Van pasando los días sin que veamos todavía el comienzo de la salida del túnel de esta pandemia criminal. Cada vez son más las personas a quienes causa la muerte, y son muchas más todavía la que se han visto afectadas por la misma con mayor o menor gravedad; entre ellas van siendo más numerosas aquellas a las que nos unen lazos de parentesco, amistad, relaciones laborales o intereses comunes.
Desde el comienzo de la crisis sanitaria venimos pidiendo al Señor sin descanso para que se abrevie este tiempo de grave dificultad. Trascurridas dos semanas desde que las autoridades decretaron el estado de alarma, se hace necesario renovar nuestro empeño con una oración más perseverante e intensa. Todos recordáis la parábola del juez inicuo y la viuda (Lc 18, 1-8), que el Señor propuso a la gente con la precisa intención de enseñarnos “que es necesario orar siempre y no desfallecer”. Y en estos días ya próximos a la Semana Santa, que este año celebraremos de un modo distinto, se nos hace presente la escena del Huerto de los Olivos, previa a la detención de Jesús por la turba enviada por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. En aquellos momentos de gran tribulación, san Lucas anota que Jesús “en medio de su angustia, oraba con más intensidad” (Lc 22, 44).
Son muchas las iniciativas surgidas en estas semanas, fruto de la fe de los sacerdotes y del pueblo cristiano, encaminadas a pedir a Dios Nuestro Señor el pronto final de este tiempo de prueba. Muchas de ellas tienen que ver con la Sagrada Eucaristía o con la Ssma. Virgen.
Con ese mismo fin, quiero invitar con estas letras a todos los sacerdotes de la diócesis con cura de almas, para que, siempre que les sea posible, a las 12.00 hs. de cada día, en el momento del Ángelus o en otro que juzguen más oportuno, salgan a las puertas de sus iglesias con el Santísimo Sacramento en la custodia para bendecir nuestras ciudades y pueblos con sus gentes: a los enfermos, a los ancianos, a las familias, a los niños, a todos. En esos momentos se podrá hacer sonar las campanas de la Iglesia llamando al pueblo cristiano a la oración, uniéndose a ese acto de petición y adoración.
Confío plenamente en que este clamor de oración del Pueblo de Dios, unido en la fe y en el amor a la Sagrada Eucaristía, nos alcanzará pronto de Dios Nuestro Señor lo que le pedimos por la intercesión de su Hijo Jesucristo.
+José María Yanguas
Obispo de Cuenca