Circular con ocasión de la beatificación de S. Juan del Castillo, 27 de diciembre de 1933

Beatificación de un ilustre Conquense

 

A los católicos de la diócesis de Cuenca

El 28 de enero próximo va a ser la solemne Beatifi­cación de tres Mártires de la Compañía de Jesús.

Uno de ellos, el Padre Juan del Castillo, es paisano nuestro. Belmonte fue su patria: Huete el comienzo de su vida religiosa. El ansia de predicar a Jesucristo en­tre los bárbaros lo arrancó de nosotros y lo llevó a las regiones del Paraguay, donde en plena juventud de­rramó su sangre por la fe.

A las fiestas de su Beatificación y la de sus compa­ñeros es preciso que asistan en espíritu todos los cató­licos de la diócesis y provincia; y en persona, cuantos puedan.

De las Repúblicas americanas, regadas con los sudores y sangre de los nuevos Beatos, acudirá a Roma numeroso gentío. En Zamora, patria de otro de ellos, se prepara una peregrinación. CUENCA NO PUEDE QUEDARSE ATRÁS. Cuenca hidalga, que sabe hon­rar a sus hijos ilustres; Cuenca católica, que mira la santidad como la principal de las glorias, ha de acudir a venerar a SU MÁRTIR en el mismo instante en que la autoridad de la Iglesia lo ponga en los altares.

Cuenca no ha de tolerar que, si preguntan en Roma dónde están los compatricios del Beato Padre Castillo, para colocarlos en sitio de honor en la Basílica Vati­cana durante la solemne fiesta, se haya de responder que no han ido…

Cuenca quiere, y ha de lograrlo, que los ojos del Beato Juan del Castillo, al bajarse sobre la multitud desde el cielo y desde el altar, se detengan complaci­dos en el grupo, cuanto más numeroso mejor, de sus paisanos, que han acudido a prestarle los primeros homenajes de su veneración, a recoger las prime­ras bendiciones de su intercesión.

Por eso, esperamos de vosotros, amados hijos nues­tros, que, haciendo honor a vuestra tradición de fervo­rosos católicos, tomaréis parte en esta piadosa Pere­grinación todos los que podáis, a fin de honrar a nues­tro Beato, llevar al Romano Pontífice el consuelo de vuestra fe y participar, al mismo tiempo, de los copio­sos frutos del Año Santo.

Dado en nuestro Palacio episcopal, el día 27 de Diciembre de 1933.

 

 CRUZ, Obispo de Cuenca.

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