Homilía del Sr. Obispo en la Misa exequial por D. José María Ponce

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Queridos Hermanos:
La Iglesia de Dios de la que forman parte las comunidades cristianas de Villaverde y Pasaconsol, Albadalejo del Cuende y la Parra de las Vegas, se reúne para celebrar la Santa Misa exequial en favor de nuestro hermano José María, sacerdote y párroco de las mismas durante muchos años. Al celebrarla damos gracias a Dios por el prolongado servicio pastoral de D. José María en estas parroquias. Que el Señor se lo premie.
Confiamos y esperamos que nuestro hermano haya logrado ya la bienaventuranza eterna, la vida eterna prometida en el evangelio que acabamos de escuchar; confiamos en que habite ya en la morada eterna, en el cielo, en la casa familiar preparada por Dios para los que lo han amado y servido en esta tierra.
Todos deseamos la felicidad eterna, una felicidad que no se acabe nunca y que nada la perturbe. Pero es bueno pensar en el bien, en aquello que nos puede dar esa felicidad sin fin. Es fundamental conocer aquello que nos da la vida y la felicidad eterna. ¿Cómo la alcanzaremos si lo ignoramos, si no sabemos cuál es el camino para esa morada? La fe nos enseña que solo quien ha muerto sin pecado, en la amistad con Dios, en su gracia, llegan a la meta del cielo. Pasan a la vida eterna los que llegan a su puerta revestidos con las vestiduras blancas de la gracia, de la santidad. Si esas vestiduras, si nuestra alma conserva todavía alguna reliquia del pecado, la huella de los que hemos cometido en esta vida, Dios la limpia, nos purifica de ella en el purgatorio en el fuego abrasador de su amor que acrisola y quita toda impureza.
El purgatorio. Estamos hechos para Dios, para el cielo, pero las ánimas del purgatorio todavía no lo han alcanzado. Están seguras de su futuro en el cielo, pero antes deben purificarse. Por eso rezamos por nuestros difuntos que han muerto en la gracia de Dios, y ofrecemos sufragios y sacrificios por ellos: el más valioso de todos la Misa. Ellos esperan el cielo; nosotros podemos ayudarles a que lo alcancen cuanto antes.
Toda la vida del hombre sobre la tierra está presidida por la esperanza de algo. También lo que se puede llamar “la esperanza al revés”, el miedo, el temor. Cuando tememos que algo malo nos suceda o le pase a los nuestros, en realidad más que temer, lo que hacemos es esperar que no les suceda. Este es el bien que esperamos; que no nos suceda nada malo.
La esperanza nos empuja a seguir adelante, a seguir luchando y trabajando en medio de las dificultades. El bien o los bienes que deseamos nos mueven a poner los medios para alcanzarlos; pero si no tuviéramos ninguna esperanza de alcanzarlos, no haríamos nada, nos quedaríamos de brazos caídos. Cuanto mayor es el bien que deseamos y que nos hace felices, más se excita nuestro deseo, más nos esforzamos por obtenerlo y más crece nuestra esperanza de alcanzarlo.
Pero ¿qué es lo que esperamos los hombres? ¿Recuperar la salud perdida; obtener una plaza, un trabajo; ganar unas oposiciones; que nos caiga la lotería; tener una buena cosecha; que llegue el fin de semana, las vacaciones; llegar a tiempo al tren o al avión; que llueva o que no llueva…?
Si no obtenemos lo que deseamos, nos entristecemos, no somos felices. Pero tampoco lo somos si lo logramos; no somos felices porque no tenemos todo lo que deseamos. Por eso es fundamental preguntarnos: ¿Qué es aquello que cuando se obtiene ya no se desea ni se espera nada más? ¿Existe? La respuesta es: ¡existe, es el cielo. El cielo es eso, la plena, perfecta y total satisfacción de todos nuestros deseos, la satisfacción de todas nuestras esperanzas. Eso anhelamos en última instancia los cristianos: llegar al cielo. Eso pedimos también hoy para nuestro hermano José María: dale, Señor, el descanso eterno, la felicidad plena y sin fin, porque ya te ha alcanzado a Ti, único que puede satisfacer todos nuestros deseos, de dar respuesta a todas nuestras esperanzas. Que descanse en paz gozando de Dios para siempre, bajo la materna mirada de la Virgen de Ucero a quien veneraba con afecto de hijo. Amén.

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