El Obispo de Cuenca, Monseñor José María Yanguas, ha ordenado en la mañana del sábado, 19 de diciembre, como diácono al seminarista del Seminario de Cuenca, Fidel Gómez Leal.
La ordenación se ha celebrado en su pueblo natal, Villanueva de la Jara en una hermosa y emotiva ceremonia.
A continuación la homilía completa del Sr. Obispo:
Queridos hermanos sacerdotes concelebrantes, queridos padres y hermanos, queridos familiares y amigos, queridos seminaristas, fieles de esta comunidad cristiana de Villanueva de la Jara en la que la Santa Madre puso uno de sus conventos de MM. Carmelitas, queridísimo Fidel:
Todos participamos del mismo sentimiento de alegría, honda y serena al mismo tiempo, porque el Señor da hoy a su Iglesia un nuevo diácono que quedará incorporado al estado clerical y a la porción del pueblo de Dios que es la diócesis de Cuenca. A partir de hoy tendrá como misión, entre otras, la de proclamar el Evangelio y la de instruir al pueblo cristiano; podrá presidir el culto y la oración de los fieles, administrar el sacramento del Bautismo y bendecir los matrimonios, asistir al Obispo en la celebración de la Sagrada Eucaristía y cuidará especialmente el servicio de la caridad. Junto a la alegría, el agradecimiento a Dios nuestro Señor, conscientes de que cada vocación es fruto de la benevolencia divina. Agradecimiento también a su familia, a esta parroquia de Villanueva de la Jara que lo ha acompañado en su vida cristiana, al Seminario con sus formadores y compañeros de camino que viven con él la aventura estupenda iniciada con el sí generoso a la llamada del buen Pastor.
Estamos a punto de entrar en la cuarta semana del Adviento que nos aboca a la celebración de los santos días de Navidad, en los que conmemoraremos, gozosos, el Nacimiento en la carne del Hijo de Dios, el Eterno Hijo de Dios que se hace temporal como nosotros. En la primera lectura del libro de los Jueces se nos habla de Sansón y en el Evangelio tomado de san Lucas se nos recuerda la concepción milagrosa del Precursor, Juan, que predicaría un bautismo de penitenciaria y preparar así la venida del Mesías. Uno y otro nacen de una mujer estéril y, en el caso de Juan, siendo ya de edad avanzada. La intervención de Dios es manifiesta y su providencia para con ellos se hace patente incluso antes de su nacimiento. Este es precedido por el anuncio del ángel del Señor. Y en ambos casos, los elegidos por el Señor serán “nazir” de Dios, es decir personas dedicada por entero a servir al Señor. El “nazir” vive para servir a Dios y debe vivir muy sobriamente. Todo su ser está orientado al servicio, hace de su vida una oblación a Dios, es un ser para; podríamos decir que su razón de ser, su identidad más verdadera es funcional, está a disposición de Dios. Se da como una suerte de anulación de todo lo propio; su personalidad reside en servir a los designios de Dios. Eso es lo suyo propio: estar “a disposición de”. María, la joven virgen de Nazaret, ha vivido como nadie este espíritu; hasta el punto de no ser otra cosa sino la esclava del Señor: la que no tiene más libertad que la de amar a Dios y servir su voluntad. Es la que está siempre disponible en las manos de Dios. Y por eso la criatura más libre que haya existido: nada la ata, nada la condiciona; es la esclava solo del Señor y por eso nada la esclaviza, nada la domina, a nada está sometida, solo a su Dios y Señor.
De Sansón se dice que “comenzó a salvar a Israel” de la mano de los filisteos. Y de Juan, que irá delante del Señor, con el espíritu y poder de Elías, “para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto”. Ni uno ni otro son el Dios que salva. “Comienzan” la tarea que solo Dios puede culminar, llevándola a plenitud, a perfección. Ellos solo preparan el camino, invitan a la conversión, remueven los corazones, llaman a los desobedientes, a los pecadores.
El libro de los Hechos de los Apóstoles nos ha recordado la elección de los 7 primeros diáconos, aquellos hombres de buena fama, llenos de espíritu y de sabiduría, sobre los que los Apóstoles impusieron las manos orando. Colaboradores suyos en la tarea de la evangelización, con una misión propia, la de ser servidores, sin ser apóstoles en sentido estricto.
Querido Fidel: el servicio está en la misma entraña de tu ser diácono. Porque eres ordenado para la nobilísima tarea de servir a Dios y a tus hermanos los hombres. En seguida te preguntaré si quieres “consagrarte al servicio de la Iglesia”. De tu respuesta depende que recibas o no la imposición de mis manos y la gracia del Espíritu Santo. Consagrarse quiere decir -y cada palabra “pesa”-, entregarse, dedicarse “por entero” a una tarea, a una persona, a una misión, haciéndola razón de la propia vida. Significa no tener ojos ni tiempo ni energías sino para aquello a lo que uno se consagra; significa entregarse, donarse, perderse en su favor. A decir verdad, solo se puede uno consagrar a una persona; solo puede uno perderse, perder la propia vida por alguien; en definitiva, por Dios; solo de Dios cabe enamorarse por completo, y sólo Dios justifica plenamente la consagración que es consecuencia del amor. El servicio, el que sea, es “oficio de amor”. Solo el amor legitima hacerse esclavo, obedecer, servir, entregarse. Es la belleza de toda diaconía en la Iglesia y aun de cualquier servicio humano: es, debe ser, manifestación de amor. Sirve quien ama, se sirve porque se ama, se sirve a quien se ama.
Significativamente, dentro de unos momentos el Obispo te preguntará si prometes, ante Dios, vivir el celibato como signo de tu consagración, de tu entrega, de tu servicio a Cristo. “¿Prometes observar durante toda la vida el celibato por causa del Reino de los cielos y para servicio de Dios y de las almas?”. Servicio y celibato. Se entiende bien que vayan de la mano.
El celibato, la renuncia por amor al matrimonio y a formar una familia, es un don estupendo de Dios y es respuesta del hombre en correspondencia a ese amor de Dios. El celibato no se puede vivir como algo impuesto; tampoco es aceptado ni elegido simplemente porque de ese modo puede uno dedicarse más, estar más libre para el servicio a los demás. Esto es cierto, pero no es, ni mucho menos, todo. El motivo principal del celibato es el de identificarnos de un modo nuevo con Cristo. Es manifestación de la voluntad de edificar la propia vida sobre Dios, testimonio de nuestro íntimo convencimiento de que nuestra existencia no tiene sentido al margen de Dios. Pero también es cierto que estar libre de los nobles y santos vínculos del matrimonio nos hace más capaces de servir, de querer, de entregar y dar la vida con un modo de paternidad nuevo, distinto, sobrenatural. El celibato no nos separa en absoluto de nuestros hermanos los hombres. Muy al contrario.
Querido Fidel, servidor de tus hermanos, llamado a seguir al Señor con corazón indiviso, agradecido a Él por el inmenso don recibido y, al mismo tiempo, conocedor de que quien ama más al Señor, quien más sirva, en el estado y la condición que sea, es quien más identificado está con Cristo
Que Santa Teresa de Jesús te enseñe a vivir tu ministerio como fidelísimo hijo de la Iglesia y que la Virgen Santísima en su advocación de las Nieves, a quien veneras con particular afecto como buen hijo de Villanueva de la Jara, te alcance de Dios ser siempre y sólo fiel servidor de su Hijo y del Pueblo santo de Dios. Amén.