Mensaje navideño de Monseñor José María Yanguas

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La Navidad llega puntual cada año a nuestras casas, pueblos y ciudades. Por estas fechas, en muchos de nosotros se hace más viva la añoranza de la infancia, que se presenta como un tiempo de sencilla felicidad, con distintas estampas familiares, celebraciones solemnes en nuestras iglesias, sin que importe si se trataba de humildes edificios o de solemnes y majestuosas catedrales. En nuestros oídos vuelven a resonar melodías de villancicos mil veces entonados; la memoria hace presente momentos que se resisten a desaparecer en su lucha contra el tiempo; reaparecen ante nuestros ojos rostros entrañables, y perduran sabores que han quedado prisioneros en nuestro paladar. Y el Belén que “poníamos” con enorme ilusión, con su “Portal”,  donde, junto a José y María, reposaba el Niño recostado en un pesebre; con ángeles que coronan la escena, los pastores que cuidan de sus ovejas o llevan regalos al Niño-Dios; con sus montañas de cartón y ríos de plata que corren entre las figuras; y el amenazador castillo de Herodes con sus soldados de relucientes corazas…, y los Reyes Magos con sus servidores que aparecen en la lejanía anunciando regalos. ¡Navidad!

Navidad festiva, alegre, familiar, alegre, ¡cristiana! Cristiana, sí, aunque parezca una redundancia hablar de una Navidad cristiana, como si pudiera existir alguna que no lo fuera, como si tuviera sentido hablar de una Navidad sin su Portal con el Niño, María y José, sin ángeles y pastores, sin Reyes que cabalgan a lomos de sus camellos, sin villancicos ni luces. ¿Cómo podríamos pensar una Navidad sin historia?, una Navidad en la que no se rememora y celebra el acontecimiento único que explica y da sentido a la fiesta: ¡el Nacimiento del Hijo de Dios de una Virgen Madre, María de Nazaret!

¡Navidad!  Con su anuncio de paz para los hombres de buena voluntad, o dicho de otro modo, para los hombres que son objeto de la buena voluntad de Dios para con todos, de su amor para con cada hombre y mujer, sin distinción de raza, color, lengua o cultura. Sí, para todos, en Belén de Judá, nos ha nacido el Salvador, el Mesías Redentor que nos hace experimentar la alegría de ser hijos de Dios y, por tanto, de sentirnos hermanos de cada persona; que permite abrir el corazón a todos sin ceder a las estrecheces del egoísmo que lo secan y endurecen.

¡Navidad!, mucho más que cenas y comidas que podrían vernos reunidos cualquier otro día; mucho más que palabras de amistad pasajeras como el viento que las disuelve; más, mucho más que los regalos con que nos puedan obsequiar como si fueran obligación más que don verdadero.

A todos, queridos diocesanos, os deseo de corazón unas felices fiestas de Navidad en las que, una vez más, abramos de par en par nuestros corazones al Príncipe de la Paz.

+José María Yanguas

Obispo de Cuenca

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