Homilía del Sr. Obispo en la solemnidad de Pentecostés

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Queridos hermanos:

Concluye el tiempo pascual con la solemnidad de Pentecostés. La obra de la redención que Jesús lleva a cabo con su vida, su  pasión, muerte y resurrección, es “completada” con la venida del Espíritu Santo que llena a la Iglesia con sus dones, llevando así a “plenitud”de eficacia el Misterio pascual. Podemos decir que la redención es la obra de Cristo, y la santificación la del Espíritu Santo. Por Él la redención se realiza en cada alma, y con sus dones hace que se despliegue todo su fuerza trasformadora.

1) Este es el sentido de la solemnidad de Pentecostés, como se nos dice en el Prefacio que en seguida escucharemos. Con la venida del Espíritu Santo  nuestras mentes se abren a un conocimiento más perfecto de Dios, y la multiplicidad y diversidad de lenguas y de pueblos, las diferencias humanas se reúnen, “se acuerdan”, en la confesión de una misma fe. Así, en efecto, vemos como los Apóstoles, incapaces antes de comprender el sentido más profundo de las palabras de Jesús, anuncian ahora el Evangelio y enseñan al pueblo como verdaderos maestros, leyendo las antiguas profecías a la luz de Jesús, en quien hallan su cumplimiento. De otro lado, la predicación de los Apóstoles es captada y comprendida por los fieles de distintos países y lenguas: maravillados, les oían hablar cada uno en la propia lengua. La diferencia de lenguas ya no es, como en Babel, causa de división y enfrentamientos. En Pentecostés la multitud de pueblos y lenguas queda reducida a unidad con la predicación del Evangelio. “La unidad en la fe causa la concordia de los corazones”. Cuando la fe es fuerte, todas las disensiones humanas se superan, en una unidad más alta. Cuando las diferencias humanas prevalecen sobre la unidad de la fe, esta queda desvirtuada. La fe lima las diferencias, elimina o suaviza los enfrentamientos, supera las divisiones relativizándolas gracias a la comunión en la fe y en la caridad. Cuando las diferencias entre cristianos se convierten en enfrentamiento y enemistad, es seguro que la fe ya no es lo primero en sus vidas. Si esta no suprime las diferencias y las opiniones, las relativiza y  modera…, porque hay algo más importante que todas ellas: la fe común. Si no es así, se puede decir con seguridad que la fe de esos cristianos es una fe aguada, débil, quizás mera palabrería. Y desde luego, la fe común  que confesamos en cada Eucaristía no es para ellos lo primero; cede el puesto a las opiniones y pareceres que no ocupan ya el lugar que les corresponde. La unión en la fe y en la caridad, si son auténticas, serán más fuertes que la desunión que suele acompañar la diversidad de pareceres y juicios.

2) Pentecostés inicia el tiempo de la Iglesia que, desde sus mismos inicios, es una Iglesia misionera, un Iglesia en salida que debe cumplir la misión que Jesús le confió: “Id al mundo entero y proclamad el Evangelio a toda la creación”, una tarea que no acabará nunca, mientras haya hombres y mujeres sobre la tierra. Para todos, sin excepción es la Iglesia. Todos tienen cabida en ella. Todos tienen reservado un lugar.A todos se debe anunciar la buena noticia de la salvación que lleva a la conversión, para que así sean lavados sus pecados en las aguas del Bautismo, reciban la adopción de hijos de Dios y se  les dé en herencia la vida eterna. La Iglesia debe, además, enseñar a los hombres a llevar una vida nueva, un nuevo camino cuyo trazado seguro lo marcan los mandamientos; una vida nueva animada por el Espíritu Santo que, como maestro interior, nos sugerirá lo que hemos de hacer y nos dará su gracia para cumplirlo. La vida cristiana es vida según el Espíritu, amor consustancial del Padre y del Hijo. La vida cristiana consiste en amar a Dios y a los demás, en procurarles el bien natural y sobrenatural y no causarles nunca algún mal.

La vida nueva del cristiano animada por el Espíritu debe reproducir la vida y la misión de Jesús. Si el bautizado es otro Cristo, entonces debe vivir como Él, para que la suya sea una existencia auténtica, una existencia transformada, porque donde está Cristo las cosas se hacen nuevas, se renuevan. Por eso, ser cristiano no es cuestión de reservar media hora el domingo para “cumplir” con Dios, quizás de mala gana y a regañadientes. No es cuestión de reservarle ese poco tiempo los domingos, quedando los demás días lejos de los planes y de la voluntad de Dios. Es impensable ser cristiano un rato y pagano el resto de la semana … y aun del mismo domingo. Ser cristiano quiere decir poner un nuevo fundamento en nuestra vida; donde está Cristo, en la vida en la que Él interviene.las cosas no siguen como hasta ese momento.  Se produce una trasformación que cambia la vida.

3) Tarea de cada cristiano, transformado en Cristo, es la de transformar el mundo, hacerlo cristiano, de manera que responda a la verdad de Cristo; un mundo en el que se haga realidad el Evangelio, un mundo cambiado en reino de Dios. Pero, conviene no olvidarlo, un mundo transformado requiere de hombres y mujeres transformados. No es posible transformarlo, cambiarlo, hacerlo más humano y justo, sin el empeño por transformarnos a nosotros mismos. “No es posible un mundo justo habitado por hombres injustos”. El Evangelio nos ofrece no las soluciones concretas, sino el proyecto para la construcción de ese mundo; por eso hemos de anunciarlo y comprometernos en su construcción. Todos. Todas las voces y todos los brazos son necesarios. Esa es la Iglesia misionera, la Iglesia en salida que el Papa desea. ¿Un sueño irrealizable, una utopía inalcanzable? Lo será, a buen seguro, si nos quedamos con los brazos cruzados, si entendemos que eso no va con nosotros, si consideramos que es tarea solo para unos pocos o que es tarea para gentes capaces de obras gigantescas que escapan a nuestras pobres posibilidades. Todos los cristianos estamos llamadosa realizar la tarea de anunciar el Evangelio y enseñar a observar  lo que Jesús nos mandó: el mandamiento de la caridad. No es algo imposible, porque cada uno de nosotros puede, sin duda, crear a su alrededor un ambiente de paz, de convivencia, de entendimiento, de comprensión, de perdón, de lealtad, que hoy tanto necesitamos.

Eso nos recuerda esta Jornada del apostolado seglar y de la Acción católica que hoy celebramos. Es importante, necesaria, indispensable, vuestra tarea de hombres y mujeres seglares, que os desempeñáis en el mundo, en las circunstancias más comunes: sois la voz y las manos de la Iglesia misma, porque sois la Iglesia. La Acción católica ofrece un itinerario formativo y los medios para llevarla a cabo. Es, por ello, utilísima para realizar la misión de la Iglesia.

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