Homilía del Sr. Obispo en memoria de San José María Escrivá de Balaguer

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¡Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti! Así hemos leído en el salmo responsorial. El salmista refiere esas palabras a Jerusalén. Pero hoy, en la memoria litúrgica de san Josemaría, podemos referirlas a este santo, cuya persona, ejemplo y doctrina, fueronpara muchos de nosotros el instrumento del que se sirvió Dios para acercarnos más a Él. Sería, por eso, pecado de ingratitud no hacer memoria de san Josemaría. Conscientes del don, podemos, pues, decir con razón: ¡que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti!

Baja Jesús del monte donde acaba de proclamar la ley nueva, la ley del nuevo pueblo de Dios. Como un nuevo Moisés nos hace entrega de la ley de Dios para el pueblo con quien va a sellar una alianza eterna en la sangre de Jesús. Esta ley no está escrita en tablas de piedra, sino en los corazones de carne. Mucho mejor así, porque el hecho de que las leyes estén escritas en piedra, en tablas, en pergamino o en papel no nos ayuda a cumplirlas. Pero Dios inscribe su ley en los corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado; y el Espíritu Santo que es amor y ha sido derramado en el corazón de los creyentes nos mueve a realizar obras de amor. Se cumple la ley nueva solo si uno se deja conducir, guiar y gobernar por el Espíritu. Por lo regular resulta costoso al principio, pues estábamos acostumbrados a dejarnos llevar por nuestras pasiones. Pero cuando somos llevados, como arrastrados por el viento del Espíritu, por la fuerza de su amor, todo resulta más fácil y agradable. El amor, en efecto, todo lo hace más sencillo y placentero. Así, la nueva ley que es mucho más exigente que la antigua (“Habéis oído que fue dicho…, pero yo os digo”, Mt 5, 33) y pide la bondad de corazón y no solo realizar buenas obras externas, resulta más dulce y llevadera porque es el amor el que nos mueve a obrar. Por eso repite el salmista: “Tus decretos son mi delicia (Sal 118, 24).

Un leproso sale al encuentro de Jesús que desciende del monte. Su oración de petición es un ruego humilde y confiado, falto de toda exigencia y arrogancia. Señor, si quieres, tu puedes. No le dice sin más: ¡Cúrame! No presenta exigencias. Reconoce el poder de Jesús, sabe que es fuente de salud y de vida. Si tú quieres… Basta que lo quieras; no hay nada en mí que se asemeje a un derecho a ser curado. Basta simplemente que tú quieras; es tu querer, tu amor, el que me puede curar.

Jesús extiende la mano y lo toca mientras dice: “Quiero, queda limpio” Y se realiza el prodigio. Así sigue ocurriendo hoy. Así hace Jesús por medio de los sacramentos: cosas, gestos y palabras que salvan. Acción y palabra; palabra que endereza la acción, que aplica el poder de Dios en una dirección y entonces limpia, fortalece, alimenta, cura, santifica… Vete a los sacerdotes para que les sirva de testimonio, para que también ellos crean al ver las obras que hago.

Celebramos hoy la memoria de San Josemaría Escrivá de Balaguer, Fundador del Opus Dei. Dios se sirvió ˗¡y se sigue sirviendo!˗ de su vida y su predicación para acerca a muchosa Dios. Por su medio el Señor nos ha recordado a los hombres y mujeres de hoy verdades centrales de la fe y de la vida cristiana. Ha dicho en todos los tonos y con los acentos más variados que Dios nos ama, que nos conoce por nuestro nombre, que nos llama a cada uno a la santidad, a vivir en su presencia, a dejarle habitar, ¡vivir!, dentro de nosotros. A todos se dirige en un modo u otro mostrándonos la maravilla de nuestra vocación ˗¡verdaderos hijos de Dios!˗, impulsándonos hacia la plenitud de la vida cristiana, a la perfección en el amor. A todos, porque todos hemos sido bautizados, todos hemos muerto al pecado y hemos sido engendrados a una nueva vida; todos hemos sido ungidos por el Espíritu Santo y hemos recibido la fuerza de lo alto. Somos hijos amadísimos de Dios porque por el Bautismo somos otros “cristos”, cuerpo de Cristo. El asombro que esta realidad producía en el alma de San Josemaría se pone de manifiesto en el inicio del n. 2 de Forja: “¡Dios es mi Padre!- Si lo meditas, no saldrás de esta consoladora consideración”. Quedarás preso  de ella, ¡embobado!, aturdido por tanta belleza. Y te costará mucho abandonarla y pasar a otra cosa. ¡Hijos amadísimos de Dios! Es como un fogonazo de luz, una verdad que deslumbra; si la contemplas despacio, dejará en tu alma una impresión imborrable. Y la llenará de alegría. Como el niño que nosabe de su madre; cuando la conoce, su vida cambia; de repente adquiere un colorido distinto, lo transforma.

Hijos de Dios y hermanos de todos los hombres, llamados igualmente a formar parte de la gran  familia de Dios. Y la luz de esta verdad ilumina también de nuevo todas las relaciones humanas que son ahora animadas por un espíritu de amistad, de comprensión,de convivencia, de disculpa, de caridad, de afecto noble, humano y sobrenatural. Y se entiende cuán extrañas a la vida cristiana sean las discordias, las divisiones, los celos, las envidias, los enfrentamientos, las luchas. Y se desea con toda el alma un mundo donde todos nos veamos y sintamos como hermanos. Buen fundamento para una extraordinaria, bellísima y pacífica revolución social, guiada y sostenida por el amor de Dios. Y se siente uno llamado a construir este mundo renovado, en un empeño hecho de victorias y derrotas. Llevar la verdad y el amor de Dios al ambiente que nos rodea y en el que nos movemos. Difundir el buen olor de Cristo, el buen olor de un espíritu positivo, abierto a todo lolo grande, bello y justo, honrado y virtuoso, al que ningún acontecimiento humano deja indiferente. Ser cristiano y vivir como cristiano en medio del mundo buscando rehacer el “entramado cristiano de la sociedad”, recomponiendo sin cesar la unidad entre la fe y la vida, amenazada siempre por el pecado.

Hijos de Dios, herederos de la misma misión que trajo a Dios a este mundo: anunciar la buena nueva e instaurar el reino de Dios, con el testimonio de una vida santa en las ocupaciones ordinarias, en la profesión y oficio de cada uno y en el estado de vida en que Dios nos ha puesto. Ocupaciones, profesión oficio, estado de vida…, son caminos de verdadera santidad que se abren ante nuestros ojos.

Pidamos a Dios por la intercesión de san Josemaría que nos haga descubrir la belleza de una vida cristiana auténtica y avive la ilusión, que vence todo desánimo, por construir un mundo según el querer de Dios.

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