Queridos hermanos:
Las familias, los pueblos, las naciones mantienen vivo el recuerdo de sus mejores hijos dando su nombre a monumentos, calles, premios, breves momentos de respetuoso silencio… Son modos de hacer visible la gratitud, la admiración y el aprecio por su figura y sus servicios a la sociedad. También la Iglesia conserva celosamente la memoria de los Santos que han encarnado el Evangelio de manera ejemplar y han iluminado con la luz de sus vidas el camino que lleva a la bienaventuranza eterna; unos con su heroica fidelidad hasta la muerte, otros con sus sabias enseñanzas, con su vida escondida, con su generosa entrega al Evangelio o con la pureza de sus costumbres, y otros muchos, “santos de la puerta de al lado”, con su vida íntegra de cristianos.
No han faltado quienes han abierto a sus hermanos los hombres y mujeres de cada tiempo nuevos caminos que conducen a Dios, viejos como el Evangelio y como el Evangelio, nuevos. Entre estos se cuenta San José María, fundador del Opus Dei. Gracias a él, un gran número de personas han visto cómo se les descubrían los caminos de la tierra –profesiones, estados y condiciones de vida diversísimos- como auténticos caminos de santidad que conducen al cielo. Caminos que, para muchos, parecían carecer de relieve santificador y apostólico, y que, de repente, se revelaban cargados de trascendencia, verdaderos caminos de santificación.
Las lecturas de la Sagrada Escrituras que han sido proclamadas hace unos momentos ponen de manifiesto algunos de los rasgos principales del espíritu que Dios dio a conocer a San Josemaría y que el encarnó fiel y vigorosamente en su existencia y enseñó a vivir a muchos miles de personas.
Uno de los pasajes que pueden leerse hoy, tomado de la carta de San Pablo a los Romanos, nos habla del don de la adopción filial que recibimos en el Bautismo¨: “… habéis recibido, dice, un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos ‘Abba Padre’. Ese mismo Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (Ro 8, 15-16); adopción filial, filiación divina que constituye el fundamento mismo del espíritu del Opus Dei. Todo se apoya en y recibe fuerza de ese fundamento. El Opus Dei va a recordar a todos esta verdad central en la Revelación cristiana, llamada a impregnar la vida entera de los discípulos de Cristo. Toda su existencia, personal, familiar, laboral, queda sellada por esa gozosa certeza, llenándola de alegría, de espíritu positivo, optimista, pleno de la confianza que brota de la conciencia íntima, “sabrosa”, de ser, de descubrirse y experimentarse hijo de Dios. Nada es ya igual después del “deslumbramiento” que produce la viva percepción de nuestra condición de hijos de Dos, que ilumina con luces nuevas nuestra vida.
La lectura del libro del Génesis describe la creación del hombre, ser modelado de humilde barro, pero en el que el Señor ha infundido un aliento de vida –esa es su miseria y grandeza-. Nos informa también de la tarea que el Creador le impuso: guardar y cultivar el jardín de Edén. El trabajo, cualquiera siempre que sea honesto, es siempre cultivo del mundo creado por Dios, un encargo de Dios, encomienda suya, nunca castigo del pecado. Es otro de los aspectos centrales del mensaje del Opus Dei, “camino de santificación en el trabajo ordinario”, un trabajo vivido como sacrificio que unimos al sacrifico redentor de Cristo como ofrenda al Padre, en servicio de nuestros hermanos los hombres.
El Evangelio, en fin, nos ha contado la primera de las dos pescas milagrosas. Es iniciativa del Señor: ¡Rema mar adentro, y echad las redes para pescar! La pesca, abundante como no se podía esperar, no es fruto de la destreza ni de las fuerzas humanas -¡los Apóstoles no había dormido en toda la noche y la hora no era propicia!-: es solo resultado de la obediente actitud de Pedro, obediente, aunque no convencida pues tiene motivos para poner más que reparos al mandato del Señor: hemos estado toda la noche faenando sin ningún resultado, y ya no es hora de pesca. Pero Pedro obedece y se realizar el milagro. Escucha lo que le dice Jesús, no sus propios y “sensatos” razonamientos.
Las palabras finales del Señor a Pedro no dejan de sorprendernos: su profesión de pescador al uso va a ser elevada a la de pescador de hombres. Su trabajo y profesión humana se convierten, aunque solo sea figuradamente, en profesión divina, en apostolado. Es otro de los rasgos principales de la espiritualidad del Opus Dei, en el que quedan íntimamente vinculados trabajo y misión apostólica. El trabajo en la enseñanza de San Josemaría, es tarea humana y, a la vez, camino de santificación y medio para acercar los hombres a Dios, de manera que se hace realidad la exhortación de Jesús a los suyos: “Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos” (Mt 5, 16). El trabajo vincula con otros, posibilita la amistad, es palestra de nuestra lucha ascética, ejercicio de servicio, ocasión de acercar almas a Dios.
Que san Josemaría interceda ante Dios para que la conciencia de nuestra filiación divina llene de luz nuestras vidas, sepamos ver nuestro trabajo de cada día como una tarea divina que procuramos santificar, nos santifica y con la que henos de santificar a los demás, y resuene de continuo el mandato del Señor que nos invita a acercar a Dios, con nuestra alegría y espíritu de servicio, a cuantos nos rodean. Que así sea.
