amar a los demás es querer su bien, evitando hacerles cualquier mal. Es un acto que radica en la voluntad. El sentimiento puede acompañar o no, hacerlo con mayor o menor intensidad. Es cierto que un sentimiento benevolente añade perfección al acto de amor, al perdón. Pero, dada nuestra fragilidad, el sentimiento no obedece sin más a la voluntad. Querer y sentir no van siempre de la mano. De todos modos, haremos bien en pedir al Señor que nos dé sus mismos sentimientos; que nos dé su misma mirada de misericordia, de compasión, por el pecador, por quien nos ha hecho mal; porque se trata de una gracia particular que hemos de implorar con humildad.
El perdón está en el mismo corazón del Evangelio. La Buena Nueva que nos trae el Señor es la del perdón de nuestros pecados, la recuperación de la amistad con Él, la de la herencia viva e incorruptible de que habla San Pedro en su primera Carta (cfr. 1, 3-4). El perdón está también en el corazón del “Padre nuestro”, la plegaria cristiana por excelencia que hemos aprendido de labios del Señor Jesús: “Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden” (Mt 6, 12). Por eso, cuando Pablo exhorta a los cristianos a vivir la vida nueva en Cristo, es decir, la vida misma de Cristo, dice: “Sobrellevaos mutuamente y perdonaos cuando alguno tenga quejas contra otro. El Señor os ha perdonado: haced vosotros lo mismo” (Col 3, 13). El perdón está, en efecto, en el corazón mismo de la fe y de la vida cristiana.