Queridos hermanos:
Como es habitual, la solemnidad de nuestro Patrono san Julián se presenta envuelta en los fríos de los últimos días de enero. Se diría que no son los más apropiados para una fiesta entre las más grandes para los conquenses, que eso es una solemnidad, pero tampoco los días finales de diciembre lo son para celebrar la Navidad de Señor, la celebramos, sin embargo, sin que sin que las circunstancias metereológicas sugieran a nadie un cambio de fecha.
San Julián, “vere pater pauperum”, verdadero padre de los pobres, es el título que acompaña el nombre de nuestro santo, como señal de identidad. Lo mismo que recordamos a san Fernando III “el Santo”, o a san José como el santo patriarca, o a los Papas Gregorio y León con el apelativo de “el grande” o a san Damián de Molokai como el apóstol de los leprosos, los conquenses recordamos a san Julián como “verdadero padre de los pobres”, indicando así la nota de su espíritu que mejor lo define.
Si para todos san Julián es verdadero padre de los pobres, para nosotros el segundo Obispo de esta sede es “patrono de Cuenca”. Las diversas acepciones del término “patrón” hablan de alguien como defensor o protector, amparador o favorecedor de una persona, pueblo, nación. Patrono en un proceso judicial es el defensor de una de las partes. Toma como propia la causa de su cliente y trata de sacarla a flote. San Julián es, por tanto, el santo que aboga por todos los conquenses ante Dios, quien nos toma bajo su cuidado, bajo su protección y se hace cargo de nosotros. A él podemos dirigirnos en caso de necesidad, cuando nos veamos afligidos o necesitemos de particular cuidado, o nos hallemos en peligro o en un trance de particular dificultad; pero también en las circunstancias más ordinarias y corrientes de nuestras vidas.
Pero el término “patrón” registra también otro significado fundamental. Significa también “modelo”, el modelo que sirve de muestra para sacar otra cosa igual; por eso decimos de dos personas con grandes semejanzas que “están cortadas por el mismo patrón”. Cuando decimos, pues, que san Julián es patrón de Cuenca y de todos los conquenses, estamos significando que es alguien a quien debemos parecernos, a quien debemos imitar, alguien cuyo espíritu debemos plasmar en el nuestro. San Julián de Cuenca es nuestro modelo y protector.
Es cierto que en manos de todos y cada uno de los cristianos y de los hombres y mujeres en general ha dejado Dios el cuidado de los pobres que “siempre tenderemos entre nosotros”; pero san Julián, tal como nos cuenta su historia, es modelo en esta virtud, que viene a ser como un legado para nosotros. Podríamos decir que el cuidado de los más pobres debería, debe ser, como un distintivo de los fieles de Cuenca que proclamamos a san Julián nuestro Patrón, nuestro intercesor y modelo. Eso significa, pienso, que cada uno de nosotros ha de procurar ser ejemplo de caridad para con los más necesitados; que las instituciones eclesiales de caridad deben ser objeto de particular atención y merecen ser dotadas de los medios necesarios para cuidar de los más pobres; que, me permito decirlo, también las instituciones púbilcas deben prestar especial, irrenunciable, atención, con los recursos públicos, a quienes verdaderamente necesitan más ayuda, por más necesitados. Así, todos nos asemejaremos a nuestro patrón san Julián, “verdadero padre de los pobres”. Sería formidable que como pueblo de Dios y como sociedad civil, Cuenca fuese reconocida por tener como señal de identidad un particular cuidado de los pobres. De nosotros depende y a buen seguro que todos podemos dar un paso adelante en esa dirección.
Hemos escuchado las lecturas de hoy que nos animan en este sentido: “Bien sabéis que estas manos, dice san Pablo, han ganadlo lo necesario para mí y mis compañeros. Siempre os he enseñado que es nuestro deber trabajar para socorrer a los necesitados, acordándonos de las palabras del Señor: Más vale dar que recibir. Más dichoso es el que da que el que recibe”. Y en el salmo responsorial hemos repetido: “Dichoso quien reparte limosna a los pobres”. Por su parte, en la primera lectura, Dios por boca de profeta Isaías nos ha recordado con palabras que no pueden menos que tocar el corazón de un cristiano y de todos: “El ayuno que yo quiero es este (…), partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo”.
El Papa Benedicto XVI, en esa espléndida encíclica que es “Deus caritas est” (“Dios es amor”), ha precisado sin dejar lugar a dudas: “Según el modelo expuesto en la parábola del buen samaritano, la caridad cristiana es ante todo y simplemente la respuesta a una necesidad inmediata en una determinada situación: los hambrientos han de ser saciados, los desnudos vestidos, los enfermos atendidos para que se recuperen, los prisioneros visitados, etc. (n. 21).
En la misma encíclica, el Papa ha precisado con palabas inequívocas: “La construcción de un orden social y estatal justo, mediante el cual se dé a cada uno lo que le corresponde, es una tarea fundamental que debe afrontar cada generación. Tratándose de un quehacer político, esto no puede ser un cometido inmediato de la Iglesia. Pero como, al mismo tiempo, es una tarea primaria, la Iglesia tiene el deber de dar su contribución específica” (ibídem, n. 28.5). La justicia, en nuestro caso, el cuidado de los más pobres es tarea de todos, pero cada uno la realiza desde perspectivas y medios diversos. Colaboración, estrecha y sincera, al servicio de los más pobres, en el respeto de las propias esferas, civil y eclesial.
Vivamos con alegría la fiesta grande de San Julián, patrono de Cuenca. La Iglesia lo hace con la celebración más solemne y más devota posible de su mayor tesoro: la Santa Misa. Confío y espero que el próximo año podamos celebrarla también civilmente como nuestro santo Patrón merece. Que san Julián nos bendiga y proteja a todos. Amén.