“El Señor es mi Pastor, nada me falta, en verdes praderas me hace recostar” (Sal 22).
Apenas han pasado tres días desde que nos despedíamos de un hermano y compañero, y para mí, buen amigo, Antonio Chicote. Hoy cumpliría los años entre nosotros, pero lo está celebrando en Dios, donde el tiempo y el espacio cobran la dimensión de la eternidad, donde el amor imperfecto con que aquí nos amamos se convierte en Amor hasta el extremo y sin fin.
Tres días en que no dejo de repasar los intensos y únicos momentos vividos en la celebración con que despedíamos el pasado domingo a este sacerdote ejemplar. No se me olvida ninguno de los rostros de niños, jóvenes, adultos y ancianos de Buenache de Alarcón, Hontecillas, Olmedilla de Alarcón, Villaverde y Pasancosol, Valverde del Júcar y demás pueblos de la zona con los que pude cruzar la mirada. Rostros surcados por lágrimas, entristecidos por la certeza de la pérdida irreparable de un buen hombre, de un buen sacerdote. Rostros en silencio expectante, con la certeza de que “es bueno esperar en silencio la salvación de Dios.
Por esos valles y montañas, Antonio pasó haciendo el bien durante los últimos veintiocho años, y a su paso fue dejando el buen olor del Evangelio hecho vida: su alegría, su sencillez, su humildad, su servicio, su entrega colmada de generosidad… fueron su anuncio gozoso del Reino. Y toda esa siembra generosa y escondida, sin alardes ni dobleces, de palabra y vida, llenó la iglesia de Buenache de Alarcón, pueblo que nos acogió a todos como solo saben hacer los pueblos de gentes sencillas y humildes, los pueblos que distinguen al buen pastor que entrega su vida del asalariado. Un pueblo, el de Dios en aquella zona, pastoreado por Antonio, el hijo del pastor Julián y de Quintina, al que el Señor llamó de tras el rebaño de sus padres para ponerlo al frente del suyo. Buen pastor, Antonio, el cura torero, el cura de su pueblo, el cura con olor a los suyos, a los que se entregó con denuedo hasta el último día de su vida.
Antonio, felicidades por tantas cosas: por tu cumpleaños que ya celebras en Dios y con los tuyos; por la gente de tus pueblos que tantas lecciones nos han dado este pasado fin de semana. ¡Qué orgulloso has de estar desde allá arriba, desde el aprisco de Dios, al otear las maravillas que Dios ha hecho por medio de ti en este pequeño mundo en que nosotros aún nos desenvolvemos! Desde allá arriba, junto a otros grandes pastores de la historia (Abrahán, Moisés, David, los pastores de la noche de la primera Navidad…) y al Buen Pastor Jesús que te cautivó y te hizo suyo no dejes de acompañarnos en nuestro caminar hacia Dios, donde nos volveremos a reencontrar. Felicidades y gracias: por tu lección de entrega y sencillez, por tu saber estar siempre y con todos, por tu discreción, que es signo de la de Dios. Y en mi caso, amigo, gracias por tu amistad. Un abrazo en el Señor, que nos une y cobija a todos. ¡Antonio, feliz eternidad!
Emilio de la Fuente de la Fuente