Queridos hermanos:
Celebramos un año más la fiesta de nuestra Patrona la Virgen de la Luz, Patrona y Alcaldesa de Honor de la ciudad. Ojalá seamos conscientes y consecuentes con lo que implica este título que damos a la Madre de Dios. Que ella, como buena madre, cuide, proteja, defienda y guíe a sus hijos de Cuenca.
- Acabamos de escuchar el pasaje del evangelio de san Lucas en el que se narra la visita de María a su prima santa Isabel. Ambas esperan un hijo. La más joven, María, acude premurosa en ayuda de su prima, mujer ya entrada en años. Apenas María entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel, inmediatamente, exultó en el vientre de esta el hijo que esperaba y, movida por el Espíritu Santo, alzo su voz exclamando: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!” Y continuó: “Bienaventurada la que ha creído, porque lo que ha dicho el Señor se cumplirá!”.
Bienaventurada por dar fe a la palabra del Señor; afortunada, feliz, dichosa por tu fe, porque has creído. Son palabras que nos hablan de la importancia decisiva de la fe. Por la fe creemos en Dios y en todo lo que Él nos ha manifestado, en lo que nos ha revelado, que no es otra cosa sino su propio ser, su propia intimidad y su proyecto de salvación para nosotros. Una revelación amistosa, por tanto. Solo a los amigos se les abre el corazón, se les desvela nuestro interior más profundo, nuestro misterio; y solo a los amigos se les comunican los propios planes y proyectos. A Dios le creemos porque es amigo, porque es la misma verdad y no puede engañarse ni engañarnos: si lo hiciera ya no sería Dios, sino el diablo, príncipe de la mentira. Le creemos no porque nos parezca más o menos razonable lo que nos dice, sino porque es Dios, la verdad misma. Le creemos porque nos fiamos de Él. Pero fe y confianza en Dios significan que uno se entrega libremente a Él. Eso es justamente el amor. Ahí vemos cómo van juntas, inseparables, las tres virtudes teologales, características de la vida auténticamente cristiana.
Una gran experta en la vida espiritual y gran mística que vivió a caballo entre los siglos XIX y XX, nos habla del demonio como de un cazador que tiene como blanco principal de sus ataques nuestra fe: “como a esta hiera, dice, seguras tiene las otras dos; porque las heridas en la fe son de muerte. Si hiere con su flecha infernal a la esperanza o a la caridad, no se gloría tanto con su caza, porque estas heridas sanan pronto. Pero si hiere en la fe, como ésta herida es mortal, ¡cuánto se regocija en ello!”
- En el Evangelio Jesús alaba en más de una ocasión la fe de quienes le escuchan o le piden un milagro. Así, dice a la mujer cananea que le ruega cure a su hija que tiene un demonio muy malo: “Mujer, ¡qué grande es tu fe!: que se cumpla lo que deseas” (Mt 15, 28). Y a los Apóstoles que no han podido obrar un milagro les dice: “Si tuvierais fe como un grano de mostaza” (Mt 17, 21); y les reprocha su falta de fe cuando el miedo los invade en medio de la tempestad en el mar: “¿Por qué tenéis miedo, hombres de poca fe?” (Mt 8, 26). Ellos, al ver cuánta importancia concede Jesús a la fe le ruegan que robustezca su fe: “¡Auméntanos la fe!” (Lc 17, 5). Y a Tomás, el discípulo incrédulo, que se rinde, ante la evidencia del Jesús resucitado, vivo, le dice el Señor: “¡Bienaventurados los que crean sin haber visto!” (Jn 20, 29).
La fe es un don; por eso, hemos de pedirla como los Apóstoles. Una fe recia, segura, convencida, inconmovible. De la fe, como de las demás virtudes y quizá con mayor razón, se puede decir que Dios la da al que la pide con humildad. Porque de humildad se trata cuando el hombre decide abandonarse en las manos de Dios, fiarse más de Él que del propio juicio o criterio. No es desmerecer la razón el hacerlo. No es algo insensato. Menos puede parecerlo hoy, cuando vemos cómo disminuye la fe de algunos y crece, al mismo tiempo, el número de aquellos que recurren a adivinos, consultan horóscopos, consumen programas de televisión protagonizados por magos/as, creen descubrir el futuro en las cartas de una baraja, se evitan ciertos números en las habitaciones de un hotel o se llenan de obscuros temores cuando tropiezan con un gato negro en su deambular por las calles. Disminuye la fe y crece la superstición.
¡Bienaventurada porque has creído! En la fiesta de la Virgen de la Luz es oportuno subrayar que la fe es luz. No deja de ser sorprendente que la fe, que es “garantía o convicción de lo que no se ve” (Hb, 11,1) sea, a la vez, luz que permite ver; porque la fe es ciertamente luz, como es luz la razón y es luz lo que nos permitirá en el cielo ver a Dios tal cual es. Jesus reprocha, por eso, a quien no cree en él, porque teniendo ojos no ven y teniendo oídos no oyen (Mt 13, 14 y ss.). Es decir, viendo las obras de Jesús no descubren, no ven, quién es realmente Él. Existen como dos planos de realidad o dos mundos, si se quiere así. Los dos son reales. Hay personas que se quedan en el primer plano, en el mundo visible, mensurable, calculable, y no pasan de ahí. Otros en cambio, alcanzan el segundo plano, el mundo de la fe al que no se accede solo con los sentidos: ¡tienen ojos, pero no ven! Se pueden ver las cosas solo de tejas abajo o verlas bajo otra luz. ¿No nos decimos con frecuencia unos a otros: pero ¿es que no lo ves? ¿Es que estás ciego? Viendo lo mismo, hay quien acierta a ver algo más que los otros no ven.
- A veces la falta de fe se puede deber también a que no se quiere hacer lo que la fe nos dice. Porque la fe es comprometedora, complica la vida, invita a cambiarla. En realidad, no se puede tener verdadera fe si no se acepta al mismo tiempo lo que la fe comporta en la práctica. No se puede decir “Jesús es Señor” y, al mismo tiempo, negar su soberanía incumpliendo su voluntad. Eso es lo que se quiere decir al afirmar que la fe es “peligrosa”: zarandea, remueve, interroga, compromete. La gran batalla combatida por Pablo al comienzo de la historia de la Iglesia fue la de poner la fe, la verdad, no la ley, en el centro del cristianismo. Pilato planteó, sin pretenderlo, la verdadera cuestión, la cuestión ultima: ¿qué es la verdad? ¿cuál es la verdad? Lo primero es descubrir quién es Jesús, después viene necesariamente la pregunta por lo que hemos de hacer. La religión para los romanos consistió en la observancia de ciertas formas o usos rituales. La fe importaba poco: lo decisivo era el culto al emperador y cosas semejantes. Para Pablo la fe es todo e implica la vida. Esa es la fe viva. La muerta no influye en la vida, no la “alienta”. Para nosotros, cristianos, la fe es aceptación de lo que Dios revela y, al mismo tiempo, entrega libre y total a su voluntad.
Pidamos al Señor por intercesión de la Virgen de la Luz que fortalezca nuestra fe y que esta ilumine toda nuestra vida, para que seamos testigos de la verdad. Amén