Homilía del Sr. Obispo en la solemnidad de Santiago el Mayor

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Queridos hermanos:

La Iglesia en España celebra la fiesta de Santiago el Mayor con especial solemnidad, pues lo reconocemos y lo honramos no solo como un de los Doce elegidos por Jesús para ser columnas de la Iglesia, sino también como Patrón de España, padre en la fe y modelo de vida cristiana. No es extraño en absoluto que España lo reconozca y confiese como su Patrón, pues tenemos dos buenos motivos para hacerlo.

En efecto, según una tradición ininterrumpida que llega al menos hasta el Obispo San Isidoro de Sevilla, Santiago estuvo en España con el fin de evangelizar la que era una muy importante región del imperio romano. Otra tradición nos cuenta que su cuerpo fue trasladado a la ciudad de Santiago de Compostela, donde desde hace siglos es venerado por peregrinos que llegan a aquella ciudad provenientes de toda Europa y de todo el mundo, siguiendo las distintas ruta del así llamado Camino de Santiago. La importancia de Santiago como meta de peregrinaciones es bien conocida, pues con Jerusalén y Roma, constituyeron los principales focos de atracción de toda la cristiandad medieval. Por todos es igualmente reconocida la importancia del Camino de Santiago en la historia de la cultura de Occidente. La presencia del cuerpo santo del Apóstol en Santiago hizo que la ciudad se convirtiera en lugar de gran devoción del pueblo cristiano.

El nombre de Santiago, san Yago, Yago, es la transliteración griega del nombre del gran patriarca Jacob, descendiente de Abrahán, hijo de Isaac. Fue llamado a seguir a Jesús mientras realizaba su trabajo de pescador remendando las redes a orillas del mar de Galilea. Lo siguió sin dilación alguna, dejó a su Padre Zebedeo con sus barcas, para seguir al maestro, y le fue fiel hasta la muerte. Santiago era hermano de otro Apóstol, San Juan, y ambos eran conocidos como los hijos del Trueno, seguramente por su temperamento fogoso, ardiente, apasionado. Junto con Pedro formaron el trío de Apóstoles a quien el Señor concedió estar presentes en momentos muy singulares de su vida: la transfiguración en lo alto del monte Tabor, la resurrección de la Hija de Jairo, una niña de apenas doce años, y la oración de Jesús en el Huerto, hechos que ponen de manifiesto la peculiar relación de los tres Apóstoles con el Señor.Santiago fue, pues, testigo de algunos de los momentos más importantes de la vida de Jesús. Lo contempló en el Tabor, trasfigurado por la gloria de Dios, flanqueado por Elías y Moisés, las dos grandes instituciones de Israel: los profetas y la ley, rindiéndoles honor. Lo conoció, pues, como Dios. Pero también lo conoció como verdadero hombre en la noche triste del huerto de Getsemaní, sujeto al sufrimiento hasta el punto de sudar sangre.

Tras la experiencia del Tabor y la fuerte reprimenda de Jesús a Pedro en la que llega a llamarlo “Satanás” por querer apartarlo o disuadirlo de seguir el camino de la Cruz como instrumento de salvación. Ya entonces tuvo que vislumbrar el error que subyace en la conocida escena en la que la madre de Santiago y Juan se presenta ante Jesús pidiendo que reserve para sus hijos los primeros puestos en el Reino del que con tanta frecuencia hablaba a las gentes. Los quería uno a la derecha y otro a la izquierda de Jesús. Más tarde entendería que el Mesías triunfador que esperaba Israel y el Reino que debía traer consigo y que emularía los días de gloria del gran rey David, era verdadero rey, aunque dotado de una realeza bien diversa de la propia de los reyes de este mundo. Se trataba de un rey  que reinaría desde la Cruz, en el sufrimiento y la debilidad, en la obediencia a los designios del Padre. Es en la Cruz donde adquiriría, al precio de su sangre, un pueblo nuevo. No fue fácil para Santiago, como no lo fue para ninguno de los Apóstoles, esta maduración en la fe. Tendría que venir el Espíritu Santo para enseñar a ellos y a nosotros toda la verdad, la verdad plena que ya resplandecía en Cristo, pero que aquellos primeros discípulos no acababan de comprender. El Espíritu Santo les hizo penetrar en el misterio de Cristo. Y cuando, al inicio de los años ’40, el rey Herodes Agripa, nieto de Herodes el Grande, sometió a prueba la fe de Santiago, este no dudó y dio su vida por Cristo, su Señor. San Lucas lo narra concisamente: “Por aquel tiempo, el rey Herodes decidió arrestar a algunos miembros de la Iglesia para matarlos. Hizo pasar a cuchillo a Santiago, hermano de Juan” (Hch 12,1-2). Siguió a Jesús en su vida, lo imitó en su muerte y goza para siempre, junto Él, en la Jerusalén celeste.

Hoy pedimos al Apóstol Santiago que proteja a los hombres y las tierras de España, que interceda ante Dios Nuestro Señor para que nuestra patria se mantenga fiel a la fe de nuestros mayores, heredada de Santiago. Que, como él, comprendamos que el mayor timbre de gloria para nosotros, cristianos, es servir al Señor, a quien debemos lealtad y fidelidad sin tacha. Que nos alcance de Dios nuestro Señor una fe recia, firme, integra que nos lleve a proclamarla con la palabra y con las obras, sin miedos ni cobardes vergüenzas, pues al que lo confiesea Jesús delante de los hombres, también Él lo hará ante su Padre celestial (cfr. Lc 12, 8). Amén.

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