Cesáreo Martínez Recuenco

Presidente de la Adoración nocturna y de las Coferencias de San Vicente de Paúl de Cuenca

 

 

Natural de Cuenca, contrajo matrimonio con Sira Gallardo Sánchez. Tuvo dos hijas: Pilar y Angustias. Era empleado del Ayuntamiento.

  Don Cesáreo se distinguió por su vida ejemplar de cristiano práctico y verdadero, sobreponiéndose a los sentimientos bajos y a la conducta rastrera de los ambiciosos. Debido a su honradez y piedad cristiana fue perseguido encarnizadamente desde que se instauró la república: los concejales republicanos le amenazaron de muerte y le obligaron a dejar su cargo a pesar de que lo había ganado por oposición en el Ayuntamiento, alegando exclusivamente que “comulgaba todos los días”. Perseguido y sin empleo, soportó todo con resignación y paciencia. Sus hijas decían que incluso llegó a mirar con alegría cara a cara a todos sus enemigos. Siempre se había dedicado con ardor a las obras piadosas: fue fundador y secretario del Comedor de Caridad, presidente de la Adoración Nocturna y de las Conferencias de San Vicente de Paúl. Socorría y trataba a un buen número de pobres y necesitados, a los cuales enseñaba y confortaba espiritualmente. Su caridad no tenía límite, donde conocía una necesidad, se presentaba a remediarla en lo que podía.

Iniciada la persecución religiosa, fue detenido. En la noche del 8 de agosto de 1936, sonó un trágico aldabonazo en su casa, palideció y comprendió lo que aquello significaba; pero cuando subieron los milicianos, armados de pistolas y fusiles, y le mandaron que fuera con ellos, entró en su dormitorio muy tranquilo, donde tenía una imagen del Sagrado Corazón de Jesús y con voz firme rezó así: “Dios mío, tuya es mi vida; si hoy la quieres, tómala…”. Después, en silencio, salió donde le estaban esperando y reconoció al cabecilla, que de él había recibido muchos favores, el cual le dijo: “Yo le conozco pero no puedo hacer nada”. Sus hijas le acompañaron hasta la puerta, donde le esperaban tres automóviles llenos de milicianos, las abrazó con tanta serenidad y entereza que algunos milicianos lloraron conmovidos. 

Su hija nos cuenta que ante el temor de que flaquease en sus últimos momentos de dar la vida por Cristo, le dijo: “Papá acuérdate que hay otra vida”. A lo que él respondió: “Sí, hija; por eso muero tranquilo… Perdónalos, como yo los perdono, y si les puedes hacer bien, házselo”. Se lo llevaron en un coche, en el camino él les iba exhortando para que dejaran los crímenes. Poco después de medianoche, al comenzar el día 9 de agosto, a la misma hora que, que el día anterior, había muerto el Señor Obispo de la Diócesis, Beato Cruz Laplana y Laguna, entregó su vida a Dios, formando con sus brazos la Santa Cruz y llevando el Rosario sobre el pecho. Murió asesinado el día 9 de agosto de 1936, de madrugada, en el puente de la sierra de Cuenca, sólo por ser un buen católico y dar testimonio de su fe católica por lo que desde que murió tuvo fama de mártir.

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